Estamos sentados en una terraza en una ciudad que me gusta mucho, y he decidido llevarlo a un restaurante del cual tengo muy buen recuerdo. Nos ha tocado una mesa bonita con vista a la plaza, y pedimos unos cuantos platos para compartir. El camarero (claramente nuevo en el restaurante), hace malabares entre los diferentes platos. En uno de estos intentos, se le cae el vino encima de mí y me queda una pierna mojada y con un olor refrescante a vino blanco. La copa se ha roto y los vidrios se han esparcido por el suelo, creando una especie de vidriera que refleja con las luces de la terraza. ¿Estás bien? Le pregunto. ¿Te has hecho daño? Me responde. Reímos los dos asegurando que nadie ha sido atravesado por un trozo de vidrio, y mi compañero nos ofrece servilletas a los dos. Cuando el camarero se marcha, él ríe y me mira. Me gusta cómo reaccionas a los problemas pequeños.
"Cuando te topas de cara con la muerte, con problemas de salud mental, con retos frustrantes o situaciones desesperadas, las manchas y los vidrios toman perspectiva"
Hace cinco años habría puesto mala cara todo el día, pensando que la mancha en los pantalones y los vidrios en el suelo eran claramente evitables y una señal de que la cena sería un desastre. Habría estado triste y quizás seca con el camarero, y mi compañero de mesa habría tenido una cena muy poco amable. Pero ahora no, porque ni una mancha de vino ni unos cristales ni siquiera una mancha de salsa de tomate encima de la camisa blanca habrían creado un alboroto. Quizás es porque me he hecho mayor, pero creo que tiene mucho que ver haber atravesado otras situaciones vitales que sí son irreversibles. Cuando te topas de cara con la muerte, con problemas de salud mental, con retos frustrantes o situaciones desesperadas, las manchas y los vidrios toman perspectiva.
No sé si me pasa porque por fin he aprendido algo o porque me estoy haciendo mayor, le digo a mi terapeuta. Me responde que seguramente son las dos cosas. Pienso en todas las acciones rutinarias que antes me suponían una montaña y que ahora las hago casi sin pensar. Hablo con mis amigas, y ellas me confiesan lo mismo. Piensa que yo voy por el supermercado casi en piloto automático, me dice una de ellas. Me siento joven, pero de otra manera a cuando tenía veinte años, le digo mientras paseamos por el parque y me coge la mano mientras camino por encima de un caminito delgado de ladrillos.
"Antes era muy importante que todo saliera bien, ahora me conformo con que todo salga"
Tengo amigos que están en la crisis de los treinta, pero yo aún no estoy ahí. Sin embargo, sí que veo que me estoy consolidando como humana, y que muchas cosas están perdiendo perspectiva. Antes era muy importante que todo saliera bien, ahora me conformo con que todo salga. Y de manera contraria, ahora hay muchas cosas en las que no ponía mucha atención que se han convertido en básicos. Ahora siempre llevo las uñas arregladas, releo los textos una vez y otra antes de enviarlos, y mi obsesión por la etiqueta y el pudor empieza a aparecer en ámbitos que nunca me habían preocupado mucho.
Quizás sí que me estoy haciendo mayor, o solo estoy en un momento en que se están reajustando las cosas que considero importantes. Sea como sea, estoy disfrutando este proceso con una libertad muy diferente de la presión que sentía cuando me acercaba a los veinte. Quizás esta será la década en la que deje de preocuparme tanto por lo que piensan los demás y empiece a poner atención en las cosas importantes.