
Los pueblos son como son por su historia, y las de Japón y Catalunya son muy diferentes desde los orígenes del tiempo. La cultura, las creencias espirituales, la concepción de la comunidad, la economía… todo ha sido diferente durante siglos y aún se puede percibir en la actualidad. Las diferencias éticas entre catalanes y japoneses reflejan cosmovisiones profundamente arraigadas en la cultura, la religión y la historia. Ellos, una fusión bien arraigada de sintoísmo budista con toques confucianos que lo empapa todo. Nosotros, raíces cristianas de matriz mediterránea que, a pesar de la creciente laicidad, aún influencian nuestra cultura.
Su cosmovisión, que mezcla la influencia china del siglo VI y el animismo local de raíces atávicas, les lleva a una ética externa y social donde el honor es lo esencial. El qué pensarán de mí condicionará mi vida más allá de lo que quiera o piense de mí mismo. La comunidad no puede permitirse una persona deshonrosa, que se verá devastada, ella y su entorno, por la vergüenza pública y la pérdida de la reputación. Los “otros”, y no el “yo”, son quienes dirigen la vida de un japonés. Nosotros, con más o menos intensidad, estamos sujetos al concepto de “pecado” ante Dios, no solo ante la sociedad. Nuestra ética es interna y moral, con conciencia individual.
Ellos se fundamentarán en el deber como obligación social, según la casta y etapa vital, con un gran respeto por la familia y la jerarquía. Tendrán como valores supremos la armonía social confuciana y la armonía personal budista religada a la reputación, en un equilibrio cósmico con los ancestros y la naturaleza, sintoísta.
La relación con el otro, basada en el rol social y el respeto confuciano, condicionada por el karma y el deber, genera un control emocional muy grande. Los sentimientos no se muestran, son irrelevantes para la comunidad, y se promueven la moderación y la humildad, esperadas y deseadas por todo buen japonés. Hay que autocontrolarse ejercitando la resiliencia, el ascetismo y la eliminación del deseo personal que perjudique al grupo, procurando no mostrarse demasiado seguros de sí mismos, cosa que se interpreta como signo de arrogancia. Por lo tanto, y como resumen, su ética será colectivista, discreta y basada en el respeto social, mientras que la nuestra, la cristiana, se fundamentará en el individuo, el amor y la gracia de un pensamiento más dogmático y no tan pragmático y contextual.
Consideradas las diferencias éticas, se puede entender que sean dos sociedades tan diferentes. ¿Cómo percibimos nosotros la humildad en el mundo profesional y empresarial? Mayoritariamente, como una debilidad, no como una virtud. Exaltamos los deseos personales, los “tú te lo mereces”, “sé lo que quieres ser”, “expresa lo que sientas y no te lo guardes”, “piensa más en ti que en tu empresa”… El individualismo como expresión del bien supremo que hay que potenciar por encima del interés común. Hacer prevalecer la armonía social en Catalunya no es un valor reconocido, ya que haría renunciar a los deseos personales.
Hacer prevalecer la armonía social en Catalunya no es un valor reconocido, ya que haría renunciar a los deseos personales
En este mismo sentido, el orden y la puntualidad forman parte de este paquete de valores casi sagrados de los japoneses y que son escasos en nuestro país. Solo hay que mirar el funcionamiento de los servicios públicos japoneses y nuestro servicio de Rodalies, que harían sonrojar a cualquier japonés.
La empresa y el trabajador japonés
El trabajador nipón es altamente fiel a su empresa. Vive con ella y para ella y en este sentido de concepción comunitaria, la empresa acogerá al trabajador hasta que se jubile y muera, quid pro quo, ofreciendo en contrapartida un paquete de servicios de todo tipo a lo largo de su vida que a nosotros nos dejaría en estado de shock. Incluso servicios funerarios y menciones en estelas funerarias corporativas.
Todos forman parte de un todo donde el éxito individual se percibe como el resultado de haber trabajado todos por el bien colectivo. Solo así se puede entender su obsesión por la excelencia y poder fabricar, año tras año, los vehículos más fiables según los rankings del sector.
En Japón, todos forman parte de un todo donde el éxito individual se percibe como el resultado de haber trabajado todos por el bien colectivo
¿Os habéis fijado alguna vez en los datos de paro japonés? Si lo hacéis, veréis que son de los más bajos del mundo y se sitúan en el 2,5%. ¿Qué explica unas cifras tan bajas? En Japón, más allá del hecho de que hace falta mano de obra cualificada por el envejecimiento de la población y de la poca presencia de mano de obra extranjera, se entiende que se deben proteger todos los colectivos de la sociedad y se honra el trabajo como una fórmula de participación comunitaria. Así pues, hay un paro encubierto socialmente, ya que muchas personas trabajan tanto en las corporaciones empresariales como en los servicios públicos en actividades totalmente suprimibles. Por las calles se pueden ver muchos funcionarios públicos en los pasos de cebra indicando a los peatones cuándo pueden pasar, o en los andenes de los ferrocarriles dando instrucciones a los pasajeros de forma repetitiva y sin mucho sentido pragmático. Todo el mundo tiene valor, todo el mundo aporta valor, todo el mundo guarda el orden social desde todos los ámbitos de la vida.
No solo en el sector empresarial se hace evidente su ética, en el espacio público es donde más rápidamente se observa el impacto de su sistema de valores. Ni una papelera, ni un papel en el suelo, ni una pintada vandálica, ni un grito, colas perfectas y esperas ordenadas, prohibido socialmente comer o beber por la calle, prácticamente nula presencia de animales de compañía por el espacio público. Entienden que pueden ensuciar el espacio de todos y se limitan a tener pequeños perros o mayoritariamente gatos encerrados en casa (Doraemon es un buen ejemplo). Nada que ver con nuestras calles sucias y gestionadas sin ninguna pizca de respeto colectivo.
Para garantizar la armonía y cohesión social hacen falta unos servicios públicos de calidad, y los japoneses los tienen, aunque sea con una impresionante deuda pública bruta del 235% (la española es del 103% y estamos horrorizados porque nadie sabe cómo se podrá pagar). Pero la diferencia es que su deuda está en un 88% en manos de sus propios ciudadanos y, por lo tanto, no es previsible que lo vendan a fondos extranjeros, mientras que la deuda española tiene un porcentaje de tenedores extranjeros superior al japonés.
Para garantizar la armonía y cohesión social hacen falta unos servicios públicos de calidad, y los japoneses los tienen, aunque sea con una deuda pública bruta del 235%
Exigencia educativa, planificación a largo plazo
En el ámbito del modelo educativo, las diferencias son bien notorias. Ellos parten de la base de prestigiar mucho a su profesorado, que es muy exigente y tiene una gran dedicación, pero es de difícil acceso por los niveles de selección. Practican una disciplina muy alta, exigiendo respeto a las normas, a la autoridad, el esfuerzo y al trabajo colectivo. En consecuencia, ponen muchos deberes y los exámenes son exigentes.
Modelo bien diferente del nuestro, con ratios de alumnos por aula parecidos. Pero hoy por hoy, en los rankings valorativos internacionales, ellos salen mucho mejor parados que nosotros, que hemos perdido la brújula y vamos cambiando de modelo cada cinco años de media. No hace falta decir que su enfoque no es de apoyo psicoemocional a los niños como tenemos nosotros, que vamos generando un pan cada día más blando.
Como dice una buena amiga, Japón tiene una gran humanidad, y creo que no se puede encontrar una mejor descripción que la densidad de las zonas urbanas de un país que concentra el 92% de la población. De media tiene un 50% más de habitantes por km², muy concentrados en las zonas de costa, ya que la zona interior no es urbanizable.
La gran diferencia es que ellos planifican a largo plazo, no como nosotros, que aún discutimos el modelo aeroportuario con una década de retraso
Sus infraestructuras de movilidad públicas son de manual, dando cobertura a la práctica totalidad de la población. Son puntuales y eficientes. La gran diferencia es que ellos planifican a largo plazo, no como nosotros, que aún discutimos el modelo aeroportuario con una década de retraso.
Su sistema sanitario es muy bueno. Trabajan con un copago del 30% y un seguro sanitario obligatorio con una gestión privada bajo regulación pública y libre elección de hospital y médico. Los tiempos de espera son muy bajos y tienen un nivel tecnológico y de innovación muy alto. Curiosamente, en Catalunya hay 4,4 médicos por cada 1.000 habitantes, mientras que en Japón tienen 2,5. Conclusión: casi la mitad de los médicos y listas de espera más bajas. A pesar de ello, la población japonesa tiene una esperanza de vida de 84 años, un año superior a la catalana. Para rumiar, algo en nuestro modelo sanitario no funciona lo suficientemente bien.
Una economía estancada
La economía, por el contrario, no levanta cabeza. Después de las “décadas perdidas” a partir de los años 90, Japón ha tenido y mantiene crecimientos del PIB muy pequeños que no se prevé que mejoren en los años venideros. La crisis inmobiliaria y financiera de los 90, que arrastró industrias y bancos, no se ha podido recuperar. Sumemos una crisis demográfica con un fuerte envejecimiento (en 2024 Japón ha perdido un millón de habitantes) que frena el dinamismo económico y una alta productividad estancada por una sobrerregulación y conservadurismo empresarial que frena la innovación. Todos estos factores y la alta deuda pública hacen que no levanten cabeza.
Catalunya tiene opciones de mejora y crecimiento importantes, pero es necesario que haga las reformas profundas que le hacen falta y que no ha hecho hasta ahora.
Hay que ser valientes y hacer una planificación de infraestructuras a largo plazo para religar el territorio, y nos hace falta revisar un modelo educativo que no sabe dónde va y que ha hecho bajar el nivel de aprendizaje de los chicos y chicas. Necesitamos examinar el modelo sanitario y hacerlo más eficiente. Tenemos que corregir la valoración de una individualidad centrada en los sentimientos y deseos personales para pensar más en los deberes colectivos como fuente de crecimiento y respeto comunitario. Como siempre, en la vida, nadie tiene todos los ases en la manga ni todas las virtudes, pero nos convendría injertarnos un poco más los valores japoneses que han llevado a este país a un alto nivel de bienestar y cohesión social.