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Investigadora y profesora de EADA Business School

La paradoja de la diversidad: cuando contar mujeres no alcanza para lograr la equidad

19 de Junio de 2025
Act. 19 de Junio de 2025
 Aline Masuda | VIA Empresa

En los últimos años, la diversidad de género ha ganado protagonismo en las agendas de empresas e instituciones. Se celebran los avances en la representación femenina como un logro claro. Sin embargo, detrás de esos titulares optimistas se esconde una verdad crucial: la diversidad no garantiza por sí sola la equidad salarial.

 

Este es el hallazgo principal del estudio publicado en Human Resource Management (Wiley), titulado The Diversity Paradox: The Unintended Consequences of Gender Diversity on Gender Pay Equity, elaborado junto a Claudia Holtschlag, Carlos Morales y Sebastian Reiche.

El análisis de los datos revela una paradoja preocupante. Con el paso del tiempo, las mujeres tienden a recibir aumentos salariales mayores que los hombres como medida para corregir un salario inicial inferior al estándar de su categoría profesional. Esta práctica busca avanzar hacia una mayor equidad. Sin embargo, los datos muestran que en los equipos donde ya se ha alcanzado la paridad en términos de representación femenina, estos ajustes correctivos se aplican con menor frecuencia. Creemos que esto ocurre porque se genera una ilusión de progreso cumplido, lo que lleva a que se descuiden ajustes pendientes, como las brechas salariales estructurales.

 

Esta situación, que llamamos la paradoja de la diversidad, evidencia los límites de un enfoque centrado solo en la representación.

El informe reciente de Eada Business School e ICSA sobre Brecha salarial y presencia de la mujer en puestos directivos 2025 refuerza esta idea. Aunque la presencia femenina en puestos directivos aumentó un 1,3 % respecto a 2024 —recuperando niveles de 2022—, la brecha salarial en esos niveles empeoró, rompiendo una tendencia de siete años consecutivos de mejora. Más mujeres en la cima, sí, pero con menos justicia salarial.

"Las políticas de diversidad, equidad e inclusión (DEI) deben basarse en métricas sólidas, objetivos estructurales y un compromiso auténtico"

Esto apunta a una conclusión clara: representación y equidad son indicadores diferentes y no deben confundirse. Contar mujeres no basta; hay que examinar cómo son tratadas, compensadas y qué oportunidades reales tienen para avanzar.

Esta reflexión es aún más urgente si miramos lo que ocurre en Estados Unidos, donde las iniciativas de diversidad, equidad e inclusión (DEI) enfrentan creciente rechazo y mala reputación. Algunas empresas han reducido o eliminado programas DEI ante presiones políticas y mediáticas, mientras que sectores críticos los califican de “cosméticos” o ideológicos. Este clima pone en riesgo el potencial transformador de la diversidad si se percibe solo como una moda o una obligación superficial. Para evitarlo, las políticas DEI deben basarse en métricas sólidas, objetivos estructurales y un compromiso auténtico.

Es momento de que las organizaciones superen enfoques superficiales, centrados en cuotas y cifras, para adoptar una visión sistemática. Esto requiere trabajar con múltiples indicadores clave (KPIs): brecha salarial ajustada, tasas de promoción por género, acceso a formación estratégica, duración en cargos directivos y rotación voluntaria, entre otros.

"No basta con abrir la puerta; hay que garantizar que todos tengan las mismas condiciones para avanzar por el pasillo"

Además, las empresas deben recordar que la justicia no es solo un valor ético, sino un motor clave para la innovación y la productividad. Organizaciones que crean ambientes equitativos e inclusivos fomentan la creatividad, el compromiso y el desempeño superior. Por eso, incorporar estas métricas de forma sistemática es fundamental para dejar atrás enfoques aislados o superficiales y construir culturas que impulsen resultados reales y sostenibles.

En lugar de celebrar logros simbólicos, debemos preguntarnos si hay un cambio real. Porque la diversidad es un punto de partida, no un destino. La equidad exige compromiso sostenido, basado en datos, seguimiento y la voluntad de transformar las estructuras que mantienen las desigualdades.

No basta con abrir la puerta; hay que garantizar que todos tengan las mismas condiciones para avanzar por el pasillo.