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La nicotina de la pantalla

02 de Junio de 2025
Gina Tost | VIA Empresa

Hubo una época en que los médicos salían en los anuncios recomendando marcas concretas de cigarrillos. Eran los mismos que después firmaron estudios diciendo que quizás, solo quizás, fumar tres paquetes al día no era tan saludable como nos habían hecho creer. La estrategia de la industria tabacalera fue sencilla: no dejar de vender, sino disfrazar el producto. Inventaron el “light”, el “suave”, el “mentolado”, el “sin aditivos”, como si añadir un filtro de menta convirtiera un cigarrillo en una infusión de manzanilla.

 

Hoy en día tengo la sensación de que pasa lo mismo con los móviles. Estudios recientes (y los hay cada semana) demuestran que un uso intensivo del teléfono es nocivo para la salud mental, para las relaciones sociales, para la memoria y para la atención sostenida. Pero en vez de plantearnos un cambio estructural en el modelo o una regulación intensiva, la industria hace exactamente lo que hicieron las tabaqueras hace 40 años: nos ofrecen un aditivo digital y nos felicita por utilizarlo.

Las mismas plataformas que hace una década que perfeccionan algoritmos para retenerte, haciendo que cada gesto tuyo sea interpretado, analizado y convertido en una recomendación aún más adictiva, ahora te proponen iniciativas de desconexión: Instagram te invita a desconectar a las 21 h, y TikTok te propone una meditación antes de ir a dormir.

 

Pero, en cambio, en los foros de programadores de apps siguen hablando de engagement, de retención, de time well spent, de CPI, de CPC, RTV… todos acaban en el mismo punto: cuál es el negocio de tenerte enganchado a la pantalla, y cuanto más tiempo dentro, más dinero en el bolsillo.

"Estudios recientes (y los hay cada semana) demuestran que un uso intensivo del teléfono es nocivo para la salud mental"

Y ahora llega la siguiente fase de la historia. La parte donde se nos dice que el teléfono no es el problema, sino la manera como lo utilizamos. Como si fuera culpa nuestra que una máquina diseñada para manipular la dopamina y pensada para tenernos enganchados, nos tenga hipnotizados. Recordemos que parte de las personas más listas del mundo trabajan para que nos encante todo lo que hacen las apps, y tengamos ganas de volver a toda hora.

Por otro lado, Jonathan Ive, el arquitecto del diseño del iPhone, y Sam Altman, el jefe de OpenAI, acaban de presentar una nueva alianza con aires de redención con la humanidad. Después de construir las herramientas que nos han desconectado del mundo real, ahora se juntan para hablar de la importancia del talento humano y la calidez de la tecnología. Un intento de cigarrillo eco-friendly con cápsula de eucalipto. Pero claro, son expertos en su área y sabemos que lo que presentará tiene muchos números de funcionar.

Y por eso no me gusta llamarlo “pantallas” de la tendencia tecnológica actual, ya que estas dos personas se han juntado para hacer alguna cosa sin una pantalla: nos lo colocarán en las gafas, en un anillo, o nos lo proyectarán en el cerebro. Ya no hacen falta las pantallas.

"Como si fuera culpa nuestra que una máquina diseñada para manipular la dopamina y pensada para tenernos enganchados, nos tenga hipnotizados"

Sin embargo, no todo es nicotina digital, y yo me defino como tecnooptimista. (Leyéndome hoy, no lo parece, lo sé).

La tecnología también nos ha conectado como nunca. Nos ha permitido seguir operaciones a distancia gracias al 5G, mantener la educación y la comunicación durante una pandemia mundial, generar comunidades para colectivos antes invisibles, facilitar la vida de personas con discapacidad, democratizar el acceso al conocimiento, e incluso salvar vidas a través de herramientas de inteligencia colectiva.

En Cataluña, por ejemplo, más del 90% de la población entre 16 y 74 años usa internet diariamente para estudiar, trabajar, formarse, comunicarse con la familia o acceder a servicios esenciales. No se trata de demonizar la tecnología, sino de aprender a convivir con criterio. Como con cualquier herramienta trascendental como esta, el problema no es el cigarrillo, el problema es el diseño que montamos alrededor.

Esto no impide que haya impactos que hay que abordar. Un estudio recientemente impulsado por Cotec e Iseak concluye que los estudiantes que hacen uso intensivo de dispositivos digitales dentro del aula tienen peores resultados académicos: hasta 22,5 puntos menos en matemáticas, el equivalente a medio curso escolar. Lo mismo ocurre con lectura y ciencias. Y cada vez hay más jóvenes universitarios que dejan de utilizar IA para evitar perder pensamiento crítico y creatividad. No estamos hablando de luditas, sino de personas altamente autoexigentes que quieren preservar su capacidad intelectual.

Y después hay días en que el mundo nos hace un favor y se apaga. Hace unas semanas, un apagón dejó sin cobertura en España y Portugal. No era que no sintiera el móvil porque lo hubiera dejado en otra habitación, ni porque se hubiera muerto la batería. No funcionaba porque ningún móvil funcionaba. Y aquel “ninguno” lo cambiaba todo: no había FOMO. Nadie me estaba escribiendo, nadie me estaba mirando, nadie me estaba pidiendo nada. Y yo, por primera vez en mucho tiempo, dejé de aguantar la respiración.

Aquella tarde sentí una felicidad que no venía de un mensaje, ni de un like, ni de un vídeo cortito. Era una alegría antigua, de antes de internet. Una alegría de salir a la calle y saber que si no estabas, nadie te encontraría. Como cuando en los noventa salías a jugar y lo único que contaba era llegar antes de que hubiera cola en los columpios.

"Y aquel “ninguno” lo cambiaba todo: no había FOMO. Nadie me estaba escribiendo, nadie me estaba mirando, nadie me estaba pidiendo nada"

Y entonces me pregunté: ¿es grave, doctor? ¿Es grave encontrar más bienestar en la desconexión que en la hiperconexión? ¿Es un síntoma, una recaída, una nostalgia por un mundo que no volverá? O quizás el mundo me está diciendo una cosa que aún no quiero escuchar: que no necesitamos más tecnología que nos humanice y nos relaje, sino más humanidad que sepa cuándo apagarla.