Es difícil corretear por las calles de cualquier ciudad de Catalunya y no tropezar una y otra vez con cafeterías franquiciadas y furgonetas de reparto. Son dos signos tangibles de nuestros tiempos, dos añadidos al paisaje urbanístico que amenazan como una espada de Damocles a todo lo que existía antes. La salida para el comercio local, sin embargo, no debe ser aferrarse a la nostalgia y al romanticismo, sino aprovechar su mirada única para abrazar el cambio.
Pienso, por ejemplo, en una experiencia de esta misma semana en la tintorería. La última vez que había recurrido a la ayuda de un quitamanchas profesional lo había hecho con desesperación. Una mancha insospechada, fruto de la algarabía de una boda, se coló en mi solapa a las puertas de un bautizo en pleno mes de agosto. Las fechas, como comprenderán, me empujaron a buscar ayuda en una franquicia del Arco del Triunfo.
La experiencia, que imaginé terrible y terriblemente cara, fue todo lo contrario: la mancha desapareció, a un precio mucho más que razonable, y en solo tres días. Pero, aun así, me prometí probar suerte por el barrio la próxima vez, cuando la necesidad no se topase con el mes de agosto.
Y esta semana ha llegado el momento. Por cuestiones mucho más cotidianas, he tenido que llevar una chaqueta y unos manteles a la tintorería. He encontrado una al lado de casa. Un local bien mono, donde me han cobrado por adelantado más de lo que costaban las prendas originales, no me han dado ninguna garantía de éxito y han asegurado no tardar menos de dos semanas. Una experiencia para no volver ni a recoger la ropa.
"La fuerza de los negocios de proximidad no es otra que diferenciarse, aunque sea con los detalles más pequeños"
Esto, lógicamente, no tira por tierra todo el comercio de barrio, sino todo lo contrario: reafirma que la fuerza de los negocios de proximidad no es otra que diferenciarse, aunque sea con los detalles más pequeños. Como el de la pescadería donde compra mi madre los martes, donde le regalan unos cuantos mejillones si lleva un táper para guardar la compra. Un acto de complicidad que nunca encontrará en ninguna cadena de supermercados, surgido de una visión moderna y cercana de la sostenibilidad.
Y de eso se trata, ni más ni menos. De ser capaz de encontrar el espacio en este mar inabarcable que ha abierto en las ciudades la aparición del comercio en línea. Y no hay nadie con más conocimiento del océano urbano que los tenderos, convertidos en faros de avenidas y bulevares durante siglos.
Este conocimiento, sin embargo, debe ser una palanca hacia el futuro y no un ancla en el pasado. La humanidad y la calidez nunca pasarán de moda, pero ofrecer un mal producto o un servicio inadecuado supone una sentencia de muerte ante el escenario moderno de competencia feroz.