Durante siglos, la correspondencia epistolar fue el medio de comunicación entre personas que, con sus cartas, dejaron un legado que ahora nos permite entender mejor la historia —y que han inspirado películas y libros. De hecho, cuando en las películas un personaje abre una carta, oímos en voz en off la voz de quien la ha escrito, con su tono, su ritmo, su intención. No es la voz de quien lee: es la voz de quien piensa, reflexiona y lo escribe.
Hoy, las notas de voz de WhatsApp nos ofrecen exactamente eso: el sentimiento en el texto, la voz del autor. Bueno, no siempre. Si solo es para decir "recuerda comprar arroz bomba", quizás no hace falta tanta teatralidad. Pero tiene mucho sentido cuando se trata de comunicarnos como hacíamos con la correspondencia epistolar, una práctica social casi extinguida por culpa del teléfono de Graham Bell —bueno, en realidad era un invento de Antonio Meucci, pero eso ya sería tema para otro artículo—.
Una buena parte de la correspondencia epistolar desapareció con la llegada del teléfono. Las conversaciones se hicieron sincrónicas, efímeras y sin dejar apenas rastro. Las excepciones eran contadas, como cuando la policía grababa, por orden judicial, las conversaciones telefónicas entre miembros de la mafia de turno.
Además, pasaba algo bastante molesto, todo sea dicho. Pensad que, en aquel momento —el del estallido del teléfono— eran los criados quienes tenían que dejar lo que estuvieran haciendo, por urgente o importante que fuera, si sonaba una campanilla activada por la señora o el señor de la casa. Esto, incomprensiblemente, se acabó extendiendo a toda la población: la misma señora o el mismo señor también tenían que dejarlo todo cuando alguien, quien fuera, y por lo que fuera, decidía llamarles por teléfono. La campanilla se normalizó con el ring del teléfono. No sé si alguien exclamó algo tipo “¡adónde vamos a llegar! ¿Qué será lo siguiente, tener que llevarles un café con galletitas?”
(Por cierto, bastantes boomers mantienen el ring clásico en sus smartphones. ¿Casualidad? Quizás no).
"Una buena parte de la correspondencia epistolar desapareció con la llegada del teléfono. Las conversaciones se hicieron sincrónicas, efímeras y sin dejar apenas rastro"
Con el correo electrónico parecía que recuperábamos el espíritu de la comunicación escrita, pero el remedio fue peor que la enfermedad. En seguida se volvió algo masivo, rutinario e incluso insoportable; el email estaba —está— lleno de formalismos, prisa y respuestas automáticas. Por si no fuera suficiente, lo empezamos a usar para todo: desde coordinar una cena informal hasta recibir la propuesta de un supuesto príncipe nigeriano ofreciéndote una fortuna descomunal a cambio de una pequeña transferencia. Los correos realmente importantes, aquellos que querías responder con calma y extensión, quedaban sepultados bajo docenas de mensajes aburridos que pedían una respuesta rápida. La calma perdió la partida.
Con las notas de voz, en cambio, recuperamos la esencia de la correspondencia de toda la vida: el tono, el tiempo de reflexión, la posibilidad de archivar, releer —o reescuchar— y analizar.
Sí, ya lo sé: si te escuchas a ti mismo, nunca te gustará tu voz. Lo siento, pero no tiene remedio. Tu voz auténtica, tal como suena para el resto del universo, nunca te gustará. Aprende a aceptarlo. Y una vez lo consigas, solo mejorarás porque eres tu peor crítico en esto de la comunicación oral.
"Los 'boomers' anti notas de voz son, en realidad, una evolución de los 'boomers' anti contestador"
¿Te machacas la espalda y la musculatura en el gimnasio para mejorar el cuerpo? ¿Pasas hambre para afinar la figura? ¿Hincas los codos en apuntes infumables para sacarte unas oposiciones? ¿Y ahora dices que no grabarás cuatro notas de voz que te ayuden a comunicarte mejor? ¡Anda, va! Más coherencia, es lo que necesitamos.
Olvídate del contestador automático: no es lo mismo. Los boomers anti notas de voz son, en realidad, una evolución de los boomers anti contestador. Gente acostumbrada a que todo el mundo esté disponible justo cuando a ellos les da por decir algo. Da igual si al otro no le va bien; si su cadencia de voz es soporífera. ¿Pensad que han hablado de esto suyo con su psicólogo?
Por suerte, hay quienes han evolucionado. Hay toda una generación —la postboomer, digámoslo así— que antes de llamar te envía un texto preguntando: “¿Cuándo te va bien que te llame?” Nada de campanillas para criados. Cuando esto pasa, se me saltan las lágrimas. Aún hay esperanza.
Para temas urgentes siempre tendremos el texto. Como antes teníamos el telegrama que te entregaba en casa un motorista estresado. Es verdad que nunca dijimos, por telegrama, “recuerda comprar arroz bomba, STOP”. Básicamente porque, cuando hubiera llegado, las gambas de la paella ya harían el trenecito dentro de la nevera. Con música de Georgie Dann, claro.
"Para guardar, como las cartas de antaño en cajas de zapatos. Ahora los podéis guardar en la 'cloud'; ¡no me diréis que no es mucho más romántico!"
El mundo ahora va mucho más deprisa que los motoristas de los telegramas postales. Mientras tanto, y para cosas más reposadas, las notas de voz tienen momentos impagables y memorables. Para guardar, como las cartas de antaño en cajas de zapatos. Ahora los podéis guardar en la nube; ¡no me diréis que no es mucho más romántico que una caja de zapatos!
Pero para todo aquello que quiere un poco más de profundidad, intención y voz —en todos los sentidos de la palabra—, las notas de voz son, en definitiva, una evolución digna de la correspondencia. Una evolución que, quizás, dentro de unos años, también celebrarán los historiadores. O quizás no, porque las notas de voz se perderán como perdimos la dignidad en el grupo de WhatsApp de cuarto de primaria y después —porque ya da igual— en el grupo de la familia.
Bien, dicho todo esto, al final, tampoco hace falta que hagas ver que eres feliz mientras escuchas notas de voz; la felicidad es un proceso evolutivo. O dos.