La colaboración entre universidades, centros de investigación y empresas privadas es uno de los pilares del progreso económico y social. En un mundo marcado por la geopolítica, la inteligencia artificial o la lucha por el mejor talento, la innovación depende cada vez más de la solidez de los vínculos a través de los cuales se genera conocimiento, así como su aplicación práctica y cómo revierte en competitividad para las empresas. Europa lleva tiempo apostando por este modelo, dedicando una parte significativa de presupuesto a proyectos conjuntos y ecosistemas de innovación abierta. Sin embargo, todavía no alcanzamos a obtener el rédito que potencialmente podrían ofrecer estas alianzas.
España refleja bien esa paradoja. El país cuenta con un capital científico de primer nivel y con empresas que necesitan innovar constantemente para seguir siendo competitivas. Pero ambos mundos siguen funcionando, en muchos casos, con una conexión muy limitada. A pesar de que las universidades y centros tecnológicos generan conocimiento valioso, aún existen barreras que dificultan su transferencia al mercado con la agilidad necesaria. Asimismo, muchas empresas, sobre todo las pequeñas y medianas, no siempre saben cómo acercarse al ámbito académico o cómo transformar la investigación en resultados tangibles. Esa falta de sintonía reduce el impacto social de la ciencia y limita la capacidad para generar productos y servicios basados en este conocimiento de alto valor.
La buena noticia es que el Estado dispone de instrumentos sólidos para reforzar esa relación. Los mecanismos clásicos de transferencia y colaboración, como las spin-offs (empresas surgidas de la universidad), consorcios con financiación pública o clústeres sectoriales, han demostrado ser muy útiles. Pero su éxito depende de un factor esencial: la confianza. Solo cuando existe una gobernanza equilibrada y reglas claras para todas las partes, estos modelos se convierten en verdaderos motores de innovación.
"Solo cuando existe una gobernanza equilibrada y reglas claras para todas las partes, estos modelos se convierten en verdaderos motores de innovación"
Las spin-offs son una vía eficaz para trasladar la investigación al mercado, pero para prosperar necesitan que las instituciones fomenten una cultura orientada al impacto y apliquen políticas razonables en cuanto a transferencia de tecnología. Cuando una universidad impone una participación accionarial elevada o cláusulas que eventualmente podrían desincentivar la inversión privada, ejerce un efecto limitante en la autonomía de los fundadores y frena el crecimiento de la empresa.
El papel de las instituciones públicas debe poner el foco en facilitar y acompañar estos procesos de transferencia, midiendo su éxito por el impacto que generan en la sociedad. Más allá de la creación de nuevas empresas, las colaboraciones más sólidas entre empresas y centros de investigación suelen empezar con proyectos pequeños, bien definidos y centrados en una necesidad concreta. Con el tiempo, esas relaciones pueden evolucionar hacia estructuras más estables, como laboratorios compartidos, programas conjuntos de innovación o las mencionadas spin-offs. En este sentido, es importante destacar cómo, en un entorno global, la especialización es clave. Los centros que concentran sus esfuerzos en áreas donde aportan valor diferencial logran alianzas más duraderas y productivas. Lo contrario, diversificar sin foco dispersa los recursos y diluye el impacto.
Los proyectos consorciados dotados de financiación pública competitiva también son una herramienta valiosa para conectar la investigación avanzada con las necesidades del mercado. Su eficacia depende en gran medida de que realmente constituyan un efecto incentivador; que las empresas solicitantes propongan proyectos que estén alineados con la estrategia tecnológica y de negocio, y que, gracias a estos fondos, puedan realizarlos de la mano de centros tecnológicos o de investigación que aceleren la consecución de resultados de mejor calidad. Es importante considerar que la complejidad administrativa asociada a la participación en proyectos consorciados, por ejemplo a nivel europeo, exige experiencia y gestión profesionalizada, lo que puede suponer un reto, especialmente en el caso de las pymes.
"Los centros que concentran sus esfuerzos en áreas donde aportan valor diferencial logran alianzas más duraderas y productivas"
En un entorno cada vez más interconectado, los clústeres y asociaciones sectoriales han asumido un papel protagonista como plataformas de confianza que facilitan la cooperación entre empresas, centros tecnológicos y administraciones. En el marco de la economía digital, es habitual que adopten roles con el objetivo de mejorar la competitividad de sus asociados, como podría ser actuar como garantes de identidad, credenciales y seguridad en los llamados espacios de datos, o incluso como gestores de living labs. Para las empresas, tener la posibilidad de poder validar soluciones en un living lab constituye un espacio de exploración ideal al reducir el riesgo de mercado y acelerar la adopción, reforzando así la competitividad del conjunto del sector.
En resumen, España ha construido un ecosistema de innovación con una base sólida, pero también con margen de mejora. Por mi experiencia, para avanzar hacia un modelo de colaboración más eficaz es necesario actuar en dos frentes complementarios.
Desde el ámbito institucional, las universidades deberían revisar sus políticas de participación en spin-offs para hacerlas más atractivas a la inversión privada. También resulta clave profesionalizar la relación entre ciencia y empresa mediante figuras mixtas, como gestores de innovación, perfiles tecnológicos capaces de conectar ambos mundos y mantener un diálogo continuado entre las diferentes partes. Además, el sistema académico debería reforzar e incentivar la consecución de indicadores de transferencia real en la evaluación del desempeño, reconociendo el valor de la colaboración efectiva, la creación de empresas y la contribución al tejido productivo.
Desde el ámbito empresarial, la colaboración con el sistema público de investigación debería integrarse en la estrategia tecnológica de las compañías, y no quedar relegada a un papel complementario. Para ello, conviene que los marcos de propiedad intelectual evolucionen hacia fórmulas más flexibles, adaptadas al tipo de proyecto y a su grado de madurez. A la vez, las políticas públicas deberían premiar la estabilidad y la evolución de las colaboraciones ya existentes, favoreciendo relaciones duraderas más allá de convocatorias puntuales.
"La colaboración público-privada no es solo una herramienta para innovar, sino una forma de entender el progreso"
La colaboración público-privada no es solo una herramienta para innovar, sino una forma de entender el progreso. El futuro de la innovación se construirá en el espacio compartido entre lo público y lo privado. Un punto de encuentro donde la cooperación se traduce en competitividad e impacto social. El reto ya no es únicamente tecnológico, sino cultural. Requiere pasar de la transacción a la confianza, de la colaboración puntual a la alianza sostenida y de la transferencia de conocimiento a la creación conjunta de valor. Si logramos consolidar ese modelo, la innovación dejará de ser un discurso aspiracional para convertirse en un auténtico motor de desarrollo y bienestar colectivo.