A menudo se dice que tener buena memoria es una ventaja competitiva, pero también puede ser una maldición. De hecho, no elegimos qué recordar y qué olvidar: se nos da, y por lo tanto debemos aceptarlo tal como viene. Nuestro propio cerebro hace la selección, decide qué recordarás y qué desaparecerá de aquel mapa oculto que es tu vida. No puedes hacer mucho al respecto... pero algo sí. Y es que, para conservar un recuerdo, disponemos de un mecanismo innato que nos permite hacerlo —y además es gratuito. Se llama amabilidad.
Si quieres que te recuerden, empieza por aquí. No existe ningún superhéroe capaz de recordar al dedillo el último plan estratégico de 87 diapositivas. Aquel mensaje que enviaste a tu equipo diciendo “muy buen trabajo, equipo” (con un puñado de emoticonos ridículos al lado), duró dos minutos en la bandeja de entrada y todo el mundo lo olvidó enseguida; y (esto quizás duele, ya lo sé), nadie abrió el PDF adjunto. Querías ser recordado, pero no era esta la manera.
En cambio, todos recordamos alguna llamada. Aquella en la que casi no te salía la voz pero llamaste a tu jefe diciendo que no podías ir a trabajar, que estabas hecho polvo, y recuerdas que te respondió “no te preocupes, por favor, y cuídate”. Fue un mensaje de cuatro segundos, pero notaste enseguida que no lo decía por protocolo, que le salía de dentro. Aquí lo tienes. Y también recuerdas aquella vez que metiste la pata hasta el fondo, y no recibiste una bronca fría, sino que un compañero te dijo que esto nos puede pasar a todos. Aquí lo tienes de nuevo: esto no se olvida fácilmente.
Amabilidad, sinceridad, empatía, ser agradable, ser humano... llámalo como quieras. No sale en los gráficos de rendimiento trimestrales, no se mide en OKR ni en evaluaciones 360, es cierto, pero está ahí —y cuando no está, se nota. La intuición nos dice que la ternura es un valor importante en las relaciones humanas, y muchos estudios lo confirman. Entre muchos otros, Harvard y el IESE han investigado el peso de la empatía en las culturas corporativas y coinciden en destacar su impacto positivo.
Estos son algunos de los resultados publicados por HRIder y la U.S. Chamber of Commerce Foundation: en entornos donde se promueve la amabilidad, la energía colectiva aumenta un 26% (medido en el grado de implicación en los proyectos), el compromiso con los resultados crece un 44% y la motivación por aprender, alrededor de un 30%. En cambio, en ambientes tóxicos o neutros, dos de cada tres personas pierden rendimiento, y en la mitad de los casos esto se refleja en la calidad del trabajo.
En entornos donde se promueve la amabilidad, la energía colectiva aumenta un 26%, el compromiso con los resultados un 44% y la motivación por aprender un 30%
“Ser agradable” no es una debilidad, es un superpoder. Quizás no es una palabra habitual en el lenguaje profesional, pero debería serlo. Porque es rentable, mejora la productividad, reduce la rotación de personal y es un ingrediente esencial para la innovación. Darnos cuenta de que es responsabilidad nuestra suavizar aquel ambiente cortante como un cuchillo es rentable.
Las organizaciones y empresas no son más que equipos temporales formados por personas, y por lo tanto dependen de fenómenos que ocurren dentro de nosotros. Las palabras amables y los comportamientos empáticos liberan serotonina, dopamina y endorfinas, y generan bienestar, casi sin darnos cuenta. Esto no sale en los presupuestos ni en los balances de resultados, pero tiene consecuencias. Es química, es cultura... y es memoria, porque es esto, en esencia, lo que recordaremos.
No se trata de instaurar una hora de los abrazos en la oficina ni de pegar frases inspiradoras en los lavabos para que aprendamos a sonreír ante el espejo mientras nos lavamos las manos. Hablamos de liderazgo real, de dar importancia a las personas y a las relaciones entre ellas, no solo con palabras sino también con hechos. De reivindicar la escucha y la coherencia, pero sobre todo de vivir estos valores. En estos entornos se puede decir “perdón” o “no puedo” sin miedo, y sabiendo que el silencio puede ser un reflejo del miedo, se anima a hablar. Los conflictos se resuelven desde la voluntad de entender, no desde el castigo.
No nos dejemos cegar por la palabra “líder”: todos tenemos algún papel en la creación de estas culturas. Piensa, por ejemplo, hasta qué punto te importa que tus compañeros estén bien, o cómo ayudarás a aquel nuevo compañero que aún solo tiene un currículum impreso. Pregúntate qué harás para que no nos haga falta llevar armadura.
"No puedes elegir qué recordarán de ti, pero sí cómo quieres que te recuerden"
Tu cargo lo olvidarán, pero quizás alguien recordará a la persona que había detrás: alguien útil, incluso entrañable. Puedes elegir ser el arco iris en el cielo de alguien, como decía la gran Maya Angelou. No puedes elegir qué recordarán, pero sí cómo quieres que te recuerden. Esto sí que está en tus manos.