Cuando se habla de inmigración se suele proyectar sobre el tema una carga ideológica que en nada ayuda a gestionar correctamente el problema. Porque hay que decir, de entrada, que la inmigración constituye un problema -la gente no se marcha de su lugar de origen por placer-. Un problema que resulta pueril querer solucionar. La inmigración es un problema que, lo máximo a lo que podemos aspirar, es a gestionarlo correctamente. Si intentar buscar una solución a la inmigración constituye ya de por sí una tontería, aún lo es más erigirse en una especie de salvador global. Es de ilusos pensar que Catalunya -incluso, la Unión Europea (UE)- tiene responsabilidad global y planetaria en este fenómeno. Por lo tanto, limitaré este artículo a la inmigración económica e intentaré explicar por qué Catalunya lo está haciendo fatal
En Catalunya ha habido inmigración desde hace años. Hubo una gran oleada a raíz de la Exposición Internacional de Barcelona de 1929. El nivel de obra pública que se desplegó fue enorme, como nunca había ocurrido antes. A ello se sumaron diversas actuaciones a lo largo de los años veinte, como la construcción del metro y el soterramiento del ferrocarril de Sarrià. Fue la gran primera oleada del siglo XX.
Si intentar buscar una solución a la inmigración constituye ya de por sí una tontería, aún lo es más erigirse en una especie de salvador global
La segunda oleada tuvo lugar en los años cincuenta, una vez la economía comenzaba, muy tímidamente, a asomar la cabeza después de la Guerra Civil. Se juntaban varios factores. Uno era la industrialización de Catalunya a gran escala que contaba con un mercado interno protegido: España. Durante el período 1950-1975 aquí construimos de todo. Lo vendíamos en el mercado español y quedaba producto, incluso, para exportar. No está de más recordar la inauguración de la SEAT en el año 1950, que abrió aquel período ciertamente próspero económicamente. Catalunya pasó de 3,2 millones de habitantes a 5,7 millones. Casi se dobló. Los problemas provocados por aquella fuerte oleada fueron los típicos: escasa vivienda, pobre escolarización, etc.
Los siguientes 25 años significaron un crecimiento prácticamente vegetativo de la población y una clara convergencia con Europa. Pasamos de 5,7 millones en 1975 a 6,1 millones en el año 2000. El saldo migratorio fue ínfimo. Pero el PIB per cápita creció enormemente: un 3,5% anual. Situándose un 5% por encima de la media europea.
Llegamos al siglo XXI. Hemos pasado de 6,1 a casi 8,2 millones. Un crecimiento del 34%. Un crecimiento de población tan desmesurado -básicamente debido a la inmigración- como no ha sufrido ninguna otra región o país de Europa. Por lo tanto, es de esperar que haya tensiones. Las razones son múltiples: falta de vivienda, problemas en las escuelas, en la sanidad, etc. Es lógico. Si la población ha crecido un tercio, los servicios asociados deberían estar en consonancia. Y no ha sido así.
Pero adicionalmente a los problemas que se derivan de un descontrol de esta magnitud, hay un sentimiento real. El sentimiento de que los catalanes, de que el país, está perdiendo el carro de la historia. Y este sentimiento, además de ser real, es cierto. Porque entre esta ola migratoria y la de los años cincuenta hay una gran diferencia.
Al llegar a 1975, el catalán -nacido aquí o inmigrado- era, en promedio, más rico que en 1950. Su PIB per cápita había aumentado considerablemente. La razón es que el PIB había crecido a un ritmo del 8% anual, y como la población lo había hecho muy por debajo (a un ritmo del 2,7% anual), el PIB per cápita (que es lo que cuenta) había progresado notablemente, ya que había mucho que repartir. Por el contrario, el crecimiento del PIB entre 2000 y 2025 ha sido, aproximadamente, del 1,9% anual y la población lo ha hecho al 1,3% anual, el crecimiento del PIB per cápita ha sido, pues, muy pobre. Inferior al de las regiones y países europeos que nos rodean. Por eso hay que destacar, vergonzosamente, que si el PIB per cápita de Catalunya estaba en 2000 un 5% por encima de la media europea, hoy está un 12% por debajo. Hemos descendido 17 puntos porcentuales. La explicación parece inmediata: ha crecido demasiado la población. Y es cierto.
Pero sería un error culpar a la inmigración de este hecho. Al fin y al cabo, la gente busca mejorar y vienen a Catalunya porque los llamamos. Y es aquí donde hay que buscar a los culpables, y no estigmatizar a la inmigración. ¿Quién y por qué los llama?
En la mayoría de países —la casi totalidad— se llama a la inmigración cuando el país en cuestión no es capaz de proveer la mano de obra necesaria para sacar adelante la economía. Este hecho tuvo lugar en los años cincuenta entre nosotros, y por eso la prosperidad económica fue un hecho indiscutible —otro tema diferente fue su integración; aspecto a tratar por otro foro—. Pero no ha sido este el motivo de nuestra inmigración en los últimos 25 años. La actual inmigración ha venido llamada por empresarios que han creado modelos de negocio que solo son viables con los salarios que acepta el inmigrante. Quiero insistir en ello. Los inmigrantes no vienen aquí a llenar huecos que los locales no quieren o no pueden ocupar —situación de 100% de ocupación, que no es nuestro caso—. No señor. Los inmigrantes vienen a llenar sectores enteros que en otros lugares no se tolerarían sin, antes, haber pasado el filtro de unos salarios decentes aceptables por el mercado laboral local. A este hecho se le llama *dumping* social. Es decir, se utiliza la mano de obra extranjera para hacer bajar los salarios. Y, insisto por tercera vez, no se trata de salarios por debajo de la media siguiendo una distribución habitual en cualquier economía. Se trata de sectores enteros ideados de tal manera que, sin el uso de esta mano de obra extremadamente barata y poco conflictiva, no serían viables. Son negocios que solo reportan beneficios, y grandes, a sus accionistas, dejando para la sociedad el coste social —médicos, maestros, transporte, externalidades, contaminación tolerada, etc.—. Negocios que, dicho de forma llana, no cubrirían costes si no fuera porque todos los demás ciudadanos se los pagamos. No solo en forma de impuestos, sino también en forma de retroceso y empobrecimiento.
En la mayoría de países —la práctica totalidad— se llama a la inmigración cuando el país en cuestión no es capaz de proveer la mano de obra necesaria para sacar adelante la economía
Algunos me preguntarán de qué sectores hablo. Les pongo sobre la mesa los más escandalosos: turismo e industria cárnica. Y los que se mueven alrededor de estos. Otros me preguntarán quiénes son los responsables políticos del desastre creado en Catalunya -además de los empresarios, responsables económicos-. Fácil: los gobernantes -incluidos ayuntamientos, importantísimo- y los sindicatos.
Todavía habrá quien diga que el hecho es inevitable. Mentira. La población del País Vasco pasó de 2 millones en el año 2000 a 2,2 millones este año. Y mantiene su PIB per cápita en un 16% por encima de la media de la Unión Europea. Y el grifo de la inmigración lo tiene Madrid, también para ellos. Nada más que decir. De momento. Entraremos en cifras y detalles otro día.