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El acuerdo UE-EE.UU.: un sacrificio de la sostenibilidad a cambio de estabilidad comercial

El resultado no es justicia, sino una competencia desleal que desincentiva el compromiso empresarial con la sostenibilidad

Ursula von der Leyen i Donald Trump tras llegar a un acuerdo comercial | Europa Press
Ursula von der Leyen i Donald Trump tras llegar a un acuerdo comercial | Europa Press
Silvia Urarte
Fundadora y directora general de la consultora Conética
29 de Julio de 2025 - 05:30

El nuevo acuerdo comercial entre la Unión Europea (UE) y Estados Unidos se ha presentado como una solución pragmática para evitar una guerra arancelaria. Pero cuando hay un pulso entre economía y sostenibilidad, la parte económica suele ganar. Este pacto lo confirma una vez más.

 

El pasado 27 de julio, la UE y EE.UU. alcanzaron un acuerdo que fija un arancel general del 15% para la mayoría de productos europeos exportados al mercado estadounidense, evitando así el temido 30%. Además, algunos sectores estratégicos — aeronáutica, semiconductores, productos químicos y medicamentos genéricos— quedan exentos de aranceles gracias al sistema zero-for-zero. Pero el pacto va más allá del comercio de bienes: la UE se compromete a invertir 600.000 millones de dólares en EE.UU., a la vez que a comprar energía estadounidense (gas natural licuado, petróleo y combustible nuclear) por un valor de 750.000 millones de dólares.

 

 

Sin embargo, el acero y el aluminio europeos seguirán soportando aranceles del 50%, una medida que afecta directamente a sectores industriales clave y que simboliza la falta de reciprocidad en el pacto. Esta excepción, lejos de ser anecdótica, refleja las tensiones persistentes en torno a la política comercial estadounidense y su enfoque proteccionista.

Pero, ¿dónde queda la sostenibilidad? Más allá de los equilibrios comerciales, el acuerdo plantea serias dudas sobre su alineación con los objetivos climáticos y sociales de la UE. En un momento en que Europa aspira a liderar la transición ecológica global, este pacto refuerza un modelo de crecimiento intensivo y dependiente de combustibles fósiles.

  1. Dependencia energética fósil. El compromiso de importar grandes cantidades de energía convencional de EE.UU. contradice los objetivos europeos de descarbonización. El gas natural licuado tiene una huella de carbono elevada, y el resurgimiento de la energía nuclear sigue sin resolver cuestiones clave como la gestión de residuos. Además, las exigencias medioambientales de la UE —como la normativa sobre emisiones de metano o la taxonomía verde— difícilmente serán compatibles con ciertos proveedores energéticos estadounidenses, generando inseguridad jurídica y posibles conflictos normativos.
  2. Ausencia de cláusulas ecológicas vinculantes. A diferencia de otros acuerdos recientes, como el tratado UE-Mercosur o el CETA con Canadá, este pacto no incluye compromisos ambientales claros ni hace referencia al cumplimiento del Acuerdo de París. Tampoco establece mecanismos de seguimiento, sanción o condicionalidad en materia climática o social. La sostenibilidad no ha sido integrada como criterio estructural del acuerdo, sino relegada a un plano secundario. Y eso tiene consecuencias. Una de las más graves es la injusticia competitiva que genera para miles de empresas europeas que sí han invertido en adaptarse a los estándares medioambientales exigidos por la UE. Estas empresas han asumido costes de transición, innovación y cumplimiento normativo, mientras que el acuerdo permite importar productos de proveedores que no están sujetos a las mismas exigencias. Es como el juicio bíblico del rey Salomón: dos madres reclaman al mismo niño, y la verdadera está dispuesta a renunciar a él para que viva. En este caso, las empresas que han hecho los deberes —la “madre verdadera”— aceptan el sacrificio por el bien común, apostando por un modelo más limpio y responsable. Pero el tratado comercial entrega el niño —el mercado— a la “madre falsa”: a quienes no han cumplido, no han invertido, no han respetado los estándares. El resultado no es justicia, sino una competencia desleal que desincentiva el compromiso empresarial con la sostenibilidad.
  3. Un modelo de crecimiento obsoleto. Este pacto refuerza un modelo basado en producción intensiva, comercio a gran escala y crecimiento económico sin límites. Justo lo contrario de lo que exigen la economía circular, la relocalización estratégica y la resiliencia ecosistémica.

Si el acuerdo no va acompañado de políticas públicas que prioricen la transición ecológica, inversión verde e innovación responsable, será una oportunidad perdida

Así pues, cabe preguntarse: ¿es el acuerdo UE - EE.UU. una oportunidad desperdiciada? Este tratado puede interpretarse como una vía para ganar tiempo y estabilizar relaciones en un contexto internacional volátil. Pero si no va acompañado de políticas públicas que prioricen la transición ecológica, inversión verde e innovación responsable, será una oportunidad perdida. Porque la sostenibilidad no se construye solo con discursos. También se define en las alianzas, en las reglas del juego. Y cuando estas reglas ignoran el impacto ambiental, comprometen el futuro económico que pretenden proteger.

¿Qué debería incluir un acuerdo comercial sostenible?

Para que los tratados comerciales estén alineados con los objetivos climáticos, deberían incorporar diversos aspectos clave, tales como cláusulas vinculantes sobre reducción de emisiones y protección ambiental, o bien mecanismos de revisión y seguimiento climático. Por otra parte, también se deberían contemplar incentivos para tecnologías limpias y cadenas de suministro sostenible, así como la condicionalidad ambiental en inversiones y compras públicas.

Esta vez, el niño se lo queda la madre equivocada: el acuerdo penaliza a las empresas europeas que sí han cumplido con los estándares medioambientales, lo cual genera una competencia desleal

En resumen, si bien es cierto que el acuerdo UE-EE.UU. reduce tensiones arancelarias y da certidumbre al comercio transatlántico, también lo es que refuerza la dependencia de energía fósil, en un momento clave para la transición energética. Asimismo, carece de compromisos ambientales o sociales vinculantes, hecho que debilita el liderazgo climático europeo. Al mismo tiempo, mantiene aranceles del 50% sobre el acero y el aluminio europeos, afectando sectores clave sin ofrecer contrapartidas. Y, por último, penaliza a las empresas europeas que sí han cumplido con los estándares medioambientales, lo cual genera una competencia desleal.

En definitiva, esta vez el niño se lo queda la madre equivocada. El marcador es claro: Economía 1 – Planeta 0. La pregunta ahora es: ¿cuántos goles más puede encajar el planeta antes de que decidamos cambiar las reglas?