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El juego de espejos en la economía occidental

Los anhelos cruzados de las economías occidentales: industria en EE. UU. e innovación en Europa

La paradoja es clara: EE.UU. nececsita más industria; Europa, más innovación digital | iStock
La paradoja es clara: EE.UU. nececsita más industria; Europa, más innovación digital | iStock
Oriol Alcoba, director de innovación y transferencia de conocimiento en Esade
Director de innovación y transferencia de conocimiento en Esade
Barcelona
11 de Septiembre de 2025 - 05:30

En el curso de los últimos años, hemos visto cómo Europa y los Estados Unidos, a pesar de compartir intereses geopolíticos y comerciales, proyectan deseos económicos aparentemente contrapuestos. EE. UU. aspira a recuperar la industria manufacturera perdida, mientras que Europa, que aún mantiene músculo industrial, sueña con la innovación tecnológica que nunca ha consolidado. Dos trayectorias divergentes que se miran de reojo, con cierta envidia mutua.

 

En EE. UU., la deslocalización hacia China y otros países emergentes ha reducido el peso industrial hasta el 10% de su PIB y ha supuesto la destrucción de millones de puestos de trabajo, con consecuencias sociales y políticas profundas. La industria, motor de cohesión social, prácticamente ha desaparecido de muchas regiones. Donald Trump capitalizó este malestar con un discurso proteccionista, bajo el lema Make America Great Again. El trasfondo era claro: volver a producir lo que se había externalizado.

En EE. UU., la deslocalización hacia China y otros países emergentes ha reducido el peso industrial hasta el 10% de su PIB

En un mundo estable y con costes bajos, parecía lógico fragmentar las cadenas de valor y fabricar donde fuera más barato, reservándonos actividades de más valor añadido (diseño, investigación, marca, canal de distribución, etc.). Pero esta lectura (impulsada y aceptada por el mundo académico, empresarial y político) fue simplista y los efectos, catastróficos para la economía, el medio ambiente y la sociedad. El documental American Factory (premio Oscar del año 2020) describe un ejemplo de las consecuencias de todo este proceso: una fábrica de Dayton (Ohio) cerrada y reabierta de la mano de un inversor chino que impone unas condiciones laborales y unas exigencias productivas que generan tensiones laborales, evidencian diferencias culturales profundas y representan un recordatorio incómodo de que la industria estadounidense ya no es lo que había sido.

 

Sin embargo, hay matices. The Titanium Economy (2022) describe un tejido de empresas medianas industriales, invisibles pero innovadoras, exportadoras y con buenos salarios. La industria no ha desaparecido, pero ha perdido centralidad en el relato económico, dominado por los gigantes tecnológicos de Silicon Valley.

El giro decisivo lo protagonizó el presidente Joe Biden con una política industrial sin precedentes. La Inflation Reduction Act (2022) y la CHIPS and Science Act han movilizado cientos de miles de millones de dólares en tecnologías limpias y semiconductores, incentivando agresivamente la producción local. Es el nearshoring o reshoring, la antítesis del offshoring. Entre 2022 y 2024, según el Clean Investment Monitor, se materializaron 493.000 millones de dólares de inversión privada y 78.000 millones de apoyo federal. El ejemplo más claro: el 9 de agosto de 2022 se aprueba la CHIPS Act y, al día siguiente, Qualcomm y Micron anuncian inversiones por 44.000 millones de dólares en nuevas plantas de fabricación de chips. Causa y efecto.

Europa vive ante un espejo opuesto. Mantiene una base industrial fuerte, especialmente en Alemania, pero también en algunas regiones de Italia, Francia y España. Cataluña es un gran ejemplo, con un PIB industrial prácticamente el doble que el de EE. UU. (en términos relativos, obviamente). Pero esta misma “Europa industrial” tiene un déficit crónico en innovación digital. Al otro lado del Atlántico han surgido Microsoft, Apple, Amazon, Google, Meta, Nvidia o Intel; en Europa, ninguna empresa digital ha llegado a escalar hasta este nivel. Según el Informe Draghi (2024), solo cuatro de las cincuenta principales empresas tecnológicas mundiales son europeas. Es la llamada European Paradox: investigación científica de alto nivel, pero escasa transformación en innovación y liderazgo empresarial. El término apareció por primera vez en un documento de la Comisión Europea en 1995 (Green Paper on Innovation) y, por tanto, el problema de fondo no es nuevo.

Draghi alerta de las limitaciones estructurales: déficit de productividad creciente respecto a EE. UU., sobrerregulación, trabas burocráticas y rigidez laboral. Europa compite en sectores industriales consolidados (automoción, química, maquinaria y bienes de equipo, agroalimentario), pero no crea los gigantes digitales que definirán la competitividad futura. El salto de productividad de la economía europea solo vendrá de la adopción masiva de tecnologías digitales. Pero si estas dependen de empresas estadounidenses o chinas, el riesgo de dependencia es evidente.

La paradoja es clara: EE. UU. necesita más industria; Europa, más innovación digital

Este juego de espejos revela anhelos cruzados. EE. UU., con ecosistema emprendedor y capital financiero, busca recuperar la industria perdida. Europa, con un tejido productivo aún robusto, busca la innovación digital que le falta. No es casual que Brookings (2015) publicara Skills and innovation strategies to strengthen U.S. manufacturing, con el subtítulo Lessons from Germany, mirando hacia el modelo europeo. Y que Draghi, casi una década después, mire hacia EE. UU. para reclamar más productividad y más tecnología.

La paradoja es clara: EE. UU. necesita más industria; Europa, más innovación digital. Ambos bloques tratan de reequilibrarse internamente con políticas públicas y estrategias que, invariablemente y quizás sin quererlo, los acercan. El futuro económico de occidente dependerá de si EE. UU. vuelve a producir competitivamente y de si Europa logra convertir conocimiento en innovación. Si la complementariedad es tan evidente, ¿qué sentido tienen las políticas proteccionistas y arancelarias que envenenan las relaciones?

Mientras tanto, desde el otro lado de los espejos, el dragón chino observa atento y disfruta del espectáculo.