Al observar las obras de la carretera C-59 —sobre las cuales ya expuse las vicisitudes—, quienes transitábamos por allí podíamos, si así lo deseábamos, recibir un curso sobre economía y productividad. No era gratis. A pesar de que las obras han terminado, el precio a pagar ha sido sufrir incomodidades durante un par de años, como mínimo.
Ignoro si había otros proveedores de trabajos a realizar —supongo que sí—. Sin embargo, en los últimos tiempos pude distinguir dos empresas contratistas que allí hacían trabajos. Verlos llevar a cabo el trabajo era un claro ejemplo de que competitividad y productividad no son lo mismo. Mucha gente confunde los conceptos y llega a la conclusión de que para ser competitivo se debe tener una alta productividad laboral. Y no es así.
Tomemos el caso de aquellas empresas a las que hago referencia. Ambas eran competitivas, ya que se les había asignado un concurso público para hacer el mismo trabajo, pero en tramos y períodos de tiempo diferentes. Quiero decir que cada una hacía, más o menos, lo mismo: ampliar la anchura de la carretera y asfaltarla de nuevo. Por lo tanto, se podían, más o menos, comparar.
Las incomodidades sufridas eran consecuencia de los cortes que, lógicamente, se deben llevar a cabo en este tipo de obra. Hay momentos en que hay que restringir el tráfico, ya que solo queda disponible un carril. Por lo tanto, la dinámica consiste en ahora pasan unos, y después pasan los otros que vienen en sentido contrario, etc. O sea, paso alternativo por obras.
"Mucha gente confunde los conceptos y llega a la conclusión de que para ser competitivo se debe tener una alta productividad laboral. Y no es así"
La lección sobre productividad laboral era clara. Una de las empresas había instalado unos semáforos móviles que regulaban el tráfico. Ahora tú, ahora los otros. La intervención humana era nula. A veces, incluso, no había nadie trabajando y todo funcionaba solo. No hablamos de una tecnología superavanzada; hace años que existe, y no funciona con inteligencia artificial. No le hace falta. Sin embargo, la otra empresa que hacía el trabajo no utilizaba semáforos. No señor. Su opción consistía en tener unos señores —claramente inmigrantes, para pagarles poco— que te decían cuándo debías pasar. A veces, incluso lo hacían sin comunicarse por radio —porque a menudo no tenían— y actuaban a la vista.
He aquí una buena lección. Se puede ser competitivo con tecnología del siglo XIX. Solo se trata de pagar poco. O se puede ser competitivo utilizando medios técnicos normales —no hace falta que sean resultado de las investigaciones de la NASA—. Mucha gente mal pagada y nula tecnología. Menos gente, mejor pagada y tecnología adecuada.
"Nuestras empresas, las típicamente catalanas (que acostumbran a ser pymes), no innovan. No invierten en tecnología"
Todo esto viene a cuento porque he visto unas estadísticas europeas en las que se nos señala, a los catalanes, como productivos comercialmente —es decir, exportamos con normalidad—, pero a la cola en innovación por parte de las pymes. Es decir, nuestras empresas, las típicamente catalanas (que suelen ser pymes), no innovan. No invierten en tecnología. Deduzco, pues, que su competitividad proviene de estrangular en salarios. Lo deduzco porque va mucho de nuestro talante, ¿no creen?
Todo es posible. Pero entraremos en más detalles la semana que viene