Playa de verano, playa de invierno

El planeta se ha sublevado desde hace tiempo ante la agresión feroz de los humanos contaminando a lo largo de los últimos doscientos años

La playa del Trabucador en el Delta del Ebro | iStock La playa del Trabucador en el Delta del Ebro | iStock

Parecería que el veranillo de Sant Martí hubiera hecho olvidar hasta la primavera las borrascas, tormentas y huracanes de los últimos meses que han azotado y dañado nuevamente las playas. El deseo más declarado de los 750 millones de europeos en los últimos setenta años, pasarse unos días en el litoral mediterráneo, relajarse y bañarse en el mar, empieza a convertirse en una pesadilla; o se aplican medidas drásticas de todo tipo o pronto ni podremos pagar la arena necesaria para recuperar las playas –a seis euros el metro cúbico, ni nos servirá de nada rehabilitarlas. Entonces, buena parte de los negocios turísticos se irán al garete. La sensibilidad es baja y el interés, menor.

La tormenta Domingos dejaba el otro día al descubierto unos cables subterráneos en la playa de la Nova Mar Bella de Barcelona entre Bac de Roda y Selva de Mar, tras destruir el muro de hormigón del Paseo Marítimo. El Delta del Ebro se muestra tan débil que cada vez que viene una tormenta desaparece un pedazo. Los 156,8 litros por metro cuadrado caídos en Tortosa o los 159 de Castellón hace unos días demuestran la aceleración de los fenómenos meteorológicos extremos que producen tantos destrozos en los espigones, en las escolleras, en los paseos marítimos de todos los municipios con playa d'Espanya.

Al ritmo actual, el 2050, las playas de Barcelona habrán perdido más de 20 metros de profundidad, lo cual significaría su práctica desaparición

No son títulos sensacionalistas: al ritmo actual, en 2050, las playas de Barcelona habrán perdido más de 20 metros de profundidad, lo que significaría su práctica desaparición; son estimaciones del AMB en un estudio que constata que en Barcelona, Sitges, Badalona o Montgat quedan unos 500 metros de arena en la playa cuando antes llegaba a los dos kilómetros. De hecho, las playas llevan décadas retrocediendo una media de un metro cada año. El último Nature Climate Changes afirma que España perderá 60 metros de sus playas arenosas a finales del siglo. No exageran los expertos cuando afirman que el calentamiento de los océanos y la subida del nivel de las aguas inundarán los litorales más débiles de la tierra sepultando las playas de Miami, algunas islas caribeñas, parte del noreste brasileño o las ciudades más bajas de la Mediterránea. La Generalitat confirma que el pasado verano empezó con un 15% menos de arena; los seis euros que vale cada metro cúbico le han convertido en una de las materias primas más codiciadas y probablemente inútil.

"Peor que una Dana"

Las informaciones meteorológicas interesan cada vez más a la población. La gente se ha familiarizado con el nombre de las borrascas, tormentas y huracanes, según la denominación importada por Aemet, Cioran, Gloria, Armand, Beatrice, Claudio, Denise, Efraín, Fien, Gerard, Hannelore, Isaack... Y aún no se nos han borrado de la memoria las más antiguas Leslie, Vince, Delta, Gordon, Alpha, Theta... El término dana -acrónimo de depresiones aisladas en niveles altos de la atmósfera- se ha convertido en uso cotidiano: "eres peor que una Dana ...". No es que se produzcan más tormentas tropicales, sencillamente se acercan más al continente europeo y se encadenan en el tiempo; no distinguen primavera de otoño o verano de invierno. El planeta se ha sublevado desde hace tiempo ante la agresión feroz de los humanos contaminando a lo largo de los últimos doscientos años; los océanos están absorbiendo el exceso de energía que significa el calentamiento global e intensifica a los huracanes. Desde la década de los setenta, la superficie del mar se ha calentado 0,1 grados por año y aún sube.

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Se destrozan o desaparecen pedazos de playa por el cambio climático que no ha sido cuestión de un día. Tiene que ver con la sobrepesca, la erosión, las extracciones de arena por la construcción, las barreras construidas que actúan como dique de contención que impiden la regeneración automática de la arena, y la desaparición de las dunas que protegen del oleaje. Pero, sobre todo, lo que les pasa a las playas es que hace notar la ocupación intensiva de la primera línea de playa desde los orígenes del turismo moderno, incluyendo las desembocaduras y los cauces de los ríos. El modelo de uso recreativo de las playas en los últimos setenta años es el máximo culpable del jaque mate.

El planeta se ha sublevado desde hace tiempo ante la agresión feroz de los humanos contaminando a lo largo de los últimos doscientos años

Cada año desaparecen millones de metros cúbicos de arena en los 8.000 kilómetros de playa del Estado; para recuperarlos deberían reimplantarse unos 30 millones de metros cúbicos de arena (es decir, desembolsar 180 millones de euros anuales). El Ministerio de Transición Ecológica ha invertido unos 60 millones de euros en los últimos cinco años para hacer frente a los desbarajustes en Cádiz, Huelva, Valencia y Málaga. Para frenar el retroceso de las playas catalanas, dice el AMB en un estudio reciente (2022), se necesitarían unas 450.000 toneladas de arena, pero la Generalitat, después de invertir cinco millones en los últimos tres años para recuperar el litoral de Barcelona y Tarragona, ya ha dicho basta a salvar playas que acabarán desapareciendo por mucha arena que se vierta.

El problema llega cuando deben plantearse alternativas. En los años 80 y 90, con los Planes de Excelencia costaba poco añadir una partida para aportar arena o regenerar las playas; así se hizo en Calvià, Lanzarote, y en muchos otros lugares. Ahora, el gasto sería inviable y serviría de poco.

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El Monitor de Competitividad Turística de los Destinos de Sol y Playa (Exceltur 2021) valora el negocio en torno al litoral español en más de 100.000 millones, representa el 8,7% de la economía española y da trabajo a 1,6 millones de personas entre fijas, fijos discontinuos y eventuales. La cuestión es determinar cuál es la capacidad de carga de cada playa con su debilidad actual y actuar en consecuencia. Es decir, no hay tanta gente en los meses de verano. Les hemos acostumbrado a los turistas a un modelo de vida en verano y debemos inventar otro para todo el año que aprovechando los recursos territoriales y patrimoniales de una forma racional permitan una facturación similar o superior.

El modelo de uso recreativo de las playas a los últimos setenta años es el máximo culpable del jaque mate

La economía azul no propone cambios imposibles. Plantea el crecimiento económico basado en la preservación de los ecosistemas marinos y la sostenibilidad medioambiental. No se trata de usar y lanzar el recurso natural de la playa, degradando el medio ambiente como hasta ahora, ampliando todo tipo de oferta indiscriminada. Es posible no reducir la dimensión del negocio turístico, pero hay que poner el acento al volver cuanto antes al equilibrio ecológico; paralelamente, reordenar los elementos que le rodean -experiencias de gastronomía, cultura, espectáculos, recreo, deporte, náutica, descubrimiento, relación...-, algunos de los cuales exigirán sin duda transformaciones más profundas. Escuchando a los expertos medioambientales, hace años que lo tienen claro; en los congresos y ferias del ramo se escucha el eco de unas pocas palabras sobre la transformación del sector pero demasiados pocos esfuerzos. La sensibilidad es baja; el interés, medio; las estrategias, desgraciadamente, la mayoría, por construir.

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