En el asunto del servicio de Rodalies de Barcelona se mezclan muchos aspectos. El primero y fundamental es que en el área de Barcelona vive demasiada gente. Catalunya quedó desequilibrada -y desarticulada, de paso- cuando Reus dejó de ser la segunda ciudad de Catalunya. Desde entonces, las autoridades han buscado siempre que Barcelona -su área metropolitana- fuera la segunda ciudad de España, hecho que demuestra el nivel de los que nos han mandado. La principal misión de los que nos gobiernan debería ser equilibrar el territorio en lugar de estar siempre pensando en áreas metropolitanas y dramáticos “cinturones” barceloneses.
El segundo gran problema -que no lo sería si no fuera por el primero- es que Barcelona es una ciudad costera y, por tanto, su perímetro equivale a media circunferencia. Los accesos de los que disfruta una ciudad en medio de un territorio pueden utilizar 360°, y Barcelona solo tiene 180°. Por lo tanto, la densidad de los sistemas de acceso debe verse, forzosamente, doblada.
Todo esto ya sería suficiente problema si no fuera que, encima, Catalunya sufre de un problema adicional, que no es menor: Renfe. Esta empresa -para calificarla de alguna manera- forma parte del dueto, junto con Correos, que la democracia -entre otras muchas cosas- no desmontó cuando se murió Franco. Nos encontramos, pues, con una herencia envenenada que se ha ido propagando y retroalimentando a lo largo de los últimos decenios.
Gracias a la Unión Europea (UE), su existencia legal como monopolio parece que tiene los días contados. Mientras, sin embargo, morirá matando. Al menos, a los catalanes. Ya les expliqué en un artículo anterior que, en un momento de mi vida, tuve tratos con la señora Mercè Sala, que había sido presidenta de Renfe. Fue clara: “con Renfe no hay nada que hacer”. Y es así. Por eso la única solución es desmontarla.
"La primera misión de esta nueva empresa de Rodalies debería ser contratar el servicio a otro operador que no fuera Renfe"
Siempre he tenido la sensación de que los problemas de Rodalies no eran únicamente de inversiones -que también-, sino de personal. Estamos ante un ejército de personas de talante funcionarial, que trabajan sobre tierra quemada con los privilegios que les dio el desembarco de Franco hace 86 años. Y no hay manera. Últimamente, se ha descubierto que había empleados que hacían boicots en la red. No se ha destapado ningún caso más. Y es porque no se ha llevado a cabo ninguna investigación independiente y eficaz. Porque en este tema tengo una certeza. De la misma manera que tengo la certeza de que la otra cara de la luna existe, aunque nunca la he visto.
Ahora que se ha creado este nuevo engendro que administrará las Rodalies de Catalunya, se puede leer entre líneas que han tenido que embutir a Renfe a pesar de todos. Lástima, porque la primera misión de esta nueva empresa de Rodalies debería ser contratar el servicio a otro operador que no fuera Renfe. No podrá ser así. Al menos por un tiempo. Las amenazas que los trabajadores de Renfe emplearon para no hacer huelga, ahora se pagan. Bueno, lo pagarán los usuarios que observarán que no podemos desembarazarnos, de una maldita vez, de esta lacra tardofranquista. Los malhechores continuarán activos en forma de quintacolumnismo.
Ahora cobra especial valor el traspaso de la policía. La creación de los Mossos d’Esquadra. Una persona que estuvo allí me explicó que un mando de la Policía Nacional le dijo que aquel traspaso solo tendría lugar “pasando por encima de su cadáver”. Pero se hizo. Claro que, entonces, los políticos que mandaban aquí no tenían al amo allí. Y el hecho, pesa.
"Uno de los orígenes del fatalismo -tan habitual entre los pueblos hispanizados- es que nada cambia"
Si buscamos en el diccionario la palabra “chantaje” encontraremos que nos dice: “Coacción que se hace sobre alguien amenazándolo de manifestar cosas verdaderas o falsas que lo pueden perjudicar moralmente o materialmente en caso de que se niegue a hacer aquello que el coaccionador le exige”. En inglés el equivalente es “extortion”. Ustedes mismos.
Uno de los orígenes del fatalismo -tan habitual entre los pueblos hispanizados- es que nada cambia. De momento, por mi parte, y en cuanto a la nueva Rodalies, nada más.