Las fiestas de Navidad son también una sucesión de pequeños escenarios. El niño que, con las mejillas rojas y los nervios a flor de piel, se sube a una silla para recitar el poema aprendido de memoria. O el silencio respetuoso antes de un brindis, cuando alguien se aclara la voz y busca las palabras justas para desear buen año a todos los presentes. Son experiencias sencillas, de carácter doméstico, pero cargadas de sentido. Porque hablar ante los demás siempre se convierte en un momento especial.
Esta lógica de los rituales navideños explica mucho más de lo que parece. De hecho, en la esfera profesional, un discurso también puede abrir puertas o cerrarlas, generar confianza o incomodidad, dejar huella o caer en el olvido. Quizás por eso no sorprende que, según un estudio reciente de Adecco, el 75% de la población admita tener miedo de hablar en público. Es la llamada glosofobia, que no solo se activa por el temor a la equivocación, sino, sobre todo, por el respeto que suscita el hecho de quedar expuesto.
Los expertos en la elaboración y ejecución de buenos discursos acostumbran a poner el acento en las claves técnicas. Controlar la extensión, tener claro el mensaje central, estructurar bien las ideas o adaptar el contenido al público objetivo. Asimismo, existen diversos manuales que también ponen de manifiesto la importancia de las cuestiones de estilo, como el tono de voz, el lenguaje corporal, la gestión del silencio o el ritmo. Y, efectivamente, todo esto es necesario. Pero no siempre es determinante.
Y es que hay otras claves, menos visibles, que no tienen que ver ni con la técnica ni con la puesta en escena, sino con una manera de entender la relación con los demás. Son competencias más vinculadas a la inteligencia emocional, que conectan con el liderazgo humanista y que a menudo son las que marcan la diferencia.
"La especialista en comunicación Maty Tchey explica que un buen discurso debería ser como un bocadillo, pero al revés: jamón, pan, jamón"
La primera es la capacidad de generar interés. La especialista en comunicación Maty Tchey explica que un buen discurso debería ser como un bocadillo, pero al revés: jamón, pan, jamón. La metáfora es muy elocuente, ya que invita a arrancar con impacto para captar la atención y cerrar con intensidad para dejar buen sabor de boca. El “pan”, entendido como la parte más informativa o menos inspiradora, puede quedar en medio, cuando el público ya está con nosotros y está dispuesto a escuchar.
La segunda clave tiene que ver con la capacidad de desplazar el foco. Cuando hablamos ante los demás, es habitual caer en la tentación de convertir el discurso en un escaparate personal. Hablar de lo que hemos hecho, de lo que sabemos, de lo que pensamos. Pero cuanto más espacio ocupa el “yo”, más se estrecha el espacio para los mensajes pensados para quien escucha. En este sentido, existe una regla sencilla que puede ayudar a ponerle límites: procurar que la palabra “yo” no aparezca más de tres veces a lo largo del discurso. Es una manera de llevar a la práctica aquello que tan bien defiende el creativo Jordi Caballé May: “Para ponernos en los zapatos de los demás, primero hemos de estar dispuestos a quitarnos los nuestros”.
"Existe una regla sencilla que puede ayudar a poner límites: procurar que la palabra “yo” no aparezca más de tres veces a lo largo del discurso"
Finalmente, la tercera clave es el agradecimiento. Quien habla ante un micrófono lo hace porque otras personas lo han hecho posible. Y reconocerlo no solo es elegante, sino también inteligente. Además, hay una verdad casi universal: la palabra que más nos gusta escuchar es nuestro propio nombre. Lo explica muy bien Dale Carnegie en su famoso libro Cómo ganar amigos e influir sobre las personas. Por lo tanto, a la hora de hacer un discurso es importante tener presente que citar personas e instituciones genera un impacto positivo enorme… y no cuesta dinero.
Si analizamos estas tres claves con un poco de perspectiva, veremos que todas descansan sobre el mismo fundamento: la empatía. Exactamente, la misma que necesita aquel niño subido a la silla en Navidad, buscando complicidad en las miradas de los adultos. Porque los discursos no son para quien habla, sino para quien escucha. Y cuando esto se entiende de verdad, las palabras dejan de ser solo palabras.
¡Feliz Navidad y próspero 2026 a todos los lectores de VIA Empresa!