Antes de este artículo, he publicado dos más sobre el mismo tema: la gestión pública. Este era el objetivo. La excusa eran unas obras en la C-59 que empezaron en un tiempo remoto que se me ha perdido en la memoria. Pero me ha venido bien. Quiero decir, que me ha servido de muestra para poner en evidencia que si todo sigue igual no llegaremos a ninguna parte. Y lo digo porque desde el último artículo sobre el tema -Gestión pública: el paradigmático caso de la C-59 (continuación)- he tenido la oportunidad de conversar con técnicos especialistas en la materia de la obra pública. Unos, empleados públicos; otros, privados. Las conclusiones que se pueden extraer son, para hacerlo fácil, comunes. ¿Cuáles?
Alguien pensaría que el principal problema con el que se encuentra la obra pública en Catalunya es el presupuesto. O, dicho de otro modo, la obtención de dinero. Pues no. Dinero para gastar, lo hay. Un buen ejemplo lo tenemos en una noticia que es recurrente en nuestros medios. Resulta que el Estado planifica y presupuesta unas obras que, después, no se ejecutan. El dinero está ahí, pero no sabemos gastarlo. Parece mentira, pero es así. ¿Dónde está, pues, el principal obstáculo?
Hace tiempo le hice una pregunta a un economista que sabe del tema de gasto público. “Escucha” -le dije a este amigo- “siempre se habla de la obra pública presupuestada y no ejecutada por Madrid, y nunca nadie me informa de los detalles: ¿a qué es debido?”. Quise ir más allá, ya que cuando se practica este tipo de autocensura -que es la peor- en los medios catalanes, normalmente se debe a que la culpa se encuentra en nuestra casa y los periodistas no se atreven a pisar ningún callo a los políticos. “¿A ti no te parece que uno de los principales problemas está en nuestros ayuntamientos?”, insistí a mi amigo. “¡Tú lo has dicho!”, me respondió. Y he aquí que mis pesquisas de estos días me lo han confirmado.
Resulta que esta obra que tomé como simple ejemplo ha multiplicado su presupuesto por siete. ¿Motivo? Las demandas permanentes de los ayuntamientos donde se ejecutan las obras. “Aquí, hacednos una parada de bus”, “ahora, una entrada más grande a esta zona”, “esto quedaría mejor con una rotonda”, “aquí haced un carril doble para que la gente se mate al querer adelantar”, etc. En resumen: un sinvivir. ¿Alguien duda de que la estación del tren de alta velocidad del Camp de Tarragona no es nada más que una decisión de Madrid tomada por algunos que ya estaban muy hartos de los alcaldes de la zona? ¿Y han visto lo que está pasando ahora, otra vez, con la estación intermodal que se está construyendo cerca de allí?
"Alguien pensaría que el principal problema con el que se encuentra la obra pública en Catalunya es el presupuesto. Pues no. Dinero para gastar, lo hay"
Los ayuntamientos son maestros en poner palos en las ruedas. De cualquier clase. Quiero decir, que se necesitan estudios medioambientales, permisos legales, informes técnicos, consenso con los vecinos, etc. Pero no se necesita ninguna cédula ni autorización para organizar chocolatadas o fiestas mayores. O cualquier otra tontería que recomiende el populismo dominante en las entidades locales. ¿Alguien se piensa que el retraso en renovables que lleva Catalunya se lo han inventado en Madrid?
No hace falta decir que, para acabar de aliñar todo este sainete, hay varios elementos siempre atentos a fastidiar. Por ejemplo, los bajos salarios que paga la Generalitat que imposibilitan mantener en plantilla a los profesionales que necesita. Un factor que no solo provoca que se marchen hacia el sector privado, no señor. También huyen a otras administraciones como las diputaciones provinciales (también conocidas como “los comedores”) que pagan mucho mejor y no las controla nadie.
"Los ayuntamientos se han convertido en máquinas rellenas de burócratas y con perspectivas de vuelo gallináceo"
En resumen, el país funciona de milagro: la administración del gobierno va tirando mal, los expedientes se pierden, los funcionarios están mal pagados, el Parlament genera leyes y burocracia porque, como nunca hay mayoría de gobierno, todo son concesiones puntuales, todo son chapuzas parte de un desorden total. Y los ayuntamientos se han convertido en máquinas rellenas de burócratas y con perspectivas de vuelo gallináceo – de estas administraciones locales tenemos mil, que constituyen una auténtica metástasis-. El resultado final de todo este Cafarnaúm me lo resume un servidor público de la Generalitat: “Hoy no seríamos capaces de organizar los Juegos Olímpicos. ¡Sería imposible!”.