
La verdad es que la primera vez que tuve que viajar a la ciudad de Kuala Lumpur -ya hace unas décadas- casi no sabía situarla en el mapa. La única referencia que había leído, y visto por la televisión, eran las aventuras de Sandokán, protagonista de los libros de Emilio Salgari. Este personaje adoptaba el sobrenombre de “El tigre de Malasia”. Y es que la península Malaya (también conocida como península de Malaca) estaba llena de tigres. De hecho, todavía hay muchos. En el hotel Raffles de Singapur -que hasta 1965 formó parte de Malasia- consta que en la década de 1920 entró un tigre que causó un gran revuelo.
En aquella época, la única posibilidad de viajar desde Europa a Kuala Lumpur era, prácticamente, vía Londres. Un viaje largo. La ciudad estaba en plena ebullición y transformación. El país crecía a un ritmo del 7% anual. Se palpaba que su población abandonaba rápidamente el hambre y la cultura plenamente rural en favor de una rápida industrialización. La capital formaba parte del típico caos urbano oriental, donde la mejor posibilidad de comer era en las paradas de las calles, donde se preparaba una cocina simple, pero de un gran atractivo para aquellos que pensamos que la asepsia no debe constituir el pilar de la gastronomía.
El territorio de lo que hoy es Malasia había sido poblado por personal que se intercambiaba de forma continuada con Filipinas, Tailandia, Indonesia, etc. Es decir, aquellos pobladores de la zona que, si no me equivoco, forman parte, en buena parte, de la misma raza. A partir del siglo XV, y debido a la influencia del Islam, el territorio se organizó en forma de sultanatos -aunque los árabes habían estado ya desde el siglo X-. Eran, sin embargo, unidades dispersas sin ningún tipo de federalismo ni ninguna otra organización que la impulsada por el territorio, una península que los aislaba del resto del continente mediante el istmo de Kra, que es territorio mayoritariamente tailandés.
El territorio de lo que hoy es Malasia había sido poblado por personal que se intercambiaba de forma continuada con Filipinas, Tailandia, Indonesia, etc
A finales del siglo XVIII se establecieron los británicos mediante la Compañía Británica de las Indias Orientales -que, todo sea dicho de paso, debería constituir un claro ejemplo de lo que significa la colaboración público-privada de la que, vanamente, se llenan la boca nuestros políticos-. Antes habían llegado los portugueses -que controlaron el estrecho de Malaca los siglos XVI y XVII, y también los holandeses que, a su vez, expulsaron a los portugueses. El caso es que británicos y holandeses establecieron un pacto. Unos se quedaron en la península de Malasia y los otros lo que ahora es Indonesia. Y como, en medio, quedaba la isla de Borneo, por eso actualmente la mitad de la isla pertenece a Malasia y la otra mitad a Indonesia.
Los británicos organizaron Malasia sobre el sistema de sultanatos y territorios que ya existían: en total unos catorce mini estados. Hasta que llegó la independencia en 1957. Los británicos dejaron una buena herencia: un sistema monárquico parlamentario y la common law como sistema de derecho básico. El jefe del estado cambia cada cinco años y es uno de los sultanes de uno de los estados. Lo hacen de manera rotatoria. Este rey no tiene poder, claro. El parlamento está formado por una cámara baja y un senado- se elige cada cuatro años siguiendo el modelo occidental-. Hasta la fecha, el sistema político ha sido útil y funciona según las leyes. Los locales consideran a los británicos como unos grandes amigos con los que, a menudo, cuentan. No hace falta decir que Malasia forma parte de la Commonwealth.
La población está conformada por tres grandes grupos. Los originales del territorio son los malayos que, como he comentado, son de la misma raza que los filipinos e indonesios. Tienen reservado por ley los cargos públicos y los puestos de funcionariado principales. Este hecho ha sido criticado largamente.
Los malayos de raza china acostumbran a ocupar el estatus de emprendedores
El origen de esta discriminación está en la protección de la identidad del país. Porque hay otras dos grandes comunidades que han inmigrado en los últimos decenios en cantidades enormes. Los malayos de raza china acostumbran a ocupar el estatus de emprendedores. La mayoría de pequeños y medianos negocios son creados y gestionados por ciudadanos de este origen étnico. El otro gran grupo lo conforman los malayos de raza tamil -procedentes de la India-. Éstos ocupan los puestos de trabajo profesionales: médicos, ingenieros, abogados, etc. La combinación racial y el reparto del trabajo ha sido eficaz: administración malaya, emprendimiento chino, profesionalidad india. ¿Qué más se puede pedir?
Hasta la llegada de la economía industrial, los recursos naturales constituían el primer recurso importante de generación de riqueza. Hablo de la minería del níquel y de las plantaciones de caucho. En este último caso, el caucho, los británicos fueron los que vieron que este producto tenía un gran futuro. Fue así que desplazaron -con el consiguiente empobrecimiento por aquella zona- la economía de la región de Manaos, en Brasil -ver Desde Manaos: una mancha en el pulmón-. De tal manera que Malasia se convirtió en la primera productora mundial de caucho. La verdad es que ver las enormes plantaciones de este árbol, causa una gran impresión. La productividad es muy alta. Por formación -antigua colonia británica-, y porque la jungla es feroz, todo crece a gran velocidad.
Animales salvajes por todas partes: tigres, serpientes, insectos de unas dimensiones que causan pavor y con los que a menudo te encuentras... Ahora bien, llegados a la década de los 1970, Malasia subió al tren de la industrialización y, junto con Tailandia e Indonesia ampliaron el grupo de los conocidos como cuatro tigres asiáticos (Singapur, Corea del Sur, Taiwán y Hong Kong). Es en aquella región donde, de hecho, se ha fundamentado lo que conocemos como globalización, y que no es nada más que el hecho de que unos cuantos, muchos, millones de personas han abandonado el hambre secular al adoptar formas occidentales. Tienen una renta per cápita de 12.000 dólares (recuerden que en Rusia es de 14.000 dólares).
El país, como digo, va tirando bien. El Estado es confesional musulmán. Pero la libertad religiosa es total y, en la mayoría de sultanatos, uno no sabe cuál es la religión dominante. Hay iglesias católicas -recuerdan el paso de los jesuitas-, iglesias protestantes, templos budistas y mezquitas. Últimamente, sin embargo, los seguidores del Islam se han radicalizado y muestran la intolerancia que los caracteriza. Sería una lástima que se rompiera una convivencia que ha subsistido a lo largo de los siglos. Y que, junto con la adopción productiva occidental, ha dado unos niveles de bienestar envidiables en la zona.