
Es un juego de sillas a tres rondas. Primera ronda, miles de tenderos y propietarios de pymes cierran, y decenas de miles de trabajadores cualificados abandonan los puestos de trabajo de toda la vida. Segunda ronda, otros ocupan sus plazas -inmigrantes mayoritariamente-. Y tercera ronda, los que se han ido del mercado se convierten en rentistas.
Estos días, el turismo y la hostelería van desesperados en busca de empleados para que les salven la temporada. Desde hace tiempo, otros sectores también los buscan y no los encuentran, como el comercio al detalle y la distribución en general, los servicios a las personas, la construcción, la limpieza, la agricultura, el reparto a domicilio, el transporte urbano y el interurbano, los almacenes logísticos…
Los nativos abandonan masivamente estos puestos de trabajo caracterizados por largas jornadas laborales e ingresos exiguos, tanto si se es amo, asalariado o trabajador por cuenta propia. Por suerte, las 6.852.348 personas de nacionalidad extranjera, según los últimos datos del INE de principios de año -el 14% de la población total- han venido a ocupar estas plazas, mantienen la fuerza de trabajo y los salarios a raya. Son los que se ponen delante de los bares y restaurantes, los nuevos franquiciados, los camioneros, los taxistas de las aplicaciones, los agricultores, los pequeños constructores, etc.
¿Por qué abandonan los que se marchan? Por un lado, porque la era tecnológica ha irrumpido y muchos profesionales no han querido subirse al nuevo carro o no se han podido adaptar al nuevo entorno. Por otra, la pandemia impulsó un cambio en la valoración del tiempo, de la convivencia, de la calidad de vida, de la salud mental, que ha cambiado la forma de vivir tradicional de muchos conduciéndolos a renunciar voluntariamente o involuntariamente; en vez de buscar otro trabajo, simplemente dejan de trabajar y se repliegan.
Los nativos abandonan masivamente estos puestos de trabajo caracterizados por largas jornadas laborales e ingresos exiguos
Este juego de sillas abre una cuestión: saber dónde han ido a parar los que abandonan estas profesiones que ocupan los extranjeros. La primera aproximación a la respuesta es que a medida que dejan sus trabajos tradicionales, aprovechan las indemnizaciones, los traspasos o la venta de sus activos para capitalizar y convertirse en rentistas.
A los rentistas tradicionales -los que han heredado, los jubilados, los históricos de toda la vida- se ha añadido una cantidad inmensa de recién llegados que han transformado el piso o inmuebles que poseían en patrimonio, el dinero del traspaso del local, los bonus o la venta de activos o la indemnización en rentas de alquileres, dividendos, es decir, la disponibilidad económica, gestionando los pequeños o medianos patrimonios obtenidos a raíz de las últimas crisis que les han obligado a abandonar el trabajo de toda la vida.
Hay un trasfondo económico que se debe revelar. Paralelamente al trasvase laboral producido, el inmobiliario dispara enormemente sus precios. Según datos de Fotocasa, el precio medio de una vivienda de ochenta metros cuadrados en 2015 era de 129.420 euros y este año ha llegado a 199.114 euros, es decir ha aumentado el 54%. Han perdido, por un lado, pero el escenario les ha sido propicio.

Los expertos en vivienda deberán identificar si la causa de la evolución del inmobiliario es la baja construcción de vivienda social, la falta de topes o la conversión de muchos pisos en vivienda turística. Deberán averiguar también cuál ha sido el efecto de la llegada de estos capitales procedentes de aquellos que abandonan las empresas y los puestos de trabajo en la revitalización del mercado de valores, de los fondos de inversión y de otros activos financieros, y, naturalmente, de los peligrosos circuitos como el de las criptomonedas.
Sea cual sea la causa, el hecho es que los nuevos rentistas revalorizan sus activos mediante la venta, el alquiler, la hipoteca o sencillamente recortando el cupón.
Según la Agencia Tributaria, en las declaraciones del IRPF correspondientes al año fiscal 2022 aparece como mínimo medio millón de catalanes que ingresan más de diez mil euros anuales en conceptos de alquileres, lo cual significa que el 14,5% de los catalanes disponen de estos tipos de renta; no es una cantidad para tirar cohetes, pero diez años atrás llegaba a la mitad. En Madrid se produce una situación similar. Aunque en todo el estado el número de rentistas es menor que en Catalunya -2,1 millones de contribuyentes declara ingresos por alquileres, lo cual significa el 9,5% de la población-, la proporción no hace nada más que aumentar.