Politóloga y filósofa

Desconectar, la gran mentira contemporánea

12 de Junio de 2025
Arianda Romans | VIA Empresa

¿Termino un correo y vamos a desayunar? La semana pasada he estado de vacaciones. Las primeras vacaciones en las que no me he llevado el ordenador desde hace años. Hemos estado dando vueltas por una isla y luego por una ciudad. Nos lo hemos pasado muy bien, y hemos hecho un poco de todo: tomar el sol, comer bien, beber más Aperoles de los que recomendaría cualquier médico con dos dedos de frente, conducir una Vespa por unas carreteras de ensueño y unas montañas espectaculares, visitar un castillo, bañarnos en agua azul cristalina y, incluso, cantar en catalán mientras a mi compañero le afeitaba la cabeza un reconocido cantautor-barbero. Han sido unas vacaciones fenomenales que necesitaba desde hacía mucho tiempo, en las que, a pesar de la incertidumbre de unos contratos pendientes con la universidad, he podido habituarme a un ritmo isleño profundamente suave. En un momento durante el desayuno, llegué a dudar qué día de la semana era, lo que se conoce internacionalmente como haber conseguido desconectar.

 

Pero la desconexión no existe. No, al menos, con un móvil en la mano. El hecho de estar todo el día enganchados a un dispositivo de seis pulgadas hace que no podamos dejar de saber cosas: ni lo que pasa en el mundo, ni lo que pasa en la vida de nuestras amistades o familiares, ni tampoco lo que es tendencia en Instagram o cualquier otra red social. He intentado, estos días, dejar el móvil en casa en algunas ocasiones, pero cuando lo dejaba no podía hacer fotos ni tampoco contar los pasos que estaba dando. Puedes comprarte un smartwatch, pensé, pero entonces estamos en el mismo problema, solo que elegantemente atado a una correa en mi muñeca

También, claro, si dejaba el móvil acababa pidiéndole cosas a mi acompañante, como por ejemplo que buscara qué quería decir esto o aquello, que guiara él el camino de la habitación al restaurante, o que hiciera una foto a esa pared que me parecía muy bonita. Pero que el teléfono lo lleve otra persona sigue siendo el mismo problema, porque individualmente o en conjunto, seguimos necesitando un dispositivo.

 

"Porque la vida no es blanca o negra y no podemos tener nunca la cabeza completamente desconectada como tampoco la tenemos completamente conectada cuando estamos trabajando"

Por no hablar de los mensajes, correos, llamadas y otras interrupciones que ha habido a lo largo de las vacaciones, tanto por mi parte como por parte de terceros. Es evidente que una puede silenciar todo lo que quiera, o incluso silenciar algunos grupos y aplicaciones, pero siempre hay algo dentro de la cabeza que nos devuelve al trabajo, a la rutina, a nuestras ocupaciones. Porque la vida no es blanca o negra y nunca podemos tener la cabeza completamente desconectada, del mismo modo que tampoco la tenemos completamente conectada cuando estamos trabajando. Y es que aquí radica el quid de la cuestión, la esencia de nuestras preocupaciones: por mucho que nuestros pensamientos sean completamente binarios, la realidad nunca lo es.

Por eso, en lugar de presionarnos para pensar que debemos desconectar, de frustrarnos porque no podemos concentrarnos profundamente en ninguna de las dos realidades, ¿por qué no aceptamos que hay distintas intensidades en la vida y que, cuando estamos de vacaciones, una baja pero no pasa nada si, durante cinco minutos, respondemos algo y volvemos al escenario vacacional? En lugar de castigarnos, ¿por qué no asumimos que, a veces, hace falta hacer una cosita un momento para después poder tener la mente tranquila? Ya sabemos cuál es el escenario más deseable; pero si no lo podemos tener, quizás es mejor dejar de castigarnos y asumir que quizá, con el pequeño coste de cinco minutos, podemos responder un correo para, después, volver con la calma y la suavidad de lo que no será desconexión, pero sí descanso.