
El verano invita a la desaceleración. El mes de agosto es, para muchos, sinónimo de pausa y reposo, donde la lejanía de la absorbente inercia del día a día abre una ventana idónea para tomar perspectiva y dedicarse a la observación y reflexión estratégica, imprescindibles para repensar cómo lideramos, cómo trabajamos y cómo nos preparamos para encarar un futuro tan incierto como complejo.
El deporte de competición puede ser una fuente riquísima de aprendizajes aplicables al mundo de la empresa: desde la disciplina y la resiliencia hasta la gestión de equipos y la cultura organizativa. De hecho, muchas de las capacidades clave que hoy se piden a los líderes son fácilmente identificables a aquellas que entrena un deportista de élite, tal como destacaba recientemente la Harvard Business Review. Al fin y al cabo, empresa y deporte comparten una misma esencia: personas con un objetivo común y unas ventajas que mantener a largo plazo, roles definidos, un liderazgo que orienta y una cultura que sostiene en un entorno competitivo.
Aunque este no es un verano olímpico, nos basta con haber observado el reciente mundial de natación de Singapur y el éxito del equipo catalán de natación artística, o lo que hemos vivido los culés por partida doble entre el equipo masculino y femenino del FC Barcelona en la pasada temporada para contrastar estos paralelismos y poder extraer aprendizajes útiles para el liderazgo empresarial.
- Entrenar con propósito. Los deportistas de élite no se limitan a acumular horas: cada sesión tiene un objetivo concreto. Analizan su técnica, detectan los puntos débiles y trabajan específicamente en ellos. Este principio, conocido como práctica deliberada, es clave también en la empresa: no basta con dedicar horas a las cosas, es necesario que estas horas tengan una intencionalidad para entrenar todas las habilidades que marcan la diferencia y que se vuelven clave para alcanzar la excelencia necesaria. Cuando un deportista identifica sus puntos débiles y aplica práctica deliberada, el progreso deja de ser aleatorio y se vuelve medible. ¿Qué habilidades de nuestro rol necesitan más entrenamiento deliberado? ¿Estamos dedicando horas con sentido estratégico?
- Adaptabilidad estratégica. Los deportistas aprenden a competir en entornos cambiantes: lluvia, viento, presión del público, lesiones... Por eso entrenan en condiciones diversas, simulan escenarios y trabajan la flexibilidad cognitiva. En clave empresarial, no se trata solo de saber reaccionar al cambio, sino de prepararse para anticiparlo y adaptarse con rapidez. Volver a tener equipos capaces de pivotar, líderes abiertos a desaprender y estructuras lo suficientemente ágiles para reajustar el rumbo. Es una capacidad que hoy separa a las organizaciones que sobreviven de aquellas que aspiran a liderar o ser pioneras.
- Resiliencia y gestión emocional. El error forma parte tanto del deporte de élite como de la condición humana y empresarial. Lo que marca la diferencia es la respuesta. Los entrenadores trabajan con los atletas la visualización de escenarios difíciles, el diálogo interno y la capacidad de reconvertir los errores en aprendizajes. La resiliencia no es resistencia pasiva, sino capacidad de adaptación activa. En las empresas, la resiliencia es una competencia directiva crítica. Ante la incertidumbre o la presión, el liderazgo debe saber transmitir estabilidad emocional, mantener la perspectiva y sostener la confianza de los equipos. Y esto se entrena igual que en el deporte: con rutinas, apoyo y preparación mental.
El deporte nos recuerda que la excelencia no es casual: es el resultado de la combinación entre técnica, mentalidad y trabajo en equipo
- El aprendizaje como actitud permanente. Los grandes equipos deportivos evolucionan constantemente. No dan nada por garantizado. Incorporan nuevas técnicas, se observan críticamente y aprenden tanto de los éxitos como de las derrotas. Esta actitud —humilde, curiosa y analítica— es clave también para las organizaciones que quieren adaptarse a los nuevos tiempos. El liderazgo basado en el conocimiento acumulado ya no es suficiente. Es necesario liderar desde el aprendizaje.
- Trabajo en equipo y cultura compartida. Cualquier práctica deportiva enseña una verdad esencial: los éxitos no son nunca solo individuales. Incluso los grandes talentos necesitan un entorno que los sustente. El equipo, la confianza y la cultura son lo que da continuidad al rendimiento. En la empresa, esto exige una apuesta clara por la cultura organizativa como activo estratégico. Esto incluye: valores claros, reconocimiento de roles diversos, gestión de conflictos y espacios de pertenencia. Los equipos ganadores son aquellos donde cada miembro sabe qué aporta y se siente parte de un proyecto que es colectivo.
El deporte nos recuerda que la excelencia no es casual: es el resultado de la combinación entre técnica, mentalidad y trabajo en equipo. Y que, tanto en la empresa como en la competición, detrás de cada gran resultado hay sacrificio, esfuerzo, afán de superación y muchas horas invisibles de preparación.