
Aún recuerdo, y mira que hace tiempo, cuando con tres años y un martillo del abuelo carpintero estuve "mejorando" el camión que me habían regalado. Después de las reformas del juguete, de aquel montón de maderas destrozadas, no quedaba nada que sirviera para algo. Mi abuela me miró con cara de pereza de regañar, pero dijo: "mira que eres tonto... ¡Era tuyo!". Mi abuela no había leído aún las leyes fundamentales de la estupidez de Carlo M. Cipolla, pero ya distinguía la categoría de malo (si yo hubiera estropeado el camión de mi hermano) y la categoría de estúpido (al estropear mi propio juguete).
Estamos en momentos de incertidumbres y la observación necesaria de lo que está pasando me lleva a la misma reflexión de mi abuela, en este caso el niño es la sociedad catalana. Afortunadamente, la estupidez no es general, pero tela marinera. Observemos seguidamente algunas de las estrellas Michelin de nuestra tontería.
- Hemos situado el aeropuerto al final de un delta, en un espacio natural especialmente sensible. Después de construirlo lo hemos rodeado de casas de alto standing, las cuales nos han obligado a cambiar la ruta lógica de aterrizaje. Las viviendas, a su vez, impiden el crecimiento de las pistas de una manera racional. Víctimas de nuestra falta de visión, para salir del desorden, hemos acabado destruyendo las mejores tierras agrícolas. Pero eran nuestras.
- Hemos llenado el canal Segarra-Garrigues del 42% de zonas ZEPA, unos espacios protegidos de los cuales vimos su necesidad cuando el proyecto ya estaba cerrado. Hemos llevado un proyecto clave para atender la demanda alimentaria a la casi inviabilidad económica y productiva. Hemos estropeado un proyecto de más de 1.500 millones de euros. Pero no hay problema, es nuestro dinero, nuestro canal.
- Hemos admitido legalmente la colocación de placas solares sobre el 5% de las tierras de regadío y de todas aquellas que están en previsión de serlo. Se trata de una gran superficie con una capacidad productiva multiplicada en un país que cuenta con un bajo grado de autoabastecimiento. Es decir, legislamos para destruir costosas y estratégicas infraestructuras de regadío. Para justificarlo se habla de la urgencia de las energías renovables. Es decir, hacer las cosas mal se justifica con las prisas. Pero, la urgencia, fruto de la incapacidad de hacer las cosas cuando toca, nunca puede justificar una mala priorización. Hay mil opciones antes de destruir tierras de regadío. O mejor dicho, no hay ninguna justificación racional para destruirlos, ya que no se necesitan las tierras de regadío, las otras opciones son sobradamente suficientes. Sin embargo, ningún problema, son nuestras tierras.
Tal como diría Groucho Marx: tenemos unos terrenos agrarios imprescindibles, pero, si es necesario, también pueden servir para otra cosa. De hecho, al no contar con seria priorización, las tierras que se reclaman prioritariamente para la ubicación de placas solares son las mejores tierras, las llanas, cercanas a la ciudad, incluso de regadío. La falta de planificación, de hecho, reduce el suelo agrario a aquel territorio que está a la espera de otros usos. Desde esta visión, poco se puede esperar para el futuro de la agricultura en nuestra casa. Nuestra vocación estratégica es la dependencia de fuera. Una discutible estrategia cuando el mundo se inflama en preocupantes conflictos bélicos.
Hacemos leyes con gran relleno de objetivos maravillosos, que quedan sin aplicación práctica o son modificadas para atender otros intereses. La ley 3/2019 de 17 de junio de espacios agrarios, es un buen ejemplo. Tal como propone esta ley, su objeto es "preservar y proteger los espacios agrarios, como un recurso natural esencial para la producción de alimentos y de otros productos –bienes y servicios– y para su viabilidad económica, y como un elemento de conservación de la cultura, la biodiversidad y los diferentes ecosistemas naturales, que son la base del desarrollo sostenible que ayuda a garantizar la salud y el bienestar de los humanos, los animales y las plantas". Palabras bonitas, buenos propósitos, pero se ha sido incapaz de aprobar un reglamento para la aplicación de esta ley. Al mismo tiempo, no se ha impedido la ocupación de ningún terreno agrario cuando ha convenido para otra actividad.
Tenemos unos terrenos agrarios imprescindibles, pero, si es necesario, también pueden servir para otra cosa
Hacemos cosas y deshacemos cosas. Estamos hablando de miles de millones de euros que enviamos a la basura, como si en Catalunya le sobraran el dinero. Pero, lo que es peor, comprometiendo herramientas de futuro para el país. Casi no hay un plan de desarrollo con visión estratégica que dure mucho más de una legislatura y no hay voluntad o criterio para evitar tanta destrucción. Destruimos nuestras infraestructuras. ¡Qué tontos... son nuestras!.
Catalunya ha tenido grandes planificadores. Cerdà o Pau Vila son ejemplos emblemáticos. Pero, a su lado, también tenemos grandes "mejoradores". Las culpas, sin embargo, no las podemos dirigir a quienes ya se encuentran el desastre realizado, sin embargo, hay que cambiar de una vez. Catalunya necesita un plan de desarrollo a largo plazo que nos lo creamos y lo defendamos más allá de las ideologías y de los intereses. Un plan que piense en el país entero con una mirada larga en el tiempo. Un plan, sin embargo, diseñado desde la humildad.
No son momentos para bromas ni estupideces, la producción de alimentos, muy insuficiente en Catalunya, es la primera necesidad estratégica, sobre todo teniendo en cuenta la complejidad geopolítica del momento actual. Nos reímos de los kits de supervivencia promovidos por la Unión Europea y bien nos habrían ido el día del gran apagón. No esperemos al posible apagón alimentario, que guerras y cambio climático nos están preparando, para poner las prioridades en cada lugar.