
Vivimos rodeados de tecnología, permanentemente conectados, con una confianza casi ciega en que la red y la electricidad nunca fallarán. Pero, ¿qué pasa cuando todo se cae? ¿Cuándo desaparece la señal, se detienen los datos, se apaga la luz y el mundo digital que lo sostiene todo se desconecta de repente? La hiperconexión nos ha permitido ser más eficientes, rápidos y globales, pero también nos ha hecho profundamente dependientes. Y esta dependencia, que a menudo permanece invisible, se manifiesta con toda su fuerza cuando irrumpe una crisis.
El apagón de electricidad del 28 de abril de 2025, que afectó a gran parte de la península Ibérica, es un ejemplo contundente. Un colapso repentino con consecuencias inmediatas que sacudieron todas las capas del sistema: los transportes se vieron gravemente afectados con semáforos fuera de servicio, el colapso de Rodalies y la paralización de la movilidad urbana e interurbana; las gasolineras dejaron de funcionar, y el caos circulatorio se extendió rápidamente. En las infraestructuras críticas, centrales como las de Ascó y Vandellós se desconectaron automáticamente por seguridad, mientras que las universidades catalanas suspendieron clases y exámenes por imposibilidad técnica. En el sector industrial, especialmente el químico, se activaron protocolos de emergencia y muchas fábricas y servicios quedaron parados. El turismo y el ocio también sufrieron el impacto: espacios como PortAventura tuvieron que evacuar atracciones y el sistema de reservas se bloqueó.
La salud tampoco quedó al margen: hospitales operando con generadores de emergencia y sin acceso a los sistemas de historia clínica electrónica, mientras las telecomunicaciones se derrumbaron en buena parte del territorio. Sin electricidad ni conexión WiFi o 4G, la digitalización se convirtió, literalmente, en silencio. Esta situación puso en evidencia que la electricidad y las telecomunicaciones son las columnas vertebrales de nuestra sociedad digital. Sin energía ni red, todo se cae como un castillo de cartas.
La hiperconexión nos ha permitido ser más eficientes, rápidos y globales, pero también nos ha hecho profundamente dependientes
Nos entusiasma hablar de inteligencia artificial, automatización, blockchain o servicios digitales para cualquier ámbito, pero a menudo olvidamos que todo esto se basa en una infraestructura física y energética frágil si no está pensada para ser robusta, flexible y resiliente. La solución no implica volver atrás hacia una sociedad analógica, sino construir mejor la digitalización, asegurando su solidez.
Las lecciones de un apagón histórico
De esta crisis emergen algunas lecciones claras. En primer lugar, que la infraestructura energética y de telecomunicaciones no puede ser un elemento secundario, sino la base imprescindible para cualquier proyecto digital. Su robustez debe ser una obligación. En segundo lugar, que la resiliencia no puede ser vista como una moda, sino como una necesidad estructural: hay que pensar en microrredes energéticas, sistemas redundantes, descentralización de servicios, baterías inteligentes, protocolos de respuesta rápida y la capacidad de operar en modo "off-grid" cuando sea necesario. Y finalmente, que la soberanía tecnológica solo es posible si también hay soberanía energética y comunicacional: si todo depende de un único nodo o de una red centralizada, somos extremadamente vulnerables. Diversificar fuentes, operadores y tecnologías —como satélites, radio digital o redes mesh— puede marcar una gran diferencia.
La soberanía tecnológica solo es posible si también hay soberanía energética y comunicacional
Es cierto que las crisis como esta pueden ser traumáticas, pero también generan impulso para la innovación. Después del apagón, muchas empresas han revisado sus sistemas, varios ayuntamientos han mostrado interés por modelos energéticos locales basados en placas solares y baterías, y se están testeando redes de telecomunicaciones alternativas. Cada vez más proyectos urbanos incorporan la idea de ciudad resiliente, capaz de resistir y adaptarse a los nuevos riesgos.
El reto, pues, no es solo conectar mejor, sino saber funcionar cuando la conexión falla. Y para ello es necesaria una planificación estratégica pública y privada basada en escenarios de fallo sistémico; hay que fomentar una cultura de la resiliencia en escuelas, empresas y administraciones; hay que invertir en infraestructuras distribuidas, interconectadas y preparadas para resistir. Y, como hacemos simulacros de evacuación, habría que incorporar prácticas de desconexión controlada para saber qué hacer cuando el mundo digital se detiene.
El apagón de electricidad del 28 de abril de 2025 ha sido un aviso. No hay que esperar la próxima crisis para actuar. Ahora es el momento de aprovechar la oportunidad para repensar, mejorar y avanzar hacia una digitalización más madura, más consciente y, sobre todo, más sostenible.