Dicen que la historia se repite, y con las nuevas tecnologías ya llevamos unas cuantas para verlas venir.
En el año 2000, las empresas puntocom subían a la bolsa como un cohete. El Nasdaq quintuplicó su valor entre 1995 y 2000 y llegó a los 5.048 puntos, pero en los dos años siguientes, el índice perdió un 77% de su valor y miles de empresas desaparecieron. Era la burbuja de las puntocom y muchos hablan de ella como la primera gran crisis de Internet. Una gran cantidad de empresas desaparecieron, pero los humanos que no teníamos negocios en la red seguimos usando Internet como si nada. De hecho, empresas supervivientes como Amazon o eBay crecieron sobre las cenizas de algunas otras y construyeron lo que hoy es la economía digital que conocemos.
En 2025, cambiemos las puntocom por la IA y el patrón empieza a ser similar. Las cifras hablan solas: en 2024 las startups de inteligencia artificial levantaron 110.000 millones de dólares, un aumento del 62% respecto al año anterior. Solo en la primera mitad de este año, ya se han destinado 49.200 millones en GenAI, más del doble que en 2023. Y eso sin contar la lluvia de inversiones astronómicas: OpenAI con 40.000 millones, Anthropic con 3.500 millones... y así hasta más de 370 unicornios de IA valorados por encima del billón de dólares en conjunto. La burbuja no es virtual: es un Excel lleno de ceros a la derecha.
El problema es que la realidad no acompaña a las promesas. Según un estudio del MIT publicado este 2025, el 95% de los proyectos de IA generativa no generan ingresos ni mejoran la productividad. Es decir, mucho ruido, mucha demo espectacular, pero poca transformación real. Los agentes de IA resuelven, en el mejor de los casos, un 24% de las tareas de oficina. El resto se queda en el cajón de las buenas intenciones. Sam Altman, CEO de OpenAI, lo dijo sin tapujos: “Alguien acabará quemado”. Traducción: preparaos antes de acabar el año.
"Según un estudio del MIT publicado este 2025, el 95% de los proyectos de IA generativa no generan ingresos ni mejoran la productividad"
Ahora bien, no confundamos los huevos con los caracoles. De la misma manera que el colapso del 2000 no mató Internet (solo limpió el escenario de empresas que no funcionaban), la posible explosión de la IA no hará desaparecer esta tecnología. Al contrario, lo que quedará será más sólido, y espero, seguro.
Hoy por hoy, las grandes plataformas están volcando recursos sin freno: solo los gigantes tecnológicos prevén gastar 402.000 millones de dólares en IA en 2026. Es el momento de la aceleración y lo saben. Esta no es una moda, es una infraestructura que ha venido para quedarse.
Lo que veremos, igual que hace veinticinco años, es un darwinismo empresarial en directo. Cazadores de subvenciones públicas y visionarios del PowerPoint desaparecerán. Sobrevivirán los que realmente aporten valor: en salud, en ciencia, en logística, en educación… Y como pasó con Amazon después del 2000, algunos de los actores que hoy parecen pequeños pueden convertirse en los gigantes del mañana.
Es por eso que lo que Pep Martorell, a quien no se le puede poner en duda sobre conocer el pasado, presente y futuro de la IA, decía sobre los grandes supercomputadores en Europa es tan importante: “Hoy ningún investigador europeo queda fuera de la competición científica por falta de acceso a recursos de supercomputación e IA.(...) No dotarse de este tipo de infraestructuras significa condenar a la comunidad investigadora a no poder competir".
"Como pasó con Amazon después del 2000, algunos de los actores que hoy parecen pequeños pueden convertirse en los gigantes del mañana"
La lección es clara: las burbujas estallan, pero las tecnologías útiles persisten. Nadie dejó de enviar correos electrónicos porque un grupo numeroso de empresas del sector de las puntocom quebrara. Y nadie dejará de utilizar IA porque caiga un (o más de un) unicornio. La diferencia es que, cuando esta burbuja haga pop, los que sobrevivan no solo habrán cambiado la manera de trabajar de todo el mundo: habrán cambiado las reglas del juego para dirigirlas ellos.