Profesor de la UPF Barcelona School of Management

Si tú no estás bien, el liderazgo tampoco

12 de Diciembre de 2025
Oriol Montanyà | VIA Empresa

Hay una indicación de seguridad de los aviones que siempre sorprende a quienes prestan atención. Es la que dice que, en caso de emergencia, si bajan las mascarillas de oxígeno, los pasajeros que viajan con niños o personas dependientes deben hacer algo que, de entrada, puede parecer egoísta: ponerse primero su propia mascarilla y solo después colocar la de la persona que tienen al lado. La lógica, sin embargo, es impecable. Y es que si no aseguras antes que tú estás en condiciones de respirar, no podrás ayudar a nadie.

 

Esta imagen es especialmente valiosa para hablar de liderazgo. De hecho, asumir un cargo de responsabilidad también implica (entre muchas otras cosas) atender a las personas que tienes alrededor, pero esta tarea solo es posible cuando quien dirige ha aprendido antes a cuidarse a sí mismo. Y no es un tema menor, ya que todo el mundo debería tener derecho a estar bien liderado, entendiendo que es uno de los principales requisitos para el crecimiento profesional.

"Si no te aseguras antes de que estás en condiciones de respirar, no podrás ayudar a nadie"

El consultor Xavier Marcet lo expresó de manera magistral en uno de sus artículos más citados, La gestión de uno mismo, donde recuerda que ningún liderazgo puede funcionar si falla esta base íntima. Cuando esto ocurre, se manifiestan comportamientos directivos que dificultan el buen funcionamiento y que, por desgracia, son más habituales de lo que querrían muchas organizaciones.

 

El amargator, por ejemplo, es aquel líder que no encuentra un mínimo equilibrio personal y deja que el malestar propio impregne al equipo. En este sentido, no hace falta exigir a nadie que sea feliz (la autorrealización es un terreno demasiado complejo para convertirlo en indicador de rendimiento), pero sí es razonable esperar un cierto bienestar emocional, que permita actuar con serenidad y relacionarse desde la empatía. Porque confiar en que los problemas personales “se dejan en la puerta del despacho” es un recurso ingenuo. La amargura entra igualmente y, cuando no se trabaja, se proyecta sobre todos.

El inseguro es otro perfil directivo que representa un riesgo importante. Tiene carencias evidentes, ya sea en conocimientos o en habilidades, pero en lugar de reconocerlas y buscarles remedio prefiere ocultarlas detrás de una coraza impuesta. Y esta falta de confianza no verbalizada se traduce en actitudes tóxicas. Cuesta delegar porque cualquier talento se percibe como una amenaza, se huyen los conflictos por miedo a quedar expuesto y se toman decisiones demasiado personalistas, pensadas para reforzar la autoestima y no para impulsar el proyecto. El problema ya no es la fragilidad inicial, sino la manera de gestionarla.

Y un tercer ejemplo sería el hiperactivo permanente. Es el directivo que hace bandera de estar siempre en marcha y que llena la agenda hasta el último rincón porque confunde actividad con valor. No tiene tiempo para escuchar con calma ni para pensar en profundidad, y convierte su hiperocupación en un modelo a imitar. En estos casos, el mensaje implícito es devastador, ya que si él no se cuida, nadie debería hacerlo. Así que la cosa acaba con equipos instalados en una sensación de carrera continua y una cultura de la confusión que contagia el caos a toda la organización.

Por lo tanto, las consecuencias de estos liderazgos mal autogestionados son mucho más serias de lo que parece. Diversos estudios en el ámbito del management indican que los entornos tóxicos multiplican el riesgo de burnout, y firmas como McKinsey han señalado el mal liderazgo como uno de los principales factores de desgaste emocional y rotación. Dicho de otra manera: no hay plan estratégico capaz de compensar, a largo plazo, la corrosión constante de un mando que no se cuida.

"No hay plan estratégico capaz de compensar, a largo plazo, la corrosión constante de un mando que no se cuida"

Pero hay que decir que esto de cuidarse no es nada fácil, porque exige autoanálisis, humildad y la determinación de actuar sobre aquello que descubrimos. Sin ir más lejos, para el amargator significa buscar la tranquilidad de espíritu, aunque eso implique pedir ayuda o reconquistar espacios de energía positiva. Para el inseguro implica reconocer las propias debilidades, compartirlas con honestidad y rodearse de personas que las puedan complementar, en lugar de competir con ellas. Y para el hiperactivo puede querer decir que debe potenciar la reflexión que le permita poner foco en aquello que es realmente importante, dedicando más tiempo a las personas.

Quizás, pues, el primer gesto de cualquier buen líder no es mirar hacia abajo para ver qué hacen los demás, sino mirar hacia adentro y preguntarse si ha hecho aquello tan elemental que recomiendan antes del despegue: asegurarse de que tiene su propia mascarilla bien puesta antes de intentar salvar a nadie más.