La idea del bien y del mal ha sido ampliamente discutida en las aulas y despachos de filosofía. Hemos tenido múltiples situaciones en las cuales se borraba la idea de lo que es bueno y es malo, se reflexionaba sobre el valor real del bien y el mal, o se pensaba a quién servía esta diferencia. Algunos, incluso, afirmaron que estos valores morales son construcciones sociales al servicio de lo que llamamos hegemonía cultural y sentido común. Antonio Gramsci, filósofo y teórico marxista italiano, fue uno de ellos.
La hegemonía cultural, para Gramsci, es el dominio de una clase que impone su visión del mundo como sentido común universal. No se basa solo en la fuerza, sino en el consenso, haciendo que las ideas dominantes parezcan naturales y legítimas para toda la sociedad. Así, el sentido común depende de quién domina la hegemonía, así como las transformaciones se producen cuando esta hegemonía pasa de unos valores a otros.
Por ejemplo, es parte de la hegemonía cultural que las familias necesitan un coche, o que las mujeres cocinen y los hombres trabajen, o que las personas delgadas son más bonitas que las gordas. Todas estas asunciones que muchas veces se relacionan directamente con “lo que es natural”, “normal” o “de sentido común” son, en realidad, construcciones culturales.
Una vez revelada esta silenciosa cooptación de lo que consideramos como normal, vemos cómo no solo aquello que hemos considerado siempre bueno y malo no solo no tiene esta certeza categórica que le habíamos dado hasta ahora, sino que siempre ha dependido de un contexto muy específico, de unas circunstancias bien establecidas. Esto no quiere decir relativismo: quiere decir comprensión de unos valores escogidos y de unos pactos sociales que, hasta ahora, quizás no habíamos cuestionado. Porque aunque toda sociedad requiere un grado de libertad, también necesita unas normas, y es importante que, aunque construidos, tengamos unas normas del juego. Si más flexibles o más duras ya es una decisión que debemos tomar socialmente.
"En nuestra sociedad hay muchos valores morales que aún restan de un tiempo donde la religión era el patrón moral de conducta general"
El mismo Gramsci señala que, en el sentido común también hay contradicciones y rastros de cosmovisiones alternativas. Por ejemplo, en nuestra sociedad hay muchos valores morales que aún restan de un tiempo donde la religión era el patrón moral de conducta general. Así, ser capaz de crear una forma de conciencia crítica capaz de cuestionar el orden establecido no solo disputa este terreno y transformarlo en emancipaciones, sino también reconfigurar lo que nos parece bien y adaptarlo a cómo queremos que se organice nuestro sistema de prioridades.
En un momento como el actual, de oscuridad y violencia, donde el mundo parece que está dominado solo por aquellos que hasta ahora solo han hecho lo que hemos entendido como “mal”, debemos recordar siempre que el sentido común es solo una construcción y que, justamente por esta esencia, podemos transformarla. Que no es normal ni aceptable producir masacres, que no es lícito explotar a miles de trabajadores del sur global, que la guerra y la violencia no son formas humanas de vivir. En un momento en que la fragilidad se muestra tan explícitamente, quizás es este el momento en que podemos romper con la hegemonía y cuestionar lo que, hasta ahora, hemos entendido como normal.