
Llegan estas fechas y hay que pensar en las vacaciones. No es indispensable hacerlo. Pero en agosto las escuelas, las administraciones y las empresas europeas cierran las puertas dando fiesta a todo el mundo y en las calles de la ciudad quedan cuatro y los turistas, sólo hay una alternativa: decidir tanto sí como no qué hacer entre julio y septiembre.
Cogeré como hace más de cuarenta años la AP7 hasta Torredembarra, saldré a la A-7 para evitar los camiones y no tener que frenar cada vez que uno de los conductores decide sobrepasar a otro: en la Ametlla de Mar falta gente.
El verano es un espacio en blanco que cierra temas esparcidos a lo largo del año que empañan el paisaje y que no se acaban nunca de abordar; el nuevo ritmo los acaba barriendo y se desvanecen por sí solos. Pero a la vez facilita que con la bajada de los decibelios mentales, aparezcan otros que poblarán el futuro. Es tiempo de reafirmar lazos con la familia más o menos dispersa; de reencontrar a los amigos o de dedicarles más tiempo; de lecturas reposadas y no a toda prisa en medio de la densidad de la agenda apretada del invierno. El liderazgo implantado por las clases medias en los últimos cincuenta años ha impuesto este período de descanso, viaje, recreo, reencuentro y cultura hasta convertirlo en un bien de primera necesidad; probablemente el signo más evidente del estatus.
Ritual de verano
Vuelvo a la Ametlla de Mar. Aquí ejerzo el ritual de mi cultura del verano, este invento contemporáneo. Bendito invento desde hace siete u ocho décadas a la que podemos aspirar dos tercios de la sociedad europea, exactamente el 73% y 67%, en la UE y en España, respectivamente, según Eurostat. La Ametlla de Mar ha pasado de los tres mil habitantes en 1950 a los cerca de cinco mil en 2000. En 2010 se eleva a los 7.000 y desde entonces bascula ligeramente por encima de este entorno; después del gran boom de los años ochenta y noventa, a pesar de las aportaciones de inmigrantes de los últimos tiempos que han rejuvenecido el pueblo, la capacidad de crecer se agota.
Es una mediana ciudad catalana de costa nacida en torno al puerto. La pesca va a menos, aunque la biodiversidad del Delta del Ebro garantiza la continuidad del negocio no para todos pero sí para una parte importante de los pescadores. Cada año se cierran tiendas, señal de que las grandes superficies se están llevando la clientela y le ganan la partida aquí también al comercio local; otros negocios más o menos innovadores no terminan de cuajar.
El verano es un espacio en blanco que cierra temas esparcidos a lo largo del año que empañan el paisaje y que no se acaban nunca de abordar
Nos queda el turismo, el factor diferencial de riqueza de las poblaciones de costa, una oportunidad única que se presentó a las poblaciones costeras desde hace sesenta o setenta años. Estas ocho o diez semanas, como en muchas poblaciones del litoral español, los turistas duplican la población local. Aquí mandan las urbanizaciones. Son pueblos con su propia dinámica y elevada desconexión con la villa, incluso en muchos casos en clara relación dialéctica o antagónica; nacieron al margen del núcleo urbano, y se agrandaron como setas con los booms de la construcción.
Euforia
La gente llega, a finales de julio, o bien a su casa para pasar el verano, o bien por semanas o por un par o tres de días: forman la legión de propietarios e inquilinos de apartamentos o casas, nacionales, franceses, alemanes, ingleses, belgas, sobre todo. Es un continuo trajín de maletas, bicicletas, lanchas y provisiones cargando y descargando los coches, de viajes de ida y vuelta a la playa, al restaurante, a pasear, a comprar, a un espectáculo, a un recorrido. A finales de agosto, se apaga todo. Se cierran las casas y las actividades en la villa desaparecen; las calles de las urbanizaciones vuelven a permanecer desiertas, fantasmales, y se terminan todos los trabajos por dos meses a la espera de la inquietud que volverá, si Dios quiere, en julio del año siguiente.
Dos meses de euforia consumista dan para lo que dan si no hay continuidad: alto Ibi y altos impuestos directos a cambio de escasos servicios; no da para más el erario público
Dos meses de euforia consumista dan para lo que dan si no hay continuidad: alto Ibi y altos impuestos directos a cambio de escasos servicios; no da para más el erario público. De esto se quejan los propietarios de las urbanizaciones. El nuevo ayuntamiento surgido de las últimas elecciones está gobernado por un pacto entre Junts y PSC que se reparten la política municipal y el tiempo del gobierno.
La segunda prioridad del mandato consiste en la mejora de las redes viarias y las infraestructuras; todos los esfuerzos son pocos, pero en las urbanizaciones consideran que hay un decalaje excesivo entre el impuesto de bienes inmuebles, uno de los más elevados de Catalunya, incluso superiores a los de las grandes ciudades catalanas, y el retorno que reciben. Nos preguntarán por la primera prioridad: reducir el déficit heredado de los excesos del 3%; supera los once millones, un peso excesivo -una losa histórica- para un presupuesto en 2025 de 16,3 millones. Este año el pueblo está más pulido que el año pasado. Se evidencia la inversión en obra pública en las calles. Se ha abonado a la moda de los murales y también a la de las zonas azules. Las calas y las playas lucen más limpias. Se mantienen las cuatro Banderas Azules del año pasado. Y aparece más interés por la sostenibilidad.

Pero el turismo intensivo de sol y playa focalizado en unas pocas semanas al año es caro de producir y residualiza aquella zona que lo cultiva. El PIB per cápita de la Ametlla de Mar permanece estancado en 21.600 euros, lejos de la media catalana de 35.325 euros, según Idescat. Las poblaciones turísticas costeras del litoral español no se sitúan ni de lejos en los primeros puestos del ranking en creación de riqueza, pero este PIB se sitúa por debajo de las autonomías más pobres de España, Ceuta, Andalucía, Extremadura y Canarias. Esto no lo puede salvar el comercio ni la pesca.
El PIB per cápita de la Ametlla de Mar permanece estancado en 21.600 euros, lejos de la media catalana de 35.325 euros
Lo que penaliza de forma diferencial es el modelo turístico elegido, el de la corta temporada; nueve o diez meses sin actividad erosionan los bolsillos y penalizan el crecimiento. Más aún, en un mercado maduro, barato y escasamente diferenciado, en vez de atraer viajeros que están dispuestos a disfrutar del territorio y pagar los servicios por lo que valen, se ingresa en una espiral de bajo coste y precios más baratos.
Las distintas generaciones turísticas y las administraciones públicas han aprovechado su destino para reducir la presión turística los meses de verano a medida que creaban otros productos para atraer viajeros a lo largo del año; las más exitosas, como el Empordà, Provenza o Toscana han conseguido en todas estas décadas que la actividad turística permanezca activa como mínimo ocho meses al año cuidando no malgastar el espacio natural.
Cuando me paseo por los dieciocho kilómetros de costa del municipio, y bajo a alguna de las dieciocho calas, once de las cuales con arena fina y blanca y el resto con piedras pequeñas o cantos rodados, rodeadas de pinos, lagunas y acantilados; o cuando me acerco a una mejillonera como el Musclarium de Albert Grasa a degustar ostras y mejillones en Sant Carles; o cuando encargo atún rojo, que entra de maravilla con un buen blanco Montsant o Terra Alta; o cuando navego por el Delta en los barcos de los amigos, pienso que este entorno también es capaz de atraer viajeros el resto de meses del año diversificando los atractivos naturales, patrimoniales gastronómicos, que están, y no quedarse con la parte más pequeña del pastel.
El otro día, en un par de reuniones con empresarios turísticos en el Colegio de Economistas de Tarragona y en la Cámara de Comercio de Tortosa aparecían estas cuestiones y la manera de afrontarlas: esfuerzo privado-público e innovación para interpretar a los turistas contemporáneos. Cuando confluyen estos dos factores, las inversiones se vuelven más fáciles de atraer, y los turistas, que hace años han desestacionalizado sus vacaciones, son sensibles a los nuevos productos de ocio.