
Ahora que la vuelta al colegio está a la vuelta de la esquina, es un buen momento para reflexionar sobre cómo nuestros sistemas educativo y económico podrían fortalecer el ascensor social y, al mismo tiempo, reducir una fuga de talento que compromete el futuro del país.
La vitalidad de una economía no se puede medir solo con la frialdad de una hoja de cálculo con los datos del PIB. La verdadera fortaleza de una sociedad reside en su capacidad para generar oportunidades para todos, independientemente de su origen socioeconómico, étnico o geográfico. Este motor, la movilidad social, es lo que permite que el talento florezca, que los individuos aspiren a una vida mejor y que la sociedad, en conjunto, se haga más justa y competitiva.
Cuando este mecanismo falla, cuando el ascensor social se empeña en permanecer en la planta baja, las consecuencias son profundas. Una de las más evidentes es la fuga de talento, un fenómeno migratorio que define el futuro de un país. Observando la realidad desde la perspectiva británica, la comparación con Catalunya revela un contraste incómodo.
El Reino Unido, con todas sus contradicciones, ha mantenido históricamente una fe profunda en la meritocracia. Un ejemplo paradigmático de esta apuesta es el sistema de las Grammar Schools, que son un tipo de escuelas secundarias públicas, es decir, gratis, pero también de una altísima calidad, que seleccionan a su alumnado basándose en un examen de aptitud hecho a los alumnos cuando tienen diez años. Estos centros escolares representan un intento deliberado de potenciar el talento académico por encima del origen socioeconómico de los candidatos. El informe Elitist Britain (2019), de la Sutton Trust, por ejemplo, mostraba que, a pesar de ser una minoría en el sistema educativo (únicamente el 5% de alumnos asisten a estas escuelas selectivas), las Grammar Schools habían formado aproximadamente el 20% de la élite británica, lo que ilustra su papel clave como plataforma de movilidad social.
El ethos meritocrático impregna el mundo profesional en el Reino Unido; en este territorio, el esfuerzo y el valor abren puertas y permiten crecer profesionalmente
Los ejemplos de alumnos brillantes surgidos de estas instituciones abarcan la cima del poder político y empresarial. Pondremos algún ejemplo. Margaret Thatcher, la primera mujer que fue primera ministra de Gran Bretaña, provenía de un entorno modesto. Su padre era propietario de una tienda de comestibles. Fue una Grammar School la que le abrió las puertas a la Universidad de Oxford, donde tuvo como tutora a la premio Nobel Dorothy Hodgkin. Fue allí también donde la Sra. Thatcher se convirtió en la presidenta de la asociación del Partido Conservador que había en esta célebre universidad. Otro caso es el del exitoso empresario Sir Terry Leahy, proveniente de una familia obrera de Liverpool. Leahy estudió en una Grammar School antes de convertirse en el director general que transformó el supermercado Tesco en el tercer minorista más grande del mundo.
Más allá del sistema educativo, el ethos meritocrático impregna el mundo profesional en el Reino Unido. En este territorio, el esfuerzo y el valor abren puertas y permiten crecer profesionalmente o, incluso, cambiar de rumbo a quien lo desee. Yo mismo soy testigo. Llegué a Gran Bretaña hace más de veinte años, con la intención de quedarme solo nueve meses. En seguida, me di cuenta de que los contactos no eran un requisito para acceder al trabajo deseado. Ni siquiera en el mundo de la política, donde conseguí trabajar como asesor en los parlamentos de Escocia y de Westminster, superando a candidatos locales con una fuerte vinculación a estas organizaciones.
Sin embargo, años después, decidí reorientar mi carrera hacia el sector financiero de Londres, La City. Y la Bolsa de Londres supo ver que mis habilidades y mis conocimientos eran transferibles a su ámbito. Hoy, once años más tarde, sigo operando en La City, trabajando en otra organización, pero a un nivel profesional que, desgraciadamente, Catalunya difícilmente me habría podido ofrecer.
El Reino Unido, y especialmente Londres, sigue actuando como un polo de atracción para profesionales cualificados de todo el mundo, incluidos muchos catalanes
En este sentido, en Catalunya el panorama es desolador. A pesar de los objetivos loables de un sistema educativo que aspira a la igualdad, la triste realidad es que el origen social sigue siendo un factor determinante en el éxito académico y profesional. El ascensor social parece averiado y sin las herramientas o la capacidad para superar las fuerzas de la desigualdad socioeconómica externa.
Esta diferencia en la permeabilidad social tiene un reflejo directo y estremecedor en los movimientos migratorios. El Reino Unido, y especialmente Londres, sigue actuando como un polo de atracción para profesionales cualificados de todo el mundo, incluidos muchos catalanes. Llegan buscando una carrera dinámica y meritocrática que sienten que en su lugar de origen difícilmente encontrarán.
Mientras tanto, Catalunya experimenta un doble flujo migratorio que debería encender todas las alarmas. Por un lado, sufre una "fuga de cerebros" constante de jóvenes bien preparados que se marchan por una necesidad imperiosa de encontrar trabajos cualificados y bien remunerados que el tejido productivo catalán no genera de forma abundante. Paralelamente, se convierte en receptora de una inmigración principalmente de baja cualificación, esencial para sostener sectores clave como los servicios, la restauración, la construcción y la agricultura, pero que evidencia un modelo económico que renuncia a competir en la liga del conocimiento y de la innovación.
La lección británica, con todas sus imperfecciones, es que hay que crear itinerarios académicos y profesionales claros y bien abiertos a la excelencia
En definitiva, un ascensor social ineficiente no es solamente un problema de injusticia para los ciudadanos, sino que también se convierte en un lastre para el desarrollo económico del país. Una sociedad incapaz de retener su talento es condenada a la mediocridad profesional. La lección británica, con todas sus imperfecciones, es que hay que crear itinerarios académicos y profesionales claros y bien abiertos a la excelencia. El reto para Catalunya es enorme: reparar el modelo, para que el ascensor no solo funcione y pueda retener a los buenos profesionales de nuestra casa, sino que, además, se convierta en un punto atractivo para el establecimiento de los mejores profesionales foráneos. Solo así podemos aspirar, como país, a que el ascensor social nos permita alcanzar el ático económico que nos corresponde.