Mira, a mi abuela le han puesto un andador, me dice mientras me adjunta una fotografía de la mujer, vestida como cualquier abuela cuando va al médico: de veintiún botones. Hay algo en las generaciones anteriores a la nuestra que aún piensan que deben causar una buena imagen cuando van a una institución, por casera que sea. ¡Deberías haber visto a mi abuela para ir a misa, ni en mi graduación me arreglé tanto!
El caso es que a través de la fotografía de la señora he empezado a pensar en cómo será mi jubilación y, sobre todo, en qué tipo de abuela quiero ser. Ya sé que las previsiones de que tenga pensión son más bien escasas, pero soñar aún no cuesta dinero. Me he imaginado el día que me dirían que tengo que empezar a utilizar un andador y en qué excusas me inventaré para colarme en la cola del súper, si escogeré colores llamativos para los jerséis que haga a los nietos en verano y si haré ver que pierdo la memoria cuando me pregunten por cosas que no me apetece responder.
"Hay personas que se dan cuenta de que les queda poco tiempo y empiezan a disfrutar realmente de la vida con un sentido de urgencia, y otras que, resignadas, prefieren no malgastar sus últimas energías en cambiar lo que no han podido cambiar en tantos años"
Después de un rato fantaseando con la idea, le he dicho a mi amiga si le gustaría hacer carreras a cámara lenta con andador por las colas de los supermercados de las ciudades o los pueblos donde viviremos. Me ha dicho que sí, pero que quizás seré yo la que no querrá correr con ella porque seguro que será más rápida que yo. Supongo que ni de aquí a cuatro o cinco décadas no me dejará ganar fácilmente a nada.
Me he imaginado cómo debe ser vivir sabiendo que no hace falta que hagas nada más. Bueno, sí, hace falta que te despiertes, desayunes, te duches de vez en cuando, que salgas a tomar el aire, que leas un libro, que quedes con una amiga o, si tienes, te toque cuidar a los nietos o al gato.
También hay personas que viajan mucho, una vez jubiladas, y otras que se buscan aficiones tranquilas como observar pájaros, ir a pescar o hacer rutas de ferias de segunda mano a buscar gangas en pueblos remotos. Hay personas que se vuelven más simpáticas, otras más activas y otras más gruñonas. Hay personas que se dan cuenta de que les queda poco tiempo y empiezan a disfrutar realmente de la vida con un sentido de urgencia, y otras que, resignadas, prefieren no malgastar sus últimas energías en cambiar lo que no han podido cambiar en tantos años.
"Creo que para vivir la vida intensamente también debemos poder visualizarnos como personas mayores, pensar en qué queremos lograr, en momentos de la vida donde todo ya va de bajada"
Creo que para vivir la vida intensamente también debemos poder visualizarnos como personas mayores, pensar en qué queremos lograr, en momentos de la vida donde todo ya va de bajada. Qué persona queremos ser, con quién nos vemos acompañadas, qué aficiones queremos mantener y en qué geografías queremos encontrarnos. Pensar qué persona queremos ser unos años antes de la muerte puede ser altamente liberador, y también muy útil para cuando nos toca pensar y repensar decisiones vitales: ¿queremos ser una persona rica, una persona con legado, una persona con una gran familia, una persona con amigos por todo el mundo? ¿Nos vemos, envejeciendo al lado de alguien? Miro a la señora del teléfono de nuevo y pienso que ha tenido una buena vida. La veo arreglada, un poco confusa, pero acompañada por la familia y un sistema médico eficiente. Quizás ya no es la que era, pero se la ve en paz y calmada. Y eso ya es algo bastante bonito para soñar, con o sin garantía de carreras a cámara lenta en el supermercado.