
El desembarco de influyentes empresarios en la vida política de Estados Unidos es una constante a lo largo de la historia de este país. Recientemente, y todo el revuelo que esto genera en todos los sentidos: afectaciones a las cotizaciones de sus empresas, toma de decisiones instantáneas pero con un fuerte desconocimiento del funcionamiento de los poderes públicos que hace que las buenas intenciones acaben en nada, estirabotes gesticulares y retóricos más propios de películas del far west, y otros despropósitos fruto de la necesidad de reformas urgentes bien diagnosticadas pero con unas terapias equivocadas. Es evidente que el marco mental norteamericano es diferente del europeo y, por lo tanto, la valoración social del empresariado en la vida política activa de EEUU es mucho más alta que en Europa.
¿Toda Europa se comporta de la misma manera? ¿Por qué en el sur de Europa y en nuestra casa es tan difícil ver empresarios en la primera línea de fuego político?
Pues no, va por barrios y seguramente hay muchos factores que lo explican. Intentaremos detallar algunos:
En nuestro país tenemos una larga tradición de demonización de la figura empresarial que ha generado un clima de desconfianza respecto a su participación en la política, ya que se asocia con una voluntad de enriquecimiento personal a base de obtener privilegios. También existen factores endógenos: las incompatibilidades y riesgos legales y las inhabilitaciones por conflicto de intereses afectan a los negocios propios.
"La demonización de la figura empresarial ha generado un clima de desconfianza respecto a su participación en la política"
También disuade la entrada del empresariado en la política el coste personal y reputacional. Tienen una alta exposición mediática que genera un desgaste importante y puede afectar a la imagen de sus empresas.
Algunos empresarios que han hecho aproximaciones a la política os dirán que la diferencia de mentalidad es abismal. Los lenguajes, los ritmos y los objetivos de la política y de la empresa son antagónicos en muchas ocasiones. La empresa trabaja buscando siempre la eficacia, es decir, hacer las cosas lo mejor posible con el menor tiempo posible, mientras que la política trabaja teóricamente más con consensos y plazos más lentos. Y digo teóricamente porque en muchos países de Europa la fragmentación política, la complejidad y la incapacidad de llegar a consensos invalida el noble propósito político. En definitiva, el empresario de éxito tiene muy pocos incentivos para contribuir a la gestión política, ya sea por una pérdida económica imprevisible o, sobre todo, por la falta de libertad de gestión. Pensad que, siendo optimistas, la capacidad real de intervención en un presupuesto público apenas alcanza el 10% de la cuantía total de todo lo que se gestiona, una vez has pagado el famoso capítulo 1 de nóminas de personal, el pago de intereses de la deuda, las amortizaciones, gastos fijos y los gastos comprometidos de ejercicios anteriores. ¿Qué margen le queda a un empresario con voluntad de sacudir la vida política y mejorar el bienestar de la ciudadanía... muy poco, a menos que sea un amante de las inauguraciones, conferencias y otras actividades de representación institucional.
Con este panorama, ¿cuáles son los perfiles profesionales que se dedican a la política? No os extrañará nada que os diga que entre el 60% y el 70% de nuestros representantes públicos son funcionarios con reserva de plaza laboral; los profesionales liberales ocupan entre el 10% y el 15% de los cargos, y el resto, empleados del sector privado, jubilados y empresarios.
"Los lenguajes, los ritmos y los objetivos de la política y de la empresa son antagónicos en muchas ocasiones"
¿Estamos solos con esta disfunción social y política? ¿Qué papel juega la estructura institucional en este modelo? El modelo partitocrático europeo, especialmente en países como España, Italia o Francia, favorece el control del poder político por los partidos tradicionales y dificulta mucho el acceso de perfiles independientes, como los empresarios, al ejercicio de la política por varias razones: una selección interna rígida hace que los partidos funcionen como clubes cerrados, donde la promoción depende más de la fidelidad que de la competencia o la experiencia profesional o, como se ha dicho toda la vida, tu carrera depende de los carteles de propaganda electoral que hayas podido pegar.
Cabe destacar también la dependencia de la financiación pública: los partidos están muy subvencionados, lo que reduce la necesidad de captar talento externo o escuchar a sectores sociales como el empresarial. Un mal y crónico modelo de financiación de los partidos políticos genera corrupciones generalizadas e institucionalizadas que sacuden los cimientos del país por falta de voluntad política de resolverlo. La hipocresía revestida de falsa honestidad nos arrastra por el barro durante décadas y no se arreglará hasta que se cambie su marco regulatorio.
¿Quién quiere empresarios y autónomos en su partido? ¿Gente librepensadora, poco disciplinable y controlable por los aparatos de los partidos? Pues no muchos, y si ponen, en cuentagotas, para no tomar daño.
Tenemos una desconexión institucional alarmante. La arquitectura institucional, especialmente en el sur de Europa, limita el peso directo de la sociedad civil y del mundo empresarial en las decisiones, que se filtran por la jerarquía de los partidos y se vuelven endogámicas. ¿Qué se han creído las instituciones, las fundaciones, las asociaciones y otras entidades que acumulan conocimiento y talento? Ahora que mandamos nosotros, ¿nos tienen que decir qué tenemos que hacer? Ahora que tenemos el “poder” para intentar autoperpetuarnos eternamente, ¿tenemos que escuchar a la sociedad civil organizada que trabaja por el bien común? Pues así nos va. Unos partidos políticos con niveles reputacionales a mínimos históricos por no querer escuchar y permeabilizarse con la sociedad que les rodea, con la complicidad de una parte de los funcionarios que participan de esta mirada cerrada y autosuficiente.
El caso europeo: dos cosmovisiones
¿En el resto de Europa pasa lo mismo? Pues como podemos imaginar, no. Tenemos culturas y tradiciones religiosas diferentes que conforman valores también diferentes de entender el papel de la ciudadanía en el gobierno de los países y los espacios públicos. Si miramos Suiza veremos que parten de una democracia directa y federal con una participación de los empresarios importante, integrados en el ámbito local y regional. Su característica clave es la generación de consenso y la baja profesionalización de la política.
Si nos acercamos a los Países Bajos, Dinamarca y Suecia, veremos que parten de una base consensual y multipartidista con un fuerte diálogo público-privado, donde el empresariado tiene una gran presencia en las agencias públicas y los consejos consultivos, lo que permite una estrecha colaboración a la hora de definir políticas públicas.
Finalmente, podemos analizar Alemania, donde también tienen un modelo federal y corporativista. Tanto las organizaciones empresariales como las cámaras de comercio tienen una influencia estructurada que permite consensuar la formación dual, la fiscalidad y las políticas energéticas.
Alguien me puede decir que aquí también tenemos una participación de los agentes sociales en la formación y otros espacios públicos y en las políticas activas, pero la realidad es que estos espacios de participación son muy reducidos y más formales que reales, con escaso rendimiento público. La realidad es que los dos modelos son bien diferentes y tienen que ver con raíces bien profundas vinculadas al grado de romanización de sus territorios y la influencia de la reforma como proceso de reflexión sobre el papel del individuo en la sociedad. Modelos jerárquicos con una reverencia permanente al “poder”, al “mando y ordeno” versus modelos abiertos, “federales”, orientados al servicio y al consenso. Países donde el poder público está por encima de la asunción de la culpa y exime de las responsabilidades, el rendimiento de cuentas y, por lo tanto, la palabra dimisión es vista como un acto de debilitamiento y pérdida de poder, impropio de la clase política, versus países donde la responsabilización en los asuntos públicos es tan importante que nos permite ver dimisiones por impagos de multas de tráfico. Dos cosmovisiones diferentes, dos modelos sociales diferentes, dos formas de entender el poder, el servicio y la culpa.
Al fin y al cabo, ¿qué quiere y necesita la ciudadanía para mejorar su calidad de vida individual y colectiva? Una administración que funcione de forma eficiente y que escuche todo el talento social a quien dice servir. ¿Se puede conseguir sin el empresariado? En Alemania y en los países nórdicos tienen claro que la empresa es parte del orden social y debe contribuir al bien común, los empresarios son parte de la comunidad, con deberes sociales, y son países donde se incentiva la colaboración más que la competición. Se valora el orden, la disciplina, la eficiencia, la subsidiariedad, la discreción y la gestión eficiente, la confianza y la solidaridad, y para hacerlo real y efectivo cuentan con los empresarios como una parte consustancial de ellos mismos para alcanzar el bien común compartido.
"En Alemania y en los países nórdicos tienen claro que la empresa es parte del orden social y debe contribuir al bien común"
Nosotros vamos por otro lado. Formamos parte de los países con más dificultades para la integración del empresariado en la política y, curiosamente, compartimos rasgos comunes como una burocracia rígida, una partitocracia cerrada, una desconfianza estructural y una escasa cultura de cooperación público-privada.
Con este panorama, ¿podemos imaginar un incremento de la participación del empresariado catalán en nuestra vida pública? Muy difícil. Nuestro empresariado tiende a alejarse de la política formal y, como hemos escuchado a nuestros abuelos: “niño, no te enrolles”. Se necesitan unos nuevos valores de colaboración, transparencia y cultura institucional abierta para hacer posible su participación, y hoy no se vislumbran las condiciones necesarias para que sea una realidad. Mientras tanto, ¿qué hará el empresariado catalán? Pues seguirá pedaleando, como lo ha hecho siempre, en organismos, entidades e instituciones culturales, sociales, sanitarias y de todo orden para contribuir al bien común e intentar levantar la voz ante los profesionales políticos para que se dignen a escuchar propuestas para un país mejor.
Somos donde somos por nuestro pasado, pero nada es inmutable si nos proponemos cambiarlo.