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Carme Torras: “La ciencia ficción me permite anticipar posibilidades futuras de la tecnología”

La investigadora del CSIC reivindica la cocreación tecnológica con otras disciplinas y muestra preocupación con aplicaciones como Sora

Carme Torras, directora del Grup de Percepció i Manipulació Robotitzada del Institut de Robòtica i Informàtica Industrial (IRI) del CSIC | Eurecat
Carme Torras, directora del Grup de Percepció i Manipulació Robotitzada del Institut de Robòtica i Informàtica Industrial (IRI) del CSIC | Eurecat
Marc Vilajosana, periodista de VIA Empresa | Mireia Comas
Periodista
Barcelona
16 de Noviembre de 2025 - 04:55

Graduada en matemáticas mientras también estudiaba filosofía, doctora en Informática, reconocida escritora de ciencia ficción y una de las grandes expertas del país en robótica e inteligencia artificial. Autora de cerca de 400 artículos académicos y centenares de conferencias, directora de más de una veintena de tesis doctorales… Y podríamos seguir, porque el currículum de Carme Torras da para eso y para mucho más.

 

No en vano, Torras ha sido reivindicada en la última edición del AI Congress con el reconocimiento a la trayectoria profesional, un premio que el año pasado se concedió al doctor Ramon López de Mántaras y que se suma a galardones de la talla de la Creu de Sant Jordi (2024), el Premi Nacional de Recerca de Catalunya (2020) o el Premi Narcís Monturiol (2000). La actual jefa del Grupo de Percepción y Manipulación Robotizada del Institut de Robótica i Informàtica Industrial (IRI) del CSIC es la viva imagen de una profesional renacentista, una “da Vinci” catalana que reivindica la cocreación y la transdisciplinariedad como elementos indispensables para el avance de la ciencia. Una ciencia que explora desde el laboratorio, liderando una especialización transformadora como es la robótica asistencial; pero también a través de la literatura, la cual “ayuda a anticipar consecuencias futuras y, con suerte, poder guiar hacia dónde va la investigación”. 

Usted se dedica tanto a la ciencia real como a la ciencia ficción. ¿Qué le permite la segunda que no consigue con la primera?

 

Me permite anticipar posibilidades futuras de la tecnología que desarrollamos. Mi primera novela de ciencia ficción, La mutación sentimental, la escribí hace unos diecisiete años porque mi grupo hacía una transición de la robótica industrial a la robótica social y asistencial. Entonces me preguntaba: ¿qué tipo de robots queremos para el futuro? Porque, a escala científica, hace veinte años había gente que proponía hacer especies autónomas que fueran inteligentes, que se desarrollaran por su cuenta, con sus objetivos… Y yo pensaba, ¿esto es lo que queremos? ¿No tenemos suficientes problemas la humanidad, y más cuando nos hacen falta robots asistenciales que ayuden a los colectivos vulnerables?

Hice mucha campaña en este sentido, y me ayudó mucho escribir la novela. La escribí no para publicar, sino para mí misma, imaginando cómo podía ser este futuro en el que los robots tuvieran las dos vertientes, que nos pudieran ayudar para bien y para mal. Ayuda a anticipar consecuencias futuras y, con suerte, poder guiar hacia dónde va la investigación.

Tradicionalmente, se ha asociado la ciencia ficción a futuros distópicos, pero también existen tendencias como el hopepunk, que imaginan futuros más optimistas. ¿Cómo ayudan estas dos visiones a modular la tecnología que se está haciendo hoy?

Los escritores de ciencia ficción que hacen distopías, lo hacen para alertar sobre futuros que no queremos. Pero últimamente, con tanta distopía por todas partes, porque también a escala periodística salen muchas noticias no precisamente utópicas, ya que el drama vende mucho más que la felicidad… Quizás es hora de que nos planteemos hacer más utopías, porque con tanta distopía, al final será una profecía autocumplida. Tenemos que ofrecer, sobre todo a las generaciones jóvenes, que muchas ven un futuro bastante negro, cómo se puede ir hacia un futuro mejor. Hay organizaciones sociales y maneras de utilizar la tecnología para el bienestar de todos y, en particular, de los colectivos vulnerables. En nuestro grupo, afortunadamente, nos dedicamos a eso.

“Quizás es hora de que nos planteemos hacer más utopías, porque con tanta distopía, al final será una profecía autocumplida”

No es extraño leer frases como “Ya estamos en Black Mirror”, en referencia a que muchos de los futuros distópicos que se imaginaban hace poco se han topado con la realidad. ¿Qué otros futuros están imaginando los autores de ciencia ficción de la actualidad?

Es que yo estoy escribiendo sobre eso, y no quiero hacer spoiler (ríe). Es un conjunto de relatos, cada uno de ellos con un futuro posible. Los hay de todo tipo, y los futuros positivos que yo y otra gente desarrollamos son los de organización en comunidades, en las cuales cada una fija sus normativas de manera dinámica. Ahora, con la inteligencia artificial, hay un montón de herramientas que permiten ir actualizando la normativa por la cual se rige una comunidad al día, según las personas que entran, las voluntades que expresan… y que haya muchos tipos diferentes. Puede haber la comunidad de los cíborgs, que quieren implantarse toda una serie de utensilios, y lo pueden hacer, pero sin imponerlo a todo el mundo o generando brechas. Si uno quiere estar en una comunidad regresiva, que quiere volver a la máquina de vapor, pues que tenga la oportunidad. Esto, para mí, es una utopía futura posible.

Así como los autores de ciencia ficción observan la tecnología de la actualidad para inspirarse en sus obras, ¿dentro del mundo científico existe ese trasvase de inspirarse en lo que se está escribiendo?

Supongo que sí. Sé de casos anteriores, como el comunicador móvil de Star Trek, que de alguna manera dio lugar al móvil actual. Pero sí que es verdad que los escritores de ciencia ficción son muy imaginativos, y a veces en el mundo científico falta esta imaginación. De hecho, ya hace años, Neal Stephenson, un conocido escritor de ciencia ficción que también es informático, dio una charla diciendo que es necesario que se hagan equipos mixtos entre escritores de ciencia ficción y científicos para diseñar locuras que, quizás, se hagan realidad. Y el rector de la Universidad Estatal de Arizona decidió crear el Center for Science and the Imagination, que aún sigue vigente. Allí se hace eso, equipos mixtos de artistas y científicos para desarrollar proyectos estrella. Por lo tanto, sí, se reconoce la utilidad de la ciencia ficción por parte de los científicos, incluso por parte de las empresas. Hubo un proyecto de Intel muy reconocido en el que contrataron a cuatro escritores de ciencia ficción para que proyectaran hacia el futuro sus tecnologías.

“Los escritores de ciencia ficción son muy imaginativos, y a veces en el mundo científico falta esta imaginación”

En vuestros proyectos de robótica colaborativa en el IRI habéis colaborado con personas de fuera del ámbito científico, como la artista Mónica Rikic o las profesionales del sector de los cuidados. ¿Qué visiones os han aportado?

Nosotros defendemos mucho la cocreación. La manera “antigua” de hacer prototipos de robots es que, primero, lo desarrollabas en el laboratorio con tu imaginación de aquello que creías que podía ser útil; después, se hacía transferencia; y con un poco de suerte, alguna empresa o startup lo cogía y lo acababa de comercializar. Esto, ahora, ya no vale. Primero, porque todos los prototipos que se hacen son muy multidisciplinares y se necesitan expertos en muchas cosas. En nuestro grupo tenemos ingenieros de todo tipo, matemáticos, físicos, e incluso una filósofa encargada de la parte de ética y de relación persona-máquina. Si queremos hacer un prototipo como el que hemos hecho con el Parc Pere Virgili, no vale desarrollarlo en laboratorio y llevarlo allí, hay que hacerlo conjuntamente.

¿Cómo lo hicieron?

En primer lugar, les preguntamos: ¿cuál es la aplicación que os sería más útil? Y nos dijeron que dar de comer, el 50% de las personas que tienen lo necesitan. Es muy estresante para el personal sanitario, y cuando vienen los familiares, vienen corriendo, les dan de comer, se marchan y no pueden quedarse a hacerles compañía. Conjuntamente con la dirección del hospital, el departamento de innovación, el personal médico, el personal de innovación, el de enfermería y los pacientes mismos, hicimos un diseño de manera iterativa. Lo probamos con 60 pacientes e incorporamos un montón de cosas que inicialmente no estaban.

Carme Torras, durante la entrevista con VIA Empresa | Núria Garolera
Carme Torras, durante la entrevista con VIA Empresa | Núria Garolera

El trabajo de dar de comer y, en general, los cuidados a colectivos vulnerables son tareas asociadas al calor y la proximidad humana, mientras que la robótica a menudo se asocia a la frialdad. ¿Cómo habéis conjugado estas dos sensaciones opuestas?

Justamente, había una asociación de pacientes que, antes de hacer las pruebas en el Parc Pere Virgili, se mostraron muy contrarios, porque decían que un rato que tienen calor con los familiares y el personal de enfermería, que están por ellos y tienen un poco de contacto humano, no querían que se sustituyera por una herramienta. Les decíamos que no se preocuparan, que pedíamos el consentimiento y que solo participarían los voluntarios que quisieran. Además, los que pueden comer solos, comen solos.

Total, que se hicieron las pruebas, y los 60 enfermos estuvieron encantados. Decían: “Volvemos a ser autónomos”. Al acabar, todos estaban entusiasmados, y esta asociación de pacientes hizo una declaración a TV3, donde decían que eran muy reticentes, pero que la experiencia de los pacientes les había convencido. “Para que venga mi hijo corriendo, al mediodía, ya que él está trabajando, me meta la comida como si fuera una máquina y después ya no me venga a ver, me gusta mucho más poder comer yo solo y que me vengan a ver por la noche”.

Uno de los debates que más sobrevuelan el mundo de la robótica es si esta debe tomar o no formas antropomórficas. Con las tareas asistenciales, esta duda se amplifica, ante la posibilidad de que se generen lazos afectivos. ¿Cómo lo afrontáis?

Este prototipo ahora tiene una tableta, con unos ojos, que habla y acompaña con los gestos sociales. Pero al principio no lo tenía, tenía dos cámaras que miraban si el paciente abría la boca o no, y ya está. Éramos muy reticentes a que pensaran que allí había un ser vivo que se preocupaba por ellos. Pero en la primera prueba que hicimos, con solo nueve pacientes, nos dijeron: “Ya entendemos que es una máquina y que no tenemos que hacer ninguna transferencia emocional. ¿No nos podríais poner una cara que nos hablara y nos lo hiciera más amable?”. Total, que al final acabamos poniendo la tableta con los ojos, que son de dibujo animado, tampoco invitan a pensar que hay un ser vivo. Pero es algo con lo que nos hemos encontrado repetidamente.

“Tenemos que estar constantemente poniendo regulación y formación. Las dos cosas son vitales”

En este caso, la distancia es clara, pero con el auge de la IA generativa, cada vez vemos más propuestas de seres, compañeros, “amigos” o incluso parejas digitales. ¿Dónde debemos poner los límites?

Comparto la preocupación, sobre todo con los niños. Para mí es muy preocupante, porque en las etapas donde está el desarrollo de la empatía y la vida interior, no lo acabarán aprendiendo con estos seres digitales. Y no es lo mismo con gente mayor, que pueden pensar que es más cómodo tener un compañero digital porque les informa de cosas, pero que ya tienen una experiencia propia y saben que es una máquina. Pero en la época de desarrollo lo encuentro muy preocupante.

En este sentido, encuentro muy bien que se haya prohibido el móvil en las escuelas. Ha costado muchísimo, y a escala familiar se deberían poner límites con la interacción de los niños, hasta una determinada edad, con compañeros artificiales que no existen. Antes aún jugaban a juegos con gente que estaba en la otra punta del mundo, pero al menos eran reales, ahora ya ni eso. Encuentro superpreocupante aplicaciones como Sora, porque lo que es real y lo que es mentira ya no lo sabremos. Tenemos que estar constantemente poniendo regulación y formación. Las dos cosas son vitales.

Y dan para muchos libros.

¡Buf! Eso sí… si la gente sigue leyendo, que es otro tema.