“Ari, me ha pasado una cosa muy curiosa”. Empiezo a hablar con un amigo que ha ido a Lisboa por trabajo y me cuenta que lleva unos días comiendo en diferentes restaurantes. Ayer cenó en una taberna local por 17 euros y hoy, que ha decidido ir al centro, ha pagado 70 euros por un menú de carne a la brasa. “Todo era gente extranjera, no había ni una persona que pareciera que realmente vivía allí”, me comenta por teléfono: “¿Cómo se lo puede permitir, esto, la gente de aquí?”.
Hace unos años que vivo fuera de Catalunya, en Ámsterdam, y una de las diferencias de precio más grandes (después del precio del alquiler), es la de comer o tomar algo fuera. Mientras que en Catalunya lo más típico es quedar con una amiga en una terraza para tomar algo, en Ámsterdam vamos a pasear, al parque o a casa de alguien si las condiciones climáticas no lo permiten. En raras ocasiones vamos a un bar porque sabemos que nada bajará de los cinco o seis euros por consumición.
Cuando vuelvo a casa durante las vacaciones, o voy a Barcelona por trabajo, siempre pienso que por fin volveré a pagar precios “normales” por las cosas. Pero desde que mi casa se ha convertido en un escenario para un turismo masivo y devastador, en el centro del Eixample un café vale casi lo mismo que en el centro de Ámsterdam, con la diferencia de que la persona que se lo toma en mi ciudad de acogida seguramente cobra el doble que el de la capital de mi país. Por lo tanto, no solo los precios en Barcelona son mucho más altos que antes, sino que el coste relativo ha llegado a unos puntos que es escandaloso.
Mi generación hace tiempo que asume una inflación que no se corresponde con nuestros salarios, pero tampoco, en muchos sectores y productos, con su coste real. Pagamos alquileres estrafalarios por habitaciones que se consideran de lujo si tienen una ventana o una cama doble, ropa a raudales, pero a precios muy bajos fabricados sin ningún tipo de consideración por los derechos ambientales y humanos, y unos hábitos sociales que nos empujan a consumir, gastar dinero o no ahorrar para estar al día de las tendencias. No es que la generación de jóvenes actual sea muy diferente de la anterior (al contrario, hay estudios que afirman que tendemos a emborracharnos menos), pero tenemos unas condiciones mucho más precarias a unos sueldos que la última vez que se revisaron nosotros aún nos mordisqueábamos los cordones de los zapatos.
"Quién sabe si, teniendo las mismas oportunidades que tengo fuera en casa habría marchado nunca, o me habría planteado quedarme tanto rato después del máster"
La inflación de precios también afecta, claro, cuando viajamos. El problema es que nos afecta de manera desproporcionada según si venimos de un país donde los salarios están en línea con el coste de vida o no. Que sí, que yo no me puedo quejar porque vivo fuera, pero a veces pienso que yo también me puedo quejar justamente porque vivo fuera. Quién sabe si, teniendo las mismas oportunidades que tengo fuera en casa habría marchado nunca, o me habría planteado quedarme tanto rato después del máster. Quién sabe si no sería mucho más atractiva, una ciudad que restringiera la capacidad de sus visitantes y mostrara un entorno sostenible, cuidado, tranquilo, sin masificaciones, donde la población local vive bien y sin estar atemorizada de lo que puede llegar a tardar llegar a casa. ¿No sería mucho más bonito, pienso, que hicieran con nosotros lo que hacemos nosotros cuando visitamos países donde “oh, se vive tan bien” y “allí sí que lo tienen bien pensado”?
La inflación general no la solucionaremos solo nosotros, pero lo que sí que podemos hacer es pensar de qué manera, ante un aumento de precios, podemos ajustar la ciudad y la economía del visitante (esta palabra guapa que antes se reducía en “el turismo”), para hacer que los jóvenes puedan seguir quedando en una terraza, o a dar un paseo, o a sentarse en un banco mientras se explican los unos a los otros que el año que viene seguramente se podrán comprar una casa, si siguen ahorrando. Sin tenernos que preguntar, como hacemos ahora, cómo se lo puede permitir, esto, la gente de aquí.