Ingeniero y escritor

Inmigración: un pacto perverso entre los extremos

19 de Agosto de 2025
Xavier Roig VIA Empresa

Ante el hecho migratorio existen varios enfoques. Hablo de la inmigración provocada por las necesidades económicas, no bélicas, ante las cuales solo debería haber una posición: admitirla sin discusiones. Pero cuando estamos ante gente que se marcha para conseguir mejores ingresos, entonces debemos efectuar un análisis económico tan frío como sea posible.

 

"Ante la inmigración por causas bélicas, solo debería haber una posición: admitirla sin discusiones"

El primer paso a llevar a cabo debería consistir en una cuantificación de las necesidades del mercado de trabajo. ¿Cuánta mano de obra necesitará el país para avanzar en la consecución de las mejoras que su sociedad reclama? Y mejoras significa aumentar el PIB per cápita de los ciudadanos del territorio en cuestión. Ya señalé que este no había sido, ni es aún, el objetivo de nuestras autoridades. Nuestros gobernantes, simplemente y con objetivos populistas, persiguen el crecimiento del PIB sin tener en cuenta que si, porcentualmente, crece más la población que el PIB, cada vez tocamos a menos riqueza per cápita. O sea, el bienestar disminuye. He aquí una prueba fehaciente del fracaso de nuestro sistema educativo: determinados políticos no han aprendido a sumar, restar, multiplicar y dividir.

El hecho de no establecer un marco cuantificado de necesidades y demanda de inmigración puede conllevar efectos como el que comento: el empobrecimiento de la población. Y de aquí se pueden derivar situaciones sociales peligrosas, ya que la población percibe la inmigración como un factor de empeoramiento general —no solo salarial, sino también de servicios públicos—. Entonces las iras se dirigen contra el pobre inmigrante cuando, de hecho, todos deberíamos volvernos contra los que gobiernan, por descuidar sus obligaciones. Al fin y al cabo, solo a los poderes públicos, a nadie más, corresponde el control de los flujos fronterizos.

 

Cuando este control se vuelve débil o incompetente, comienzan los problemas. ¿Por qué? Pues la cuestión es relativamente fácil: con una inmigración no regulada por las necesidades de demanda real, el mercado de trabajo se vuelve ilimitado y la clase trabajadora pierde poder. El empresariado sin escrúpulos —o prisionero de una formación y ética empresariales que dejan mucho que desear— se aprovecha de un hecho universal: el inmigrante tiende a aceptar condiciones económicas y laborales precarias. En otras palabras, se fuerza los salarios a la baja por una oferta de mano de obra excesiva que queda satisfecha con los mínimos recursos que se le ofrecen. En resumen, la clase asalariada, el país entero, sale perjudicada.

"El empresariado sin escrúpulos se aprovecha de un hecho universal: el inmigrante tiende a aceptar condiciones económicas y laborales precarias"

Alguien se preguntará qué hacen —mejor dicho, no hacen— los sindicatos. Señores míos, hace años que los sindicatos están comprados por el poder político y no defienden los intereses de los trabajadores, sino los del progresismo populista políticamente correcto que cualquier gobierno —de derechas o de izquierdas— abraza al llegar al poder. Y es así como se establece una alianza perversa entre determinado empresariado carente de escrúpulos y de espíritu empresarial, y la extrema izquierda que, cuando habla de inmigración, de manera banal y toca timbales, reclama “papeles para todos”.

En consecuencia, en el caso catalán, la inmigración no viene a suplir carencias de cobertura en la demanda del mercado laboral. Viene a aceptar puestos de trabajo que los locales no están dispuestos a aceptar debido a los bajos salarios, y por eso prefieren marcharse al extranjero —el sector sanitario es el ejemplo más lamentable y punzante—.

"En el caso catalán, la inmigración no viene a suplir carencias de cobertura en la demanda del mercado laboral"

Y, en el caso catalán, para colmo, los inmigrantes —pobres ellos, sin saberlo— vienen a ayudar al mal empresariado y a la mala gobernanza. A sobredesarrollar sectores de bajo valor añadido que, para colmo, no cubren los costes sociales que consumen y que, por lo tanto, están subvencionados por todos. Hablo del turismo y de la hostelería. Y es que, en realidad, Catalunya no necesita un turismo de calidad —que, por estructura física y cultural del país, nunca será significativo—, sino empresarios turísticos de calidad.