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La autocensura digital: cuando callar es regalar el micrófono

06 de Octubre de 2025
Gina Tost | VIA Empresa

Dicen que las redes sociales son un reflejo de la sociedad. Si es así, entonces la sociedad tiene un espejo con polvo y huellas dactilares.

 

Escuchaba el otro día a Ramon Besa, premio del Colegio de Periodistas 2025, en RAC1 sobre el oficio de periodista. Reivindicaba poder informar en un momento marcado por las redes sociales, la polarización y las nuevas maneras de comunicar. Una reflexión necesaria, sobre todo ahora que la información circula más por hilos de 280 caracteres y en reels de Instagram y TikTok, y donde las páginas de los periódicos están perdiendo influencia.

En este contexto, hay políticos (y no solo) que decidieron abandonar Twitter (lo que ahora llamamos X porque un ego muy grande tenía un dominio en el bolsillo) porque, decían, había censura. Paradójicamente, esta retirada tuvo un efecto colateral: cuando no estamos, la conversación la lideran los que sí están. Y no siempre son los más sensatos. Es como dejar un debate de bar en manos de los que gritan más: nadie te interrumpe, sí, pero el relato se lo llevan ellos.

 

"Cuando no estamos, la conversación la lideran los que sí están. Y no siempre son los más sensatos"

Y aquí es donde entra la autocensura digital. No hablo de la censura algorítmica, que también existe y es fortísima, sino del miedo a no decir nada para no ser malinterpretados, cancelados o, sencillamente, invisibles ante la tiranía del algoritmo. Cuando nos autoimponemos silencio, lo que hacemos es regalar espacio a los que no tienen ningún problema en intoxicar la conversación.

Ya pasó cuando el SEO se lo llevaron aquellos titulares pesca-clics y no los que despertaban la reflexión: “No te vas a creer lo que pasó después” o “10 secretos que tu médico no quiere que sepas”. Mira, no lo sé, pero no me importa. La perversión de este sistema nos ha traído aquí. Y confieso que caí porque el mercado te arrastraba hacia allí.

¿La buena noticia? Aún hay gente interesante que resiste: periodistas, académicos, creadores, activistas… que hablan, que incomodan y que no se dejan esclavizar por el algoritmo. Ellos son los que mantienen un mínimo de oxígeno dentro de este ecosistema que, de otro modo, sería un campo de minas de memes, pornografía y fake news.

Quizás la pregunta no es si debemos marcharnos o quedarnos, sino cómo queremos estar: con voz propia, aunque sea bajita, o con silencio cómodo que solo refuerza los gritos de los demás.

"Quizás la pregunta no es si debemos marcharnos o quedarnos, sino cómo queremos estar"

Por eso no me voy de Twitter, ya lo dije. Me niego.

Al final, las redes son una plaza pública digital. Si decides no salir porque hace ruido, no eliminas el ruido: lo multiplicas. Y si no hay músicos, los únicos que se oirán serán los tambores de la guerra de los de siempre.