La pregunta puede parecer provocadora, pero no lo es tanto si se mira con datos en la mano. El debate sobre la productividad, los salarios y la competitividad tiene un punto clave: la dimensión de las empresas. Catalunya, como España, es un país de pymes, pero sobre todo de empresas muy pequeñas. Como se muestra en la figura siguiente, el 99,83% de las empresas son pymes y casi el 94% del tejido empresarial está formado por microempresas.
La dimensión es muy relevante por diversos motivos y, entre ellos, que a medida que aumenta la dimensión, aumenta la productividad y el valor generado. Si analizamos el valor añadido bruto (VAB), es decir, la diferencia entre lo que una empresa produce y el coste de los bienes y servicios que compra a terceros, los datos por ocupado confirman que cuanto mayor es la empresa, más valor añadido genera por trabajador. En la figura siguiente se comprueba que en Catalunya, el VAB por ocupado pasa de 39.479 euros en las microempresas a cerca de 70.000 euros en las empresas medianas y grandes. En España y Alemania se observa un patrón similar. Generar más valor añadido tiene premio, ya que a medida que aumenta la dimensión de las empresas, los salarios son más altos.
Generar más valor añadido tiene premio, ya que a medida que aumenta la dimensión de las empresas, los salarios son más altos
La diferencia de VAB con Alemania se debe, sobre todo, a que el número de ocupados por empresa en cada segmento de dimensión es mucho más elevado en Alemania. Por ejemplo, en Alemania las pymes tienen de media 6,6 ocupados, mientras que en Catalunya tienen 3,4 ocupados. La conclusión es clara: la dimensión incide en el valor generado. Por ello, es necesario conseguir que más empresas ganen dimensión. Sin este salto, es muy difícil aumentar el valor añadido y, en consecuencia, la capacidad de pagar mejores salarios.
Sin duda, la reducida dimensión empresarial no tiene una única causa. Influyen factores diversos, como la regulación compleja y cambiante, la burocracia excesiva, la fiscalidad o las dificultades de acceso a la financiación. Pero, más allá de estos elementos tangibles, hay factores menos visibles que influyen directamente en la mentalidad y en las decisiones de los empresarios. Entre estos factores destacan los sociales y culturales, que a menudo pasan desapercibidos, pero que tienen un impacto profundo.
A continuación exponemos estos factores sociales y culturales, a partir de los resultados de la encuesta publicados en el informe Dimensión empresarial: diagnóstico y propuestas (Pimec). Las respuestas permiten entender mejor por qué, a pesar de los beneficios evidentes de ganar dimensión, muchas empresas no crecen. A continuación, se exponen por orden de importancia los principales frenos que han mencionado las empresas.
Discursos políticos que generan desconfianza hacia el mundo empresarial
Una parte mayoritaria de los empresarios percibe que el discurso político e institucional proyecta una imagen negativa de las empresas y de los empresarios. Este discurso no nace solo de la política, sino que refleja un clima de opinión más amplio, alimentado por parte de la opinión pública y de los medios, que a menudo sitúa el debate en el terreno de lo que es políticamente aceptable y no en la lógica económica. Esto dificulta adoptar posiciones valientes y refuerza una visión de la empresa asociada a intereses particulares o comportamientos poco éticos, minimizando su papel como generadora de empleo, inversión y valor.
Falta de reconocimiento social a quien emprende o hace crecer una empresa
Muchos empresarios consideran que la sociedad no reconoce suficientemente el esfuerzo. El éxito empresarial no siempre se percibe como una contribución al progreso colectivo, sino a menudo como una fuente de desconfianza. Esta falta de reconocimiento reduce los incentivos a asumir los costes personales y profesionales que implica crear y hacer crecer una empresa.
El éxito empresarial no siempre se percibe como una contribución al progreso colectivo, sino a menudo como una fuente de desconfianza
Enseñanza poco orientada a la cultura emprendedora y empresarial
Una parte muy elevada de los empresarios considera que el sistema educativo da poco peso a la cultura emprendedora y a la gestión empresarial. Los conceptos básicos de management son marginales en muchos itinerarios formativos, lo que dificulta el desarrollo de una actitud emprendedora y hace que la empresa, el riesgo y el crecimiento no se perciban como opciones naturales ni socialmente valoradas. Como ejemplo, cuando en las aulas universitarias preguntamos cuántas personas tienen en mente crear una empresa, no se levantan muchas manos, y esto en otros países es muy diferente.
Percepción social de que el beneficio empresarial es moralmente cuestionable
Una mayoría clara de los empresarios considera que el beneficio empresarial sigue siendo visto con recelo. Esta percepción es especialmente problemática, ya que el beneficio es la base de la inversión, de la innovación y de la creación de empleo sostenible. Cuando el beneficio se deslegitima, el crecimiento deja de ser socialmente aceptable y pasa a ser objeto de crítica.
Imagen negativa del empresario en los medios de comunicación y la cultura popular
Muchos empresarios perciben que la imagen del empresario en los medios, en el cine o en las series es predominantemente negativa. Esta representación refuerza estereotipos y contribuye a construir un imaginario colectivo en el que la empresa no aparece como generadora de valor, sino como un actor sospechoso. Como ejemplo, solo hay que ver las series de los canales de televisión del país donde, cuando sale un empresario, acostumbra a ser el malo de la película.
Aversión general al riesgo en el entorno social
El crecimiento empresarial implica asumir riesgos. Sin embargo, una parte significativa de los empresarios detecta una fuerte aversión al riesgo en el entorno social. En sociedades donde el fracaso se penaliza más que se entiende como una etapa del proceso, las empresas tienden a adoptar estrategias conservadoras y a priorizar la continuidad antes que la expansión.
En sociedades donde el fracaso se penaliza más que se entiende como una etapa del proceso, las empresas tienden a adoptar estrategias conservadoras y a priorizar la continuidad antes que la expansión
Presión social o familiar para no “complicarse la vida”
Una parte relevante de los empresarios identifica una presión social o familiar para no hacer crecer excesivamente la empresa. El crecimiento se asocia a menudo a estrés, conflictos laborales, riesgos financieros y pérdida de calidad de vida. Este discurso desincentiva asumir proyectos con mayor capacidad de generar valor añadido y frena la ambición necesaria para continuar creando valor.
Volver a la pregunta inicial es inevitable. ¿Somos un país antiempresa? Los datos no permiten una respuesta simple, pero sí una constatación clara: el mundo empresarial considera que nuestro entorno no acompaña mucho la actividad empresarial ni facilita el crecimiento. Las empresas más grandes son más productivas, generan más valor añadido y tienen más capacidad para pagar mejores salarios, pero el tejido empresarial catalán continúa excesivamente fragmentado.
Más allá de la regulación, la burocracia o la financiación, el análisis muestra la existencia de un freno social y cultural que dificulta el crecimiento. Un relato público a menudo desconfiado con la empresa, una escasa valoración social de la actividad emprendedora, una percepción negativa del beneficio y una baja tolerancia al riesgo configuran un entorno en el que crecer no siempre se percibe como una oportunidad, sino como una complicación. Todo esto configura un clima mental que hace difícil un debate público valiente y riguroso sobre el papel de la empresa en el progreso económico y social.
Si se quiere avanzar hacia una economía más productiva y con más valor añadido, hay que cambiar este marco mental. Esto implica revisar los discursos políticos e institucionales, hacer valer el papel de la empresa como motor de progreso, reforzar la cultura emprendedora en el sistema educativo y promover un relato más equilibrado en los medios de comunicación. Sin este cambio cultural, el salto de dimensión seguirá siendo insuficiente. Hay que cambiar si queremos reforzar el tejido empresarial y construir una economía con más capacidad de generar bienestar a largo plazo.