
La sostenibilidad ha dejado de ser una opción ética para convertirse en un factor clave de competitividad empresarial. En este nuevo paradigma, el estado español parte con un recurso que muchos países europeos envidian: uno de los mayores patrimonios naturales del continente. El desafío es transformarlo en motor económico antes de que se erosione.
Un activo económico infravalorado
España dispone de una de las mayores reservas de capital natural de Europa: desde los bosques mediterráneos de Sierra Morena y las marismas de Doñana, hasta los fondos marinos de Baleares, los caudales del Ebro o la diversidad agrícola de La Mancha.
Según datos de la Fundación BBVA y el Ivie, esta riqueza alcanza los 9.156 euros per cápita, un 34% por encima de la media europea. Comunidades como Castilla y León, Andalucía o Castilla-La Mancha superan incluso los 20.000 euros por habitante, situándose entre las regiones más privilegiadas del continente.
El capital natural es el activo silencioso que sostiene las cadenas de valor más estratégicas del país
Sin embargo, la tendencia es preocupante: desde 1995 el capital natural per cápita ha caído un 15%, y España ha pasado del quinto al octavo puesto en la clasificación europea. Mientras tanto, países como Finlandia y Suecia triplican el valor gracias a políticas sostenidas de conservación, digitalización rural y valorización de ecosistemas. Cada hectárea degradada no solo pierde valor ecológico: erosiona también nuestra economía futura.
Infraestructura estratégica para la nueva economía
El capital natural no es solo medioambiente; es infraestructura económica. Su degradación impacta directamente en la productividad, la resiliencia y la rentabilidad de sectores clave:
- Agroalimentario: la pérdida de polinizadores o la escasez hídrica comprometen la producción y encarecen los costes.
- Turismo: la calidad de playas, parques y reservas marinas define la competitividad de los destinos.
- Energías renovables: viento, sol y agua son la materia prima de la transición energética.
- Construcción: la arquitectura bioclimática y los materiales sostenibles revalorizan los activos.
El capital natural es el activo silencioso que sostiene las cadenas de valor más estratégicas del país.
Aunque el estado español destaca en la Unión Europea (UE), otros países fuera del continente poseen aún mayores reservas de capital natural. Naciones como Canadá, Brasil o Australia combinan vastos territorios con abundantes recursos forestales, hídricos y mineros, lo que les otorga ventajas geoeconómicas significativas.
En un mundo interconectado, no basta con liderar en Europa: es imprescindible preservar y gestionar de forma inteligente estos activos para mantener relevancia global. Proteger lo que tenemos es tan importante como innovar con lo que tenemos.
Casos empresariales que marcan el camino
Varias compañías españolas demuestran que la sostenibilidad es un multiplicador de valor. Por ejemplo, Iberdrola y Acciona son líderes globales en renovables e hidrógeno verde, mientras que Heura Foods ha demostrado ser un ejemplo en innovación alimentaria plant-based con impacto social y ambiental.
No son los únicos casos: también existen otros casos de éxito como La Fageda, todo un ejemplo de economía circular con arraigo territorial, o el Grupo Lobe, con edificios Passivhaus con un 90% menos de consumo energético. Estas empresas no solo generan valor económico, sino que nos posicionan como referente en sectores clave de la economía verde.
Las empresas que integran criterios ESG tienen 1,8 veces más probabilidades de obtener un rendimiento financiero superior
El Green Transition Index 2024 de Oliver Wyman sitúa a España en el puesto 19 de 29 países europeos en transición verde. Sobresale en eficiencia hídrica y reducción de emisiones, pero retrocede en transporte, gestión de residuos y energía. Según EY, las empresas que integran criterios ESG tienen 1,8 veces más probabilidades de obtener un rendimiento financiero superior. Además, acceden a financiación verde, atraen talento y fortalecen su reputación.
En la nueva economía verde, la ventaja competitiva se mide en emisiones evitadas, agua preservada y biodiversidad protegida. Por todo ello, esta supone la oportunidad de la década: el estado español tiene recursos, talento y urgencia climática para convertir la sostenibilidad en motor económico.
Sin embargo, para lograrlo debe acometer ciertas acciones, como por ejemplo acelerar la inversión en I+D verde, digitalizar y dinamizar el medio rural o impulsar la colaboración público-privada. Preservar nuestro capital natural es preservar nuestra competitividad global. Si sabemos cuidarlo y potenciarlo, España no solo conservará su riqueza ecológica. También consolidará su liderazgo en la economía verde del siglo XXI.