La vida está hecha de altibajos: momentos de gran alegría y otros de profunda tristeza. A pesar del impulso capitalista que nos empuja a negar el dolor y a centrarnos solo en lo positivo u optimista, debemos aprender a convivir con todas sus formas. Las buenas, las malas, las que aburren y las que no nos interesan demasiado. Es en el equilibrio de este conjunto que podemos llegar a encontrar el sentido de todo ello.
Esta semana hemos conocido a un nuevo Santo Padre. A pesar de ser fruto de un cierto consenso, su elección no ha despertado grandes entusiasmos dentro de los diversos sectores de la Iglesia. A su vez, nos ha dejado una figura estimada de la izquierda latinoamericana: José “Pepe” Mujica, el antiguo presidente de Uruguay, quien nos recordaba que “no venimos al mundo solo para desarrollarnos, sino para ser felices”. Y mirando a la felicidad, ayer el Futbol Club Barcelona regaló un momento de euforia a los culés, colocándose líderes de la liga al derrotar a su eterno rival, el Real Club Deportivo Espanyol.
Ni siempre se gana ni siempre se pierde. La vida es una mezcla incierta, y también sus resultados. En una semana marcada por la resaca económica, parece que solo las noticias extremadamente buenas o malas encuentran espacio en las grandes portadas. Y aunque la realidad a menudo se configura a partir de la suma de pérdidas y victorias, también hay que aprender a habitar los grises, los matices, aquello que no hace ruido, pero sostiene el día a día.