Das Experiment (2001), dirigida por Oliver Hirschbiegel, es una película alemana basada libremente en el Experimento de la prisión de Stanford, del año 1971. Aunque la película no es una recreación fiel, sí que toma la esencia para explorar hasta qué punto las personas pueden asumir roles autoritarios o sumisos cuando se les da poder o se les priva de libertad.
La cinta es especialmente inquietante porque muestra cómo, en un entorno artificial, pero aparentemente controlado, las normas sociales se derrumban con una rapidez aterradora.
El experimento original en el que se basa la película es de 1971 y es probablemente el experimento psicológico más famoso —y uno de los más controvertidos— del siglo XX. No por los resultados, que también, sino por la falta de ética con la que se diseñó y ejecutó.
El experimento de Zimbardo
Diseñado y conducido por el Dr. Philip Zimbardo, el experimento pretendía demostrar la influencia de situaciones extremas en el comportamiento de las personas. El estudio fue subvencionado por la Armada de los Estados Unidos, que buscaba una explicación a los conflictos en su sistema de prisiones y en el del Cuerpo de Marines.
Zimbardo hizo una llamada en el campus de Stanford. Quería estudiantes voluntarios para participar en una simulación de una prisión. La participación era remunerada, dejaba en principio tiempo para estudiar y sólo había que hacer un poco de teatro: algunos harían de guardias, otros de prisioneros, asignados aleatoriamente. Se presentaron 70 voluntarios, de los cuales se escogieron 24. Pero el experimento fue mucho más allá del juego de rol que los estudiantes creían.
Zimbardo diseñó el experimento hasta el último detalle. Los estudiantes que debían hacer de prisioneros fueron detenidos en su casa por policías de verdad, esposados y trasladados al sótano del departamento de Psicología, reconvertido en una prisión improvisada. El montaje buscaba el máximo realismo —y lo consiguió. También con lo que pasó a continuación, cuando todo se precipitó.
Los presos entraron rápidamente en su papel. Los prisioneros bajaban la cabeza, obedecían las órdenes, se resignaban. Los guardias también asumieron su rol autoritario: empezaron a imponer normas absurdas, a degradar a los internos, a infligirles castigos cada vez más humillantes. En cuestión de horas todo cambió. Los guardias se volvieron crueles, violentos y sádicos. Algunos lo hacían por diversión, otros por no desentonar, pero todos acabaron atrapados por el personaje.
"En cuestión de horas todo cambió. Los guardias se volvieron crueles, violentos y sádicos"
En el documental del experimento, hay un momento en que, durante los días previos, Zimbardo da instrucciones a los “guardias”:
“Podéis producir miedo, hasta cierto punto, en los prisioneros que se aburran; podéis crear una noción de arbitrariedad y que su vida está totalmente controlada por nosotros, por el sistema, vosotros y yo, y de que no tendrán privacidad... Les despojaremos de su individualidad de diversas formas. En general, todo esto conducirá a un sentimiento de impotencia. Es decir, en esta situación, tendremos todo el poder y ellos no tendrán ninguno.”
Durante el experimento, Zimbardo y su equipo estaban al otro lado de la pared observándolo y filmándolo todo, un Zimbardo transformado en director del Show de Truman. El experimento se tuvo que interrumpir al cabo de seis días cuando la tensión terminó con enfrentamientos violentos físicos: una vez los prisioneros se hartaron de las humillaciones, decidieron organizarse y atacaron a sus captores.
La lección fue tan contundente como incómoda: puestos en determinadas condiciones, cualquiera de nosotros puede convertirse en opresor o víctima. El contexto puede más que la moral y la frontera entre civilización y barbarie es mucho más delgada de lo que nos gusta pensar. El experimento resurgió a raíz de las torturas de soldados estadounidenses en las prisiones de Guantánamo y de Abu Ghraib.
"La lección fue tan contundente como incómoda: puestos en determinadas condiciones, cualquiera de nosotros puede convertirse en opresor o víctima"
Aunque los resultados parecen probar la intuición que todos tenemos —dale poder a alguien y lo conocerás de verdad—, las conclusiones del experimento deben ponerse en cuarentena. Hoy conocemos aspectos del experimento que en su momento no sabíamos: la involucración casi fanática de un Zimbardo en el rol de director de la “prisión”, su condicionamiento a los “policías”, el hecho de que todo el mundo sabía que se estaba grabando y más aspectos relevantes que invalidan las hipótesis del experimento: si las premisas son falsas, lo será necesariamente cualquier conclusión.
En el documental que Zimbardo hizo —una pesadilla filmada en 16 mm con luz fluorescentes— se ven escenas espeluznantes de humillaciones, vejaciones y tortura. Pero aunque todo lo que se ve en el documental pasó de verdad, no es cierto.
Con los años, han ido saliendo voces que cuestionan la versión oficial. A pesar de ser uno de los experimentos más citados y estudiados de la historia de la psicología, algunos de sus protagonistas no hablaron hasta décadas después. Y cuando lo hicieron, el experimento cambió.
Han explicado que en todo momento supieron que participaban en una especie de Show de Truman y que sentían el ruido de las cámaras detrás de los tabiques del sótano y los comentarios de los investigadores. Los “policías” se dijeron a sí mismos que, si lo que quería Zimbardo era un buen show de televisión, y por eso les pagaba, le darían lo mejor del mundo.
"Los “policías” se dijeron a sí mismos que, si lo que quería Zimbardo era un buen show de televisión, y por eso les pagaba, le darían lo mejor del mundo"
Dave Eshelman —álias "John Wayne", el guardia más cinematográfico, con patillas gigantes y gafas de espejo— habló años después por primera vez en un episodio del pódcast Vsauce. Confesó que todo fue, en buena parte, una actuación. Que Zimbardo les animó a seguir, a subir el tono, a “hacerlo interesante”. Y que, a pesar de que han pasado los años, “es extraño el día que no reciba un correo electrónico con amenazas de muerte”.
Pero no os cuento todo esto sólo para recomendaros la película Das Experiment, que os la recomiendo; ni el documental de Zimbardo, que también, ni el episodio de Vsauce. Ni siquiera para recomendaros mi libro La democracia muere en la nube, donde hablo de ello en detalle (este sí que lo tenéis que leer).
Os lo cuento porque lo que enseña —y sobre todo lo que no enseña— el experimento de Zimbardo es que debemos tomar los discursos científicos, históricos y mediáticos con una mirada crítica. Demasiado a menudo lo que vemos, a pesar de que esté pasando, no es cierto; es sólo un Show de Truman donde hay que saber quién actúa, quién lo graba y, sobre todo, quién dirige.
"Demasiado a menudo lo que vemos, a pesar de que esté pasando, no es cierto; es sólo un 'Show de Truman' donde hay que saber quién actúa, quién lo graba y, sobre todo, quién dirige"
Esta vez el famoso experimento vuelve a ser actualidad por lo que estamos viendo estos días en Los Ángeles a raíz de las detenciones y secuestros indiscriminados por parte de miembros de los matones del ICE de EE.UU. Observad que nos encontramos en la misma tesitura: policías, prisioneros, cámaras —muchas cámaras— y un director con una hipótesis a validar.
Policías y prisioneros han sido escogidos, como en el experimento de Stanford, también en cierto modo al azar. A un lado y al otro hay californianos de origen mexicano. Los vemos entre los policías —sobre todo entre la Guardia Nacional— y entre los manifestantes. No me refiero a mexicanos que cruzaron la frontera, que también. Me refiero a mexicanos a quienes la frontera cruzó en 1848 cuando EE.UU. se anexionó California. De hecho, muchas de las familias de origen hispano son más americanas que la familia de Trump: ya estaban allí antes de EE.UU., de México y antes de que todo aquello fuera la California del Reino de España. Lo cantan los Tigres del Norte en su tema Somos más americanos (aquí precisamente en un directo en Los Ángeles).
Por lo tanto, en cierto modo, la bandera mexicana —que lleva el águila y el Nopal de la leyenda azteca de la fundación de Tenochtitlán, hoy Ciudad de México— es más legítima en California que la del tío Sam.
La otra es el comportamiento de la policía. Como en el experimento de Zimbardo, hemos visto a la policía abusar de su poder: disparando balas de goma de manera deliberada contra la prensa, en la cabeza de manifestantes, negando ambulancias a los heridos y dando un golpe de bastonazos desde el caballo a un manifestante abatido y cercado por cuatro caballos más. Sumadle al experimento el ejército y los marines.
Y en cuanto a las cámaras, hay más de las que nos podemos imaginar; más de las que podría soñar el Dr. Zimbardo.
Aparte de las cámaras de vigilancia de las calles, las de los móviles de los manifestantes, las que la policía lleva en los cascos y en el pecho, están las cámaras de unos invitados muy especiales, nada conspicuos: las de los vehículos inteligentes que están provistos de muchísimas cámaras y de muy alta definición. De manera involuntaria se han añadido al bando policial.
"Aparte de las cámaras de vigilancia de las calles, las de los móviles de los manifestantes y las que la policía lleva en los cascos y en el pecho, están las cámaras de unos invitados muy especiales: las de los vehículos inteligentes"
En una de las primeras manifestaciones, el jueves, se quemaron al menos cinco vehículos autónomos Waymo (de la empresa de Alphabet, matriz de Google). Resulta que para poderse mover de forma autónoma necesitan muchas cámaras que lo filman absolutamente todo. Un contenido muy apetecible para servicios secretos y cuerpos policiales que Waymo cede cuando se lo reclaman. Sumadle la foto de las grandes tecnológicas apoyando a Trump en su juramento y ya tenéis los incentivos de los manifestantes para hacer un San Juan avanzado.
Como en el documental del Zimbardo, todo lo que estamos viendo en Los Ángeles está pasando, pero no es verdad. Es una gran simulación desde su concepción: no es cierto que en EE.UU. haya una invasión de inmigrantes; no es cierto que la mayoría sean delincuentes; no es cierto que en LA —con el 50% de la población de origen hispano— haya un problema de convivencia, no es cierto que a la población que defiende a sus conciudadanos de los chulos del ICE sean terroristas, no es cierto que las manifestaciones deban combatirse con el ejército y no es cierto que California sea un teatro de guerra. En las últimas horas sabemos que el departamento de interior ha hecho volar dos drones Predator de vigilancia de los que el ejército utiliza en teatros de guerra como Afganistán.
El Show de Trump comparte con el experimento de Stanford no sólo los actores y el hecho de que sea un experimento, comparte también que las premisas son falsas, las hipótesis a validar también, el método no es ético y el director del experimento actúa, como hizo Zimbardo, como director de la prisión. Por lo tanto, cualquier conclusión será necesariamente falsa.
En todo caso, si todos estos argumentos no os acaban de convencer, seguro que las palabras de la alcaldesa de Los Ángeles Karen Bass lo harán: “Me hace sentir como si nuestra ciudad fuera en realidad un experimento, un experimento de lo que pasa cuando el gobierno federal interviene y quita la autoridad al estado o al gobierno local”.
En otras palabras: un experimento que empezó como el Show de Trump y que ha terminado como el Experimento de la prisión de Stanford.