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Los informes Letta y Draghi un año después: ¿papel mojado?

Hay pocos indicios de que Europa esté haciendo los deberes en la dirección correcta, el alcance suficiente y la intensidad necesaria

Mario Draghi y Úrsula Von der Leyen en la presentación del informe sobre el futuro de la competitividad europea, el 9 de septiembre de 2024 | Europa Press
Mario Draghi y Úrsula Von der Leyen en la presentación del informe sobre el futuro de la competitividad europea, el 9 de septiembre de 2024 | Europa Press
Ferran Piqué | VIA Empresa
Economista y consultor
04 de Septiembre de 2025 - 05:30

Hace cerca de una década, Angela Merkel, en un verdadero ejercicio de anticipación a la situación actual que atraviesa la Unión Europea (UE), popularizó el mantra que debía servir de brújula para guiar el debate sobre el futuro de la UE: 7/25/50. La canciller hacía referencia a las tres cifras clave que hoy más que nunca ayudan a comprender el porqué de la menguante incidencia de la UE en el tablero de juego geopolítico y la creciente preocupación sobre la sostenibilidad del pilar fundamental que la sostiene: el estado del bienestar.

 

Merkel aludía al hecho de que la Unión Europea representa cerca del 7% de la población mundial, el 25% del PIB global y el 50% del gasto social global. Este desequilibrio, añadido a la situación de envejecimiento poblacional (44,7 años de media de edad), el estancamiento del crecimiento de la productividad, la ausencia de Europa en la carrera por el desarrollo de las tecnologías que determinarán el futuro, la dependencia de materias primas... junto con unos bienaventurados escrúpulos fundacionales con respecto al resto de jugadores y una crisis de liderazgos desde el retiro de la canciller, se han convertido en el caldo de cultivo idóneo para que el proyecto europeo presente hoy más dudas que certezas.

De hecho, si nos fijamos en el caso de España, el gasto en pensiones sobre el total del gasto público se sitúa por encima del 40% y que, como apuntaba en un artículo anterior sobre la natalidad, se prevé que en Catalunya en 2050 por cada cinco personas en edad de jubilación haya solo 10 de población activa encargadas de sostener su pensión.

 

En este contexto, tres décadas después de la creación del mercado único y en un momento marcado por la transición climática, las transformaciones tecnológicas y los cambios geopolíticos, dos italianos de peso —Enrico Letta y Mario Draghi— por medio de sus respectivos informes (Much More than a Market y The Future of European Competitiveness) han puesto sobre la mesa sus remedios para los retos que hoy afronta el modelo europeo. Ambas contribuciones coinciden en señalar la productividad como el gran talón de Aquiles europeo que amenaza su estado del bienestar y la calidad de vida de sus ciudadanos. En el caso español, el reto de la productividad tiene un componente crítico adicional, ya que, según advertía un informe reciente de McKinsey & Company, para mantener el ritmo histórico de mejora de la calidad de vida, España debía cuadruplicar su productividad hasta 2050.

Hay que tener en cuenta que los dos ex primeros ministros publicaron sus informes antes de que Donald Trump se erigiera nuevamente en inquilino del despacho oval; y, por lo tanto, buena parte de las preocupaciones que exponían probablemente se han convertido en realidad más pronto de lo previsto.

Según un informe McKinsey & Company, para mantener el ritmo histórico de mejora de la calidad de vida, España debía cuadruplicar su productividad hasta 2050

Por su parte, el énfasis de Letta se centraba en la importancia de culminar el mercado único como estrategia para poder converger en los niveles de crecimiento de la productividad de las principales economías mundiales. Como decía en una reciente entrevista en el Financial Times, “si tenemos 27 mercados, seremos una colonia de Wall Street”. Para alcanzar este propósito, planteaba varias medidas para corregir aspectos que frenan la capacidad de mejora de la productividad. Entre estas, destaca la creación de una quinta libertad para la innovación, la investigación, el conocimiento, la educación y el uso de los datos que permita impulsar ámbitos prioritarios como la IA, la computación cuántica, la ciencia de materiales o los avances farmacológicos. Esta libertad debería complementar las cuatro nucleares del mercado único europeo (libre circulación de bienes, capital, personas y servicios).

También propone mejorar la interconexión entre los países europeos, promulgar un código de derecho mercantil europeo y simplificar el marco jurídico, incorporar al mercado único sectores como la energía o las telecomunicaciones que hasta ahora han quedado al margen, mejorar las capacidades digitales de la población, o crear redes universitarias europeas para tener más escala y capacidad de captación de fondos para la innovación y competir al nivel de China o Estados Unidos.

De hecho, Letta, también hace hincapié en la importancia de mejorar la eficiencia en la inversión. Por ejemplo, teniendo en especial consideración criterios como el de la economía circular para maximizar el uso de unas materias primas -de las cuales la UE es clara dependencia exterior-, o bien fijando un reglamento que facilite el acceso de pymes a las licitaciones públicas y que limite la discrecionalidad de los estados para fijar las condiciones de contratación pública. En cuanto a estas segundas, a menudo recaen en el precio como criterio relevante de adjudicación y son un importante freno a la innovación que tanta falta hace a la economía europea.

Los informes Letta y Draghi no reclaman sólo cambios puntuales en los ámbitos que señalan, sino también una transformación urgente, sistémica y con visión de largo plazo

El informe de Draghi, por su parte, se centra en los tres retos que considera críticos para salvar la UE: mejorar la innovación y la productividad, encontrar un equilibrio entre la descarbonización y la competitividad, y mejorar la seguridad y la defensa de la Unión desde un punto de vista estratégico, económico y militar. Mientras que el sector de la automoción sigue siendo la principal punta de lanza de la industria europea (7% del PIB), Draghi plantea la inviabilidad de confiar el aumento de la productividad que hoy necesita Europa en un sector maduro, y en que la llegada de los coches chinos sitúa nuestro continente en una clara desventaja competitiva. Además, añade la consiguiente necesidad de posicionar la industria en nuevos sectores emergentes que definirán la competitividad de las economías del futuro.

En conclusión, los informes de Letta y Draghi no reclaman solo cambios puntuales en los ámbitos que señalan, sino también una transformación urgente, sistémica y con visión de largo plazo. Sin embargo, todo parece indicar que, un año después de su publicación, mientras el mundo cambia a una velocidad vertiginosa, hay pocos indicios de que Europa esté haciendo los deberes con la dirección correcta, el alcance suficiente y la intensidad necesaria. La disyuntiva es clara: o la Unión asume con decisión los retos de la productividad, la innovación y la cohesión interna, o el 7/25/50 de la hoy añorada cancillera dejará de ser una advertencia visionaria para convertirse en el epitafio de un proyecto que nació para transformar el mundo y hoy corre el riesgo de quedar atrapado.