Nuestra especie siempre ha tenido un problema para aceptar que no podremos tener o hacer todo lo que queramos o deseemos. Que la vida será mucho menos satisfactoria que nuestros sueños, que, aunque tengamos muy buenas ideas y voluntades, vivimos en unas circunstancias que no siempre juegan a nuestro favor. La vida, esa empresa complicada, supongo que nunca podremos comprenderla del todo.
Hasta ahora, se nos ha dicho que el esfuerzo era lo más importante, que la perseverancia y también las ganas de trabajar nos llevarían a donde quisiéramos. “Tú haz lo que quieras, pero trabaja duro y cree en lo que haces” es un consejo común para las que ya no somos tan jóvenes en mi generación. Pero, ¿y si en lugar de aplicar ese consejo a una futura abogada o una ingeniera prometedora, lo aplicamos a un trabajo mucho más aburrido, un puesto de consultora en una multinacional, un empleo de atención al cliente o un encargo que solo hemos aceptado para poder llegar a fin de mes? ¿Hace falta creer en el propósito de la panadería donde trabajamos en verano? ¿Es importante mostrar compromiso con una empresa que te explota, te hace hacer horas extra sin pagarlas o con unas condiciones laborales muy por debajo de lo que sería mínimamente aceptable?
No. No hace falta. No es necesario. Durante mucho tiempo se nos ha hecho creer que tener un trabajo era un privilegio, un lujo, una bondad por la que debíamos estar agradecidas, pero nada más lejos de la realidad. Si bien es posible que tu trabajo sea una fuente de realización, de felicidad, de compañerismo o, incluso, de estímulo personal, ese no es el caso para muchas personas.
Para algunas, ver que su puesto de trabajo no se ajusta a estas expectativas lleva a frustraciones. Pero el trabajo nunca se comprendió como un lugar de desarrollo y autorrealización, sino como un intercambio entre unas habilidades y un salario, entre unas horas y una remuneración, entre una necesidad y una oferta. Nada más. El resto son complementos edulcorados que se le han añadido para hacerlo más deseable, para hacer pensar al trabajador o a la trabajadora que no solo trabaja, sino que invierte en su bienestar personal, que no está perdiendo el tiempo haciendo horas extra o participando en actividades de la empresa después de su jornada laboral.
Yo tengo suerte, porque mi trabajo me encanta. Pero podría ser que mi trabajo no me gustara, o que mi trabajo me resultara aburrido, cansado, repetitivo. Me he encontrado en esa situación en otros momentos de la vida, y pensar que tener trabajo era una bondad, un privilegio o una suerte nunca me ha ayudado. Al contrario, relativizar la carga y recordar por qué lo hacía (para tener dinero durante el año, para cubrir mis gastos durante los estudios, para asegurar un puesto de trabajo mejor en el futuro) me ha ayudado mucho más que aquello de “trabaja en lo que te gusta y no trabajarás ni un solo día de tu vida”.
"En lugar de inflar las expectativas con mensajes o propósitos completamente irreales, lo que tenemos que hacer, cuando nos empezamos a ofuscar, es recordarnos a nosotras mismas que, en realidad, todo esto no es necesario"
Aunque me encanta mi trabajo, no tengo el salario de muchas amistades que, con un empleo más sencillo o menos interesante, tienen números mucho más agradables en su cuenta corriente. Yo no me puedo quejar, pero tampoco puedo lanzar cohetes. He tomado la decisión, privilegiada porque he podido tomarla, de trabajar en algo que me apasiona a un ritmo que me resulta sostenible.
Pero para muchas personas el dinero pesa más que la realización en el puesto de trabajo, o que las jornadas más cortas, o incluso que el empleo de temporada que te permite viajar o desarrollar un sueño personal al margen de tu profesión. Todas tenemos diferentes prioridades que no siempre surgen de nuestros gustos, sino de lo que nos podemos permitir en cada momento. Por eso, en lugar de inflar las expectativas con mensajes o propósitos completamente irreales, lo que debemos hacer, cuando empezamos a ofuscarnos, es recordarnos a nosotras mismas que, en realidad, todo esto no hace falta.