Recuerdo mi primer trabajo de verano. Trabajaba en una tienda nueve horas al día, con un día de descanso cada ocho, por mil doscientos euros al mes en un sobre. Trabajé allí dos veranos seguidos y me permitió tener dinero para mi primer año de universidad, al menos hasta febrero. El trabajo era bastante entretenido, en una tienda junto a la playa donde vendían todo tipo de artículos escogidos específicamente para toda la familia cuando se iba de vacaciones. Mis compañeras eran personajes curiosos y mis amigos venían a verme a menudo. No era muy cansado, salvo cuando teníamos que mover cajas y hacer inventario. La mayoría de los días me lo pasaba bastante bien, aunque los horarios eran largos y, a veces, la tienda podía llenarse de gente en cuestión de segundos. Pero yo era una privilegiada: las otras compañeras trabajaban allí todo el año, tenían familias y obligaciones, y sus condiciones laborales eran las mismas que para una estudiante que quería ahorrar para poder permitirse libros, ocio y la compra semanal del supermercado. Nuestras condiciones en verano eran las mismas, pero en invierno la cosa cambiaba.
Mis amigas que también trabajaban en verano tenían condiciones similares, algunas de ellas ni siquiera contaban con un día de descanso. Tenía conocidos y conocidas que hacían muchas horas extra, especialmente en bares y restaurantes, que a menudo ni siquiera llegaban a cobrar. También conocía personas a quienes se les prometió un trabajo y luego acabaron haciendo otro muy distinto, o con más responsabilidad de la que se había pactado al firmar el contrato. En aquel momento no conocía a nadie que trabajara en labores agrícolas de temporada en el campo, pero sabía que muchas personas venían a nuestro territorio durante el verano para trabajar en condiciones muy duras a cambio de sueldos muy bajos, y que a menudo vivían en pisos compartidos con demasiadas personas. Todo ello conformaba una trama de explotación encubierta, de derechos laborales inexistentes, de riesgos para la salud ignorados, de impactos sociales negativos poco reconocidos porque se afrontan de manera individual, aislada e invisible.
Después del trabajo en la tienda, empecé a trabajar en la recepción de un balneario en un hotel. Allí no solo tenía dos días de descanso a la semana, sino que contaba con unos horarios claros que no superaban las cuarenta horas semanales. El trabajo era ajetreado, como en cualquier lugar en verano, pero tenía un horario que me permitía descansar, desconectar y seguir teniendo una vida más allá de mi jornada laboral. El salario, además, era mejor y lo recibía directamente en mi cuenta bancaria. Aquel trabajo, más allá de ser una experiencia profesional agradable, aunque fuera de temporada, me demostró que era posible trabajar en verano de manera saludable y cumpliendo con la legalidad.
Entonces, ¿por qué casi todos los trabajos de temporada son precarios? Podría decirse que la falta de recursos en los sectores turísticos hace que las temporadas sean muy ajustadas y que las condiciones que se pueden ofrecer no sean las mejores. Pero esto no es tanto una realidad como el resultado de unas políticas públicas insuficientes y reactivas, sumado a una falta de reconocimiento y de valoración social del trabajo de temporada en sectores clave como la agricultura o el turismo, que, en última instancia, genera una reproducción de desigualdades estructurales. El trabajo de temporada no debería ser un empleo excepcional dentro de la regulación ni una opción de recurso para las personas con menos formación y oportunidades, sino una actividad reconocida, regulada y que aporte perspectivas de futuro para quienes lo desempeñan y también para sectores clave de la economía de nuestro país.
"La falta de recursos en sectores turísticos hace que las temporadas sean muy ajustadas y que las condiciones que se pueden ofrecer no sean las mejores"
Mientras muchas personas que trabajan todo el año aprovechan para descansar, otras sostienen discretamente la economía durante los meses de calor. Este verano, durante seis semanas, pondré el foco en distintos aspectos de la economía de las vacaciones. Nos leemos la semana que viene para empezar hablando del descanso, la gran fantasía veraniega.