El mismo día que la consejera de Economía admitía, por fin, que algo no va bien si aumenta el PIB, pero no lo hace el PIB per cápita, los economistas -por boca de Josep Oliver- proponían que se dejara de subvencionar el turismo y se aplicara el mismo IVA que al resto de la economía, el 21% en vez del 10 actual. Parecen dos elementos alejados, pero no lo son en absoluto. Desde Madrid, se apresuraron a defender el mantenimiento del IVA reducido al sector -hostelería y restauración, básicamente- y se inclinaron por implementar tasas turísticas. Tasas que solo están presentes en Catalunya y, de forma intermitente, en las Islas Baleares.
Si el precio medio de una habitación en Barcelona se acerca a los 200 euros por noche, un 11% más de IVA superaría los 20 euros de recaudación adicional. Para hacernos una idea del contexto, los hoteleros dicen que han subido el precio medio de la habitación en Barcelona entre 2021 y 2024 en 45 euros, un 30% sin contar la inflación. En el mismo periodo, el convenio de hostelería de Barcelona ha subido un 9%. En 2025, aun por terminar, han reducido un poco este precio medio porque el crecimiento del turismo extranjero da signos de agotamiento.
El modelo económico heredado del franquismo
España, y Catalunya con ella, ha sido un lugar de bajos salarios, al menos desde el franquismo. La fuerte represión y la falta de libertades democráticas obligaron a los trabajadores a conformarse con unas condiciones salariales inferiores a las vigentes en las democracias europeas. Estos bajos salarios se convirtieron en una ventaja competitiva a la hora de atraer inversiones extranjeras y aún lo son. Evidentemente, las diferencias territoriales son acusadas, en buena parte, derivadas de la diferente tradición industrial. Las grandes concentraciones de trabajadores propias de la industria les han permitido siempre organizarse mejor y conseguir superiores condiciones laborales que en los servicios, mucho más atomizados. La excepción relativa dentro de los servicios es el sector público, con menores diferencias salariales internas y unas retribuciones relativamente elevadas y homogéneas, a pesar de la diversidad organizativa y del coste de la vida. El lugar destacado en las rentas salariales que ocupa Madrid proviene en buena parte de la macrocefalia administrativa y funcionarial de la capital española.
España, y Catalunya con ella, ha sido un lugar de bajos salarios al menos desde el franquismo
La especialización en servicios personales
A pesar de las duras reconversiones industriales, los trabajadores que han permanecido en el sector han continuado teniendo mejores condiciones laborales que las de los servicios privados, sobre todo entre los que prestan atención a las personas. Evidentemente, con la globalización, nuestra industria ha sufrido la competencia de los productos fabricados en base a costes salariales menores. Esto ha generado diferentes efectos sobre nuestra fuerza de trabajo industrial.
Primero, la disminución continuada de su peso en la economía. Desde el 2000, la industria en Catalunya ha pasado del 27 % del PIB total al 19 % actual. En términos de ocupación, el descenso es aún más pronunciado. Segundo, la externalización de todas las actividades no inherentes al núcleo de la actividad industrial para reducir costes: desde la limpieza al mantenimiento o la vigilancia, lo que ha desarrollado nuevas empresas de servicios más o menos especializadas en la industria, pero ya desvinculadas de la dinámica salarial de esta. Tercero, evidentemente, la automatización y la robotización para aumentar la productividad del trabajo. Y, finalmente, una creciente diferenciación salarial dentro de las empresas, a menudo entre trabajadores antiguos y nuevos, estos últimos con menores derechos adquiridos, menor estabilidad y menor tradición sindical. Todo ello implica una evolución de los salarios medios a la baja en el conjunto de la industria.
En la restauración, en muchas ocasiones se contrata a media jornada y el resto se paga en negro, incluidas un montón de horas extras sin remuneración
Los servicios, mientras tanto, han continuado creciendo muy por encima de la media de la economía. Especialmente, aquellos que tienen que ver con la atención a las personas. Una parte, eso sí, vinculadas o reguladas indirectamente por el sector público con una pérdida de poder adquisitivo menor. El resto de los servicios a las personas, incluyendo a los turistas, han sido los que se han quedado más atrás. En algunos, todavía es habitual la economía sumergida, como los cuidados personales, la limpieza a domicilio o las reparaciones domésticas. En otros, como el comercio al por menor, el salario mínimo es el orden del día. En la restauración, en muchas ocasiones se contrata por media jornada y el resto se paga en negro, incluidas un puñado de horas extras sin remuneración.
En la hostelería, el convenio vigente para 2024 en Barcelona establece que una camarera de piso, una nani -cuarta categoría sobre seis- debe ganar 1.486 euros brutos mensuales, 352 euros por encima del salario mínimo interprofesional. Los trabajadores sin experiencia previa en el sector, 1.236 euros. Son 102 euros mensuales más que el SMI vigente.
La limitada predisposición de la juventud autóctona para determinados trabajos
Desde el sector hotelero se quejan de que no encuentran gente y sostienen que los autóctonos no tienen muchas ganas de trabajar, sobre todo la juventud. Es muy posible que un segmento significativo de los jóvenes renuncie a trabajos que consideran mal pagados porque, mientras tanto, disponen del colchón familiar. El retraso en la edad de emancipación seguro que tiene que ver con esta reticencia de muchos jóvenes a emprender el vuelo, sobre todo si esto quiere decir renunciar a las seguridades y comodidades del hogar familiar y a determinados niveles de consumo solo posibles si no tienen que pagar alojamiento y manutención.
Sin embargo, el nivel salarial no es el único elemento que influye en la predisposición o no a ocupar determinados puestos de trabajo. Hay empresarios que admiten que el prestigio social es uno de ellos. Una conocida cadena de supermercados hace lucir en los uniformes de los trabajadores lemas que pretenden reivindicar el orgullo de su trabajo. No sé qué piensan los trabajadores de tal declaración en los delantales.
Penalidades, turnos, inestabilidad...
Evidentemente, la penosidad del trabajo y los turnos y las condiciones horarias son también determinantes. Con matices, hemos implantado el modelo anglosajón de amplia disponibilidad horaria de servicios de consumo. En los países germánicos, cierran pronto por la noche y no abren nunca en festivos. Si tu supermercado cierra al público a las nueve de la noche, los trabajadores no terminan hasta las diez, sábados incluidos. Y por la mañana, muchos se ponen a las seis y media, aunque abran las puertas a las nueve. Por no hablar de los domingos y festivos, en los que muchos establecimientos abren durante dos meses, entre la campaña de Navidad y las rebajas. Estos días un reconocido empresario se exclamaba que los jóvenes no querían trabajar en la construcción cuando era igual de duro físicamente trabajar en un supermercado.

Llegados a un extremo, las empresas de reparto de comida a domicilio han basado su éxito en una gran "innovación": contratar a los repartidores como autónomos para ahorrarse los costes de la seguridad social y así poder establecer un recargo lo suficientemente mínimo por pedido que haga que mucha gente se haya acostumbrado a un nuevo servicio que no sabían que necesitaban hasta hace muy poco. La mejora de la inspección de trabajo, hasta hacerla tan eficiente como la de hacienda, es uno de los principales retos para conseguir el adecuado cumplimiento de la normativa laboral.
Todo ello, pues, genera una oferta de puestos de trabajo de bajos salarios, elevado esfuerzo físico, turnos que no permiten ningún tipo de conciliación o, directamente, muy perjudiciales para la salud cuando se trabaja de noche, de manera seguida o, aún más, alterna. Y, evidentemente, no hace falta decirlo, carencia de estabilidad y muy escasas probabilidades de progresión dentro de la empresa. De hecho, el título del artículo debería hablar no solo de bajos salarios, sino de malas condiciones de trabajo.
Trabajos que solo acepta la inmigración
Llegados aquí, todos sabemos que solo los inmigrantes están dispuestos a soportar estas condiciones de trabajo y estas míseras remuneraciones. Ya hemos hablado del mal negocio como sociedad que hacemos con la inmigración masiva, que es mayoritariamente receptora neta del estado del bienestar. Se trata de deseconomías externas que, por definición, no se internalizan en la contabilidad empresarial. Son costes que no los debe pagar la empresa pero sí el conjunto de la sociedad. Y es que alguien -sobre todo desde los partidos de derechas y desde las patronales- debería decir a las empresas y a los emprendedores que el éxito de sus negocios no se puede basar en salarios bajos y malas condiciones laborales. Las finanzas y los servicios públicos, la disponibilidad de transporte colectivo y de vivienda asequible no pueden soportarlo. Y, a largo plazo, la seguridad social tampoco
¿Es posible revertir el modelo de mala calidad laboral?
Como todos los problemas complejos y multifactoriales, las soluciones no son fáciles ni inmediatas. Lo que es bueno para la mayoría perjudica a unos cuantos, a veces con potentes altavoces mediáticos y elevada influencia política. Quizás no hagan falta más leyes -ahora está sobre la mesa el estatuto del becario, para impedir su uso abusivo que se hace en muchas ocasiones-, lo que es imprescindible es que se cumplan las que ya están en vigor. Y lo mismo podríamos decir de la no ley de las 37,5 horas, mientras que, como decíamos antes, muchas veces se hacen muchas más horas de las declaradas y retribuidas.
Un modelo de buena calidad laboral también comporta un cambio de hábitos y de prácticas de consumo para la población, a veces muy arraigados en la tradición cultural. En la restauración, por ejemplo, trabajadores bien pagados y con buenas condiciones laborales harán mucho menos asequible ir a comer a la cafetería o al restaurante, que es lo que pasa en los países nórdicos o en Suiza, por ejemplo. O habrá que pagar en cualquier sitio cinco euros por tomar una cerveza. Y será un lujo que te lleven la pizza o el sushi a casa. O los paquetes de Amazon.
Un modelo de buena calidad laboral también comporta un cambio de hábitos y de prácticas de consumo para la población, a veces muy arraigados en la tradición cultural
Antes se hablaba de la fiscalidad de los servicios de hostelería, vieja herencia del encanto por la llegada de turistas que debían permitir financiar el despegue de la arruinada economía franquista. Una subida progresiva del IVA -a un punto por año, por ejemplo- parece no solo de justicia, sino una forma de dejar de primar un sector que ya cuenta con otras ventajas, como un régimen especialmente favorable para los trabajadores de temporada, los fijos discontinuos.
Aumentar el SMI, mejorar el control y aliviar o sustituir los trabajos más penosos
Evidentemente, un aumento más intenso del salario mínimo interprofesional ayudaría a frenar la especialización productiva basada en bajos salarios. Como en el caso del IVA, debería ser un aumento lo suficientemente significativo, pero lo suficientemente anunciado y previsible, para facilitar que las empresas se fueran acostumbrando. Lo que es evidente es que muchas innovaciones para sustituir los trabajos humanos en el comercio o en la hostelería no se aplican porque resulta más barato y más fácil hacer como siempre si se mantienen los bajos salarios actuales. En China, dicen que todos los hoteles de tres estrellas para arriba prestan el servicio de habitaciones con un robot. Es cierto que la experiencia de servicio es diferente, pero habrá que ir acostumbrándose.
Hace más de treinta años me encontré por primera vez en un hotel de Ámsterdam que, si no lo manifestaba expresamente, no me cambiarían las toallas cada día como es tradición hacer. Lo argumentaban en nombre del medio ambiente, pero también comportaba un ahorro para el hotel y una menor utilización de trabajo poco cualificado en las lavanderías. Después me he encontrado este aviso muchas otras veces. Por no hablar de los apartamentos, donde habitualmente no tienes a nadie que te haga la cama.
Pero si hay que hacer camas y para que el trabajo no sea tan penoso y genere tantas bajas laborales, ¿por qué no optar por las camas que se elevan, como tienen en muchos hospitales? Una cama de hospital que se eleve puede costar unos 1.800 euros. Un modelo para un hotel quizás un poco más, pero no es una inversión inalcanzable, sobre todo en los hoteles de más nivel, donde continuamente hacen mejoras y remodelaciones de los espacios comunes y las habitaciones. Siempre que no sea más barato y más fácil tirar de camareras de piso mal pagadas y en continua rotación.