Hay quien dice que una imagen vale más que mil palabras. Pero si la foto pasa por GeoSpy, le añade las coordenadas. Y quizás incluso tu dirección. ¡Ya sabemos dónde estás!
GeoSpy es el nuevo juguete de la inteligencia artificial capaz de localizar prácticamente cualquier foto del mundo a partir solo de sus píxeles. Sin metadatos, sin GPS, sin etiquetas. Solo con lo que ve: el patrón de las matrículas de coche, el diseño de una farola, la fachada trasera, o el tipo de vegetación. Es el sueño húmedo de cualquier señora Fletcher… y la pesadilla de cualquier persona con ganas de mantener su privacidad.
Según datos recientes, GeoSpy puede identificar la ubicación de más del 85% de las imágenes probadas con un margen de error inferior a 100 metros. Una precisión que supera incluso la de algunos sistemas militares.
"Según datos recientes, GeoSpy puede identificar la ubicación de más del 85% de las imágenes probadas con un margen de error inferior a 100 metros"
La herramienta se hizo viral a principios de 2025, después de que varios creadores de contenido la probaran con fotos recortadas y la IA acertara no solo el país, sino la calle exacta. En pocos días, GeoSpy pasó de un experimento abierto al público a un producto restringido para “entidades gubernamentales y empresas autorizadas”. Traducido: demasiada gente jugaba a hacer de detective, y alguien vio que esto podía acabar mal.
Un problema cultural…
El problema no es solo técnico, sino cultural. Hemos convertido nuestra vida en una colección de imágenes: viajes, comidas, criaturas, oficinas, fiestas de cumpleaños… Pero lo que antes era un álbum inofensivo, ahora puede ser un mapa personal de movimientos. GeoSpy puede identificar una ciudad a partir de unas baldosas, una valla o el color de un autobús. Es como si cada fotografía fuera un grito: “¡Hola, estoy aquí, en este punto del planeta!”.
El salto que representa GeoSpy es profundo: ya no hablamos de un algoritmo que analiza rostros y sabe quiénes somos, sino de un sistema que analiza el mundo y sabe dónde nos movemos. Los patrones geográficos se convierten en identidades mudas. Los datos visuales se convierten en pruebas. Y esto tiene consecuencias políticas, empresariales y humanas.
"Los patrones geográficos se convierten en identidades mudas. Los datos visuales se convierten en pruebas. Y esto tiene consecuencias políticas, empresariales y humanas"
Porque no nos engañemos: la misma herramienta que puede ayudar a verificar una fotografía de una guerra o encontrar a una persona desaparecida, puede ser utilizada para rastrear disidentes, descubrir domicilios de periodistas o identificar dónde estudian los hijos de un cargo político. El límite entre la seguridad y la vigilancia es muy fino.
Hay una ironía cruel en todo esto: hemos entrenado a las máquinas con millones de fotos públicas, y ahora nos sorprende que sean capaces de reconocernos el entorno. ¡Oh, sorpresa! ¿Qué esperábamos? Hemos dejado la puerta abierta y nos quejamos de que ahora entra gente. GeoSpy no ha hecho nada que no le hayamos permitido hacer: consumir, ver, memorizar, y correlacionar el mundo visual que le hemos entregado.
Es el mismo principio que convirtió Geoguessr (aquel videojuego inocente que te hace adivinar un lugar del mundo con una foto de Google Street View) en una obsesión para muchos jugadores. Pero mientras Geoguessr era un juego que dependía de los conocimientos de los jugadores, GeoSpy es un instrumento de poder que no depende de lo friki que sea su usuario.
Cada vez que aparece una nueva herramienta de vigilancia, la misma frase hace acto de presencia: “A mí no me preocupa, yo no tengo nada que ocultar”. Es el mantra preferido de quien no ha leído nunca una ley de protección de datos, ni ha pensado qué puede significar que un algoritmo sepa dónde vives, dónde trabajas, o dónde llevas a tus hijos a la escuela. No se trata de tener secretos, sino de tener derecho a tenerlos todos.
… con consecuencias políticas
Lo que más me preocupa no es que GeoSpy exista, sino que sea inevitable. Que ningún legislador, empresa o ciudadano tenga aún herramientas reales para limitar sus abusos. La Unión Europea tiene la AI Act, sí, pero estos marcos legales siempre llegan tarde: las leyes viajan en Rodalies, y la tecnología vuela en el Falcon.
"La Unión Europea tiene la AI Act, sí, pero estos marcos legales siempre llegan tarde: las leyes viajan en Rodalies, y la tecnología vuela en Falcon"
Como líderes tecnológicos, no podemos permitir que el debate sobre la privacidad sea patrimonio universal de juristas, antropólogos o filósofos. Las empresas que desarrollan, adoptan o simplemente toleran herramientas como GeoSpy tienen una responsabilidad directa. No basta con ponerle un “uso restringido”. Es necesario que haya transparencia sobre los conjuntos de datos, protocolos de acceso verificados y, sobre todo, una trazabilidad ética: quién lo utiliza, por qué y con qué consecuencias.
Es muy fácil entusiasmarse con el wow factor de la IA, con esa sensación de magia tecnológica. Pero un buen líder tecnológico sabe que el éxito no es sorprender, sino sostener. Y sostener significa garantizar que las innovaciones no vulneren derechos fundamentales. Si no lo hacemos nosotros, lo hará algún tribunal, y muy posiblemente, demasiado tarde.
La dirección es clara: vivimos en un mundo donde los datos visuales son el nuevo petróleo, y los algoritmos son los nuevos geólogos. Y como toda extracción masiva, genera riqueza para unos pocos y contaminación para el resto. Quizás dentro de poco, cuando nos hagan una foto, no pensaremos si salimos bien o no, sino qué se ve en ella. Si la fachada del fondo delata nuestra ubicación, o si aquel reflejo en el ojo contiene suficiente información para que una máquina calcule el radio solar de la ventana.
"Quizás dentro de poco, cuando nos hagan una foto, no pensaremos si salimos bien o no, sino si aquel reflejo en el ojo contiene suficiente información para que una máquina calcule el radio solar de la ventana"
La tecnología no nos espía: simplemente nos observa mejor de lo que nosotros observamos el mundo. Y quizás este es el verdadero peligro (y la gran oportunidad) de nuestro tiempo: aprender a mirar de nuevo con consciencia, no solo con ojo estético.
GeoSpy es mucho más que una aplicación polémica: es un espejo que nos devuelve nuestra propia inconsciencia digital. Nos muestra que la frontera entre compartir y exponer se ha disuelto, y que la neutralidad tecnológica es una muleta para no tomar decisiones difíciles. GeoSpy no es el problema, es el síntoma: el reflejo digital de una sociedad que ha confundido la conexión con la exhibición. La pregunta no es si queremos vivir vigilados, sino quién queremos que nos mire. Y si no lo decidimos nosotros, alguien ya lo está haciendo por nosotros.