Píldora filosófica: Ajustarse a las circunstancias

Todo irá bien, le dije. Sabía que mentía y ella también. El mundo cada día va a peor, y de la circunstancia en la que se encontraba no ha vuelto, de momento, nadie. La conversación me hizo pensar en todas las cosas que no podemos controlar a pesar de que nos afecten de mala manera. Toda la frustración y la impotencia que, como humanos, no podemos evitar sentir ante la injusticia. Y aquel constante recordatorio de que nuestras emociones, aunque nobles, no servirán para nada. No solucionarán nada mientras los injustos se mantienen en el poder y masacrar a poblaciones enteras siga siendo una estrategia aceptable de defensa por parte de la comunidad internacional.

Hablamos mucho de navegar la incertidumbre, pero muy poco de gestionar la frustración. De entender que nos equivocaremos una vez, y otra, y otra. Que esto nos hace humanos. Que no hay ninguna manera de alcanzar ningún tipo de perfección moral en un mundo completamente caótico, desorganizado y contradictorio. Ahora bien, la frustración se debe navegar con un remo de conciencia y otro de esperanza, con una fuerte convicción de lo que es correcto y una lectura cínica de lo que se puede lograr con perspectivas realistas. Durante muchos años esta reflexión me pareció pobre, insulsa, insuficiente. Pero en momentos de crisis como los presentes, cuando la humanidad demuestra, una vez y otra, que el límite está mucho más allá de lo que considerábamos posible, supongo que todo pensamiento procura ajustarse a las circunstancias.