Consultora de RH y 'Coach' ejecutivo

La confianza: el verdadero acelerador del liderazgo

22 de Agosto de 2025
Aida Jurado | VIA Empresa

Recuerdo a un director comercial que conocí hace unos años. Era de esas personas que no levantaban la voz, pero a quien todo el mundo escuchaba. En la primera reunión de equipo, ante una mesa llena de carpetas, cafés y caras expectantes, prometió que visitaría personalmente a todos los clientes estratégicos antes de terminar el trimestre. No era un reto fácil: implicaba viajes constantes, horas de carretera y cambios de agenda que habrían hecho perder la paciencia a cualquiera.

 

Lo más sorprendente, sin embargo, no fue la promesa, sino lo que pasó después. Tres meses más tarde, había cumplido exactamente lo que había dicho. Ni una visita aplazada, ni una excusa para justificar un cambio de planes, ni un atajo para terminar antes. Lo había hecho todo, tal como lo había anunciado. Sin excusas, sin recortes de compromiso.

Aquel gesto hizo más para ganarse el respeto del equipo que cualquier discurso motivador. Sus colaboradores entendieron que podían creer en él y confiar en su palabra. Y eso —en liderazgo— pesa más que cualquier título, cargo o estrategia brillante.

 

Covey, en su libro La velocidad de la confianza, explica que esta cualidad actúa como un acelerador silencioso. Cuando hay confianza, las cosas pasan más deprisa y con menos costes emocionales y organizativos. Cuando falta, todo se complica: las reuniones se alargan, las decisiones se posponen y los proyectos se encallan.

Él habla de cuatro olas de confianza que se expanden hacia fuera, empiezan en uno mismo y acaban impactando en el mercado:

  • Confianza en uno mismo (self trust): la base. Creer en la integridad y capacidad propias.
  • Confianza en las relaciones (relationship trust): el vínculo que tejes con otras personas.
  • Confianza organizacional (organizational trust): la cultura y procesos que inspiran credibilidad dentro de la empresa.
  • Confianza social (societal trust): el impacto y reputación que se proyectan hacia fuera, a la comunidad y al mercado.

Podemos querer trabajarlas todas, pero si la primera no está sólida, el resto tiemblan. De hecho, es como querer levantar una casa sin cimientos: puedes empezar por las paredes, pero no tardarán en agrietarse.

La primera ola: el espejo que te devuelve tu propio liderazgo

La confianza en uno mismo no es autoestima inflada ni optimismo ingenuo. Es mirarte al espejo y saber que cumples lo que dices, que tus acciones confirman tus palabras. Es una mezcla de integridad, intención clara, capacidad real y resultados que avalan.

En el mundo profesional, esto significa reconocer cuando no sabes algo y, a la vez, mostrar la determinación para aprenderlo. Significa hacer aquello que has dicho que harías, incluso cuando nadie te vigila. Y sí, también quiere decir ser capaz de mantenerse fiel a unos valores aunque sea más fácil ceder por presión o por comodidad.

"La confianza no es un elemento decorativo en las relaciones profesionales, es el eje que hace que todo gire con fluidez"

Si lideras un equipo, esta confianza interna es como un hilo conductor invisible: la gente no te sigue solo por el cargo, te sigue porque percibe que tú también te seguirías si estuvieras en su posición.

Trabajar la primera ola es, en el fondo, una invitación a preguntarte:

  • ¿Soy coherente entre lo que pienso, digo y hago?
  • ¿Mi palabra tiene peso porque hago lo que digo?
  • ¿Mis resultados confirman mi competencia y capacidad?

Cuando la respuesta es sí, el ritmo sube, las decisiones se agilizan y la influencia crece. Y, sin apenas darte cuenta, las otras olas empiezan a expandirse.

Cuando Covey habla de su fórmula —menos confianza = menos velocidad + más coste— me ha hecho parar y reflexionar. Es tan evidente que a menudo la damos por sentada… y, paradójicamente, no nos detenemos a pensar hasta que nos enfrentamos de verdad. Y entonces lo vemos claro: la confianza no es un elemento decorativo en las relaciones profesionales, es el eje que hace que todo gire con fluidez.

Lo he comprobado muchas veces en las empresas. Cuando la dirección no confía plenamente en los equipos, aparece un patrón casi automático: se multiplican los controles, se ralentizan los procesos de aprobación, se crean capas y más capas de supervisión “por si acaso” y cada decisión, por pequeña que sea, debe pasar por demasiados filtros. ¿El resultado? Reuniones eternas, proyectos que avanzan a paso de tortuga y una sensación general de desgaste. El coste no es solo económico —horas extras, recursos duplicados, inversiones para tapar agujeros—, sino también emocional: equipos que pierden la motivación, personas que trabajan más para cumplir que para crecer, y una energía colectiva que se agota.

"La confianza tiene este efecto: acelera lo que es importante y libera energía para dedicarla a avanzar y mejorar y no a justificarnos"

En cambio, cuando la confianza es alta, todo toma otro ritmo. Los equipos trabajan con más autonomía, toman decisiones con seguridad y asumen la responsabilidad de sus resultados. Los procesos se agilizan porque no hace falta comprobarlo todo tres veces, e incluso la inversión económica se puede orientar hacia innovar y crecer en lugar de mantener una estructura de control asfixiante. Es como pasar de ir con el freno de mano medio puesto a dejar que el motor trabaje a su máximo rendimiento.

Por eso creo que la fórmula de Covey no es solo una teoría que queda bien sobre el papel: es una ley que, en mi experiencia, siempre se cumple. Lo veo cuando un líder delega de verdad y el equipo avanza sin tener que pedir permiso por cada paso; cuando un presupuesto se aprueba rápidamente porque hay confianza en el criterio de quien lo ha preparado; o cuando una decisión importante se toma en una sola reunión porque todo el mundo sabe que cada uno hará su parte. La confianza tiene este efecto: acelera lo que es importante y libera energía para dedicarla a avanzar y mejorar y no a justificarnos.

Puedes tener el mejor equipo, las mejores herramientas y un plan impecable… pero si la confianza no está, todo irá más lento, costará más y desgastará más de la cuenta. Porque, al final, la confianza es el combustible invisible que acelera, une e impulsa. Sin ella, por mucho que queramos correr, siempre acabaremos arrastrando los pies.