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Sitges, capital de la industria de la felicidad

La Blanca Subur es un híbrido enchufable, con la autonomía perenne que le confieren la oferta cultural, el relato del modernismo, la anatomía de la fiesta y la excepcionalidad de sus rincones

Sitges tiene las condiciones escénicas, ha hecho los deberes del equilibrio ambiental y tiene un gremio potente y beligerante, pero dialogante con el consistorio | iStock
Sitges tiene las condiciones escénicas, ha hecho los deberes del equilibrio ambiental y tiene un gremio potente y beligerante, pero dialogante con el consistorio | iStock
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Coordinador general de la Mancomunidad Penedès-Garraf
13 de Agosto de 2025 - 05:30

La economía es la ciencia humilde de la misma manera que el turismo es la industria de la felicidad; en apariencia, dos oxímoron. Podríamos contraponerlos a la economía de la felicidad y la industria humilde; queramos que no, dos utopías.

 

De la industria de la felicidad se habló mucho a raíz del libro de William Davies que nos acerca la idea de que los estados inoculan a la ciudadanía la necesidad de ser felices y centrarse en todo aquello que les aporte bienestar emocional.

No nos debemos dejar deslumbrar por aquello que se llama la economía de la felicidad. Tiene que ver con todos aquellos recursos y amparos políticos orientados al bienestar subjetivo de las personas; contentar a la gente, en versión actualizada del panem et circenses.

 

Sin quemarse y cogida por el mango, la gran paella del turismo nos invita a la euforia solo de vez en cuando. Depende del auditorio y el influjo del calendario lunar que se hable del sector turístico con optimismo o con desolación. Siempre he pensado que no hay tanta diferencia con los campesinos de la fruta dulce de la Granja de Escarp. Según como llueva.

Sin quemarse y cogida por el mango, la gran paella del turismo nos invita a la euforia sólo de vez en cuando

Sitges enamora y estimula los amores; en su diversidad, sea cual sea la acepción de la promiscuidad y se excite la libido con más o menos subrepción. Es sabido que los lugares que provocan las emociones epicúreas, como también los éxtasis del alma, son especialmente atractivos para las mentes creativas; también para los negocios.

La Blanca Subur es un híbrido enchufable, con la autonomía perenne que le confieren la oferta cultural, el relato del modernismo, la anatomía de la fiesta, los fenotipos ambulantes y la excepcionalidad de sus rincones.

La hostelería y la restauración —la una y la otra en todas sus versiones posibles— también han contribuido a hacer de esta villa mediterránea un referente turístico reconocido en toda Europa. Hace unos días, alrededor de Santa Marta, que es la patrona de los hosteleros y los restauranters, se reunieron un puñado de profesionales del sector y, entre discursos inevitables y proclamas recurrentes, alguien enfatizó aquello que, al fin y al cabo, son artífices de la industria de la felicidad.

Ahora no nos distraeremos con el Home Movens del profesor Burgaya, que enciende las luces rojas de la llamada turistificación y la comunión de daños colaterales que comporta. Hay que tener en cuenta este tipo de provocaciones, pero sin condenar a nadie a trabajos forzados. Tenemos que hacer los deberes y resolver las amenazas, eso sí.

Como coadyuvante de la felicidad, el turismo debe garantizar mucho más que la calidad y la sostenibilidad, que son irrenunciables en el catálogo de cualquier destino de categoría. Ya no son un valor añadido; son aspectos ineludibles. Si tenemos que ser promotores de la felicidad, tendremos que tener en cuenta a los clientes, pero también a los trabajadores.

Como coadyuvante de la felicidad, el turismo debe garantizar mucho más que la calidad y la sostenibilidad, que son irrenunciables en el catálogo de cualquier destino de categoría

Uno de los grandes retos de la hostelería es la profesionalidad de las plantillas. El factor determinante es la estabilidad, que solo se puede conseguir si se rompe la estacionalidad. En este sentido, Sitges está muy por encima de buena parte de sus competidores. El turismo de congresos —aquello que los flabioleros de la cobla llaman MICE— está totalmente consolidado y favorece determinados equilibrios del mercado laboral.

Tenemos que reconocer que estamos a medio camino para llegar al mejor escenario. La contribución de la Escola d'Hosteleria del Institut Joan R. Benaprès es del todo meritoria; ¡suerte tenemos!

Un municipio que quiere mantenerse en lo alto del ranking, pero, merece una apuesta complementaria orientada a la formación de profesionales y el reciclaje continuado. No hay ninguna otra fórmula que garantice la mejora constante de los oficios. El sector privado y el estamento público deberían conjurarse y consolidar un centro de referencia de primer orden, con sello propio. Se hacen esfuerzos para promocionar los atractivos de la villa y también serían necesarios esfuerzos para garantizar la calidad del servicio a partir de la profesionalidad.

El sector privado y el estamento público deberían conjurarse y consolidar un centro de referencia de primer orden, con sello propio

Cualquier destino turístico que se erigiera en factoría de felicidad sobresaldría por encima de las otras y alcanzaría el podio de la competitividad. Sitges lo tiene cerca. Tiene las condiciones escénicas, ha hecho los deberes del equilibrio ambiental —con algún claroscuro, es cierto— y tiene un gremio potente, bastante beligerante, pero a la vez dialogante con el consistorio de turno. Por cierto, el idilio entre el Ajuntament y los representantes del sector es para mojar pan; ¡de siempre! Merecería una viñeta escasa en L’Auca del senyor Esteve.

No me puedo estar de poner agua a la malvasía. Como en cualquier relato y como la vida misma, la felicidad se ve amenazada. Ya hemos explicado que este trozo de mundo está singularmente afectado por el crecimiento residencial y por el envejecimiento. Una cosa y la otra son las opositoras para la industria de la felicidad. La población recién llegada —los metecos del siglo XXI— no quiere saber nada de la movida y exige tranquilidad. A la vez, la gente, cuando nos hacemos mayores, no queremos ruido. Se adivina un choque de intereses que no ha hecho más que manifestarse. Irá a más.

Será cuestión de armonizar la pirotecnia que requiere la actividad turística con la serenidad que pedirán los nuevos residentes. Con toda seguridad, la emersión de un electorado menos tolerante condicionará las ordenanzas municipales de los años venideros, hasta enmudecer la felicidad.