Hace unos días que, con mi pareja, estamos completamente inmersos en cuidar las plantas del jardín de uno y de la habitación de la otra. Estamos, yo diría, obsesionados con ver cómo crecen sus hojas y ramas, cuántas frambuesas podemos recoger en un día, qué podemos hacer con las uvas que no han crecido tanto como esperábamos, por qué la planta de calabaza ocupa casi medio macetero. Nos enviamos reels en Instagram de técnicas para cultivar plantas y para hacer recetas caseras con hierbas del jardín. Hablo con mis amigas, compartimos fotografías de seguimiento, cómo el consejo que nos ha dado la madre o abuela de una de las amigas funciona, y nos ponemos contentas cuando la albahaca crece de manera monstruosa en la cocina de nuestro piso compartido. Mi pregunta, sin embargo, es la siguiente: ¿nos estamos haciendo mayores, o se está produciendo un cambio de paradigma en los gustos y actividades de la juventud tardía? ¿Es una moda pasajera o una práctica propia de la edad anterior a empezar a hacer grandes planes de futuro?
Es propio de los momentos de crisis refugiarse en los jardines, en los espacios privados, en aquellos lugares que, fuera de la vorágine exterior y de la incertidumbre general, aún podemos comprender, controlar, apreciar sin tener que estar alerta por contratiempos. Epicuro fue uno de los filósofos de la era helenística, donde la caída de las polis clásicas y la expansión de los territorios hacia otros lugares del mundo supusieron una gran incertidumbre general, con un mundo mucho más complejo y cambiante de lo que se había conocido hasta entonces. Por eso, muchas filosofías optaron por centrarse en el mundo interior y buscar la paz personal, ya que la paz social parecía inalcanzable. La propuesta de Epicuro fue, justamente, su jardín.
"¿Nos estamos haciendo mayores, o se está produciendo un cambio de paradigma en los gustos y actividades de la juventud tardía?"
Más allá de ser sólo un lugar físico donde el filósofo practicaba la amistad y una vida sencilla, el jardín le servía de refugio ante el mundo caótico y ruidoso de fuera. También se convertía en una metáfora y un símbolo de su propuesta filosófica. Era un espacio privado y apartado, un lugar de serenidad y reflexión, donde podía recogerse con aquellas personas que amaba, en quien confiaba y a quien valoraba tener cerca. Lo que hoy, en círculos progresistas, llamaríamos un espacio seguro, o aquello a lo que Virginia Woolf se refería cuando hablaba de una habitación propia.
En el jardín, cada uno era libre de hacer lo que quisiera: era un espacio de paz, convivencia y descanso. Un lugar abierto pero a la vez recogido, fundamentado en el cuidado y la búsqueda de la felicidad. Probablemente por eso Epicuro defendía el alejamiento necesario del sufrimiento, para poder comprender la vida con la distancia justa: la ataraxia. Para el filósofo, el hecho de cultivar un espacio tranquilo y autosuficiente era también una metáfora de cultivar una mente serena, libre de pasiones y temores.
Cuando la justicia social es complicada, como mínimo puedes aspirar a vivir tranquila. Esto no quiere decir abandonar valores y causas, pero sí hacer aquello que Audre Lorde llamó cuidados revolucionarios. "Cuidarme a mí misma no es ningún capricho, es autoconservación, y esto es un acto de guerra política", afirmó la pensadora en A Burst of Light en 1988. Quizás, sin ser conscientes, hemos estado haciendo esto en los últimos meses: cuidarnos, calmarnos, poner nuestra tranquilidad por delante. No dejar que el sistema violento acabe con nosotros. Sin una gran conciencia del asunto, hemos asumido que el sistema no funciona y, como mínimo en el presente, no podemos pedirle soluciones ni respuestas. Así, mientras el mundo gira desorbitado, la solución se arraiga en aquello que no grita: una planta en el balcón, un bote de conserva, un rayo de luz que entra por la ventana, unas cajas de madera en el patio trasero.