Ya no tenemos elementos sagrados, o quizás muy pocos, o quizás no de la misma manera que los teníamos hace unas décadas. Ahora lo podemos destrozar todo sin tener miedo a las represalias. Los bosques, los ríos, las montañas y los valles ahora son recursos. Las celebraciones, tanto religiosas como paganas, una excusa para consumir aún más. Los momentos de descanso una excusa para ir a pisar otros lugares del mundo y hacerlos entrar, si no están ya, en nuestro sistema.
Hay muchas cosas que nos llevan a cometer barbaridades, una de ellas, la desacralización de las cosas. No quiero decir, con esto, que deba haber cosas sagradas de la manera religiosa, sino líneas rojas que no deberíamos poder cruzar: no se estropea la comida, la naturaleza es un bien común a preservar, no se matan a niños. Si no hay una distinción entre lo que aceptamos y lo que no aceptamos como sociedad, se abre una puerta a poderlo hacer todo. Si nada es sagrado, las líneas rojas se pueden cruzar todas.
"Necesitamos un límite moral para garantizar la convivialidad"
Por eso, es importante tener coordenadas. Antes las llevaba la religión, ahora necesitamos que lo haga otra cosa. Evidentemente, con la consciencia de su variabilidad con la adaptación a los tiempos que corren, pero necesitamos un límite moral para garantizar la convivialidad. Si no es así, ya hemos visto qué pasa. De hecho, aún lo estamos viendo, hoy, en algunos lugares del mundo.