No puedo escuchar música, genera adicciones. Y claro que lo es, pienso para mis adentros. Me sigue explicando que hay estudios que demuestran que la música tiene un impacto directo en nuestro estado de ánimo y nos genera alteraciones. Ella, ahora, no puede tener grandes alteraciones. Siento no habernos visto más a menudo. Claramente, tienes que tocar fondo, para que te prohíban la música, pienso de nuevo. Repaso mentalmente cómo las canciones me han salvado de muchas situaciones, así como cuántas veces una canción me ha despertado recuerdos inesperados. Del ruido de la calle, de distracciones en largos viajes en coche, para evitar oír conversaciones en las que no querías estar, para hacerme la despistada, para compartir un momento bonito con alguien querido. A veces no somos conscientes de las cosas hasta que nos tocan la fibra que nos demuestra que dependientes somos, en realidad, de estas cosas.
Una tarde de invierno, de esas que tienes que hacer tiempo entre que anochece y tienes ganas de cenar, recuerdo tirarme en la cama y cantar canciones hasta que entró alguien en el piso. Creo que pasaron tres horas, y espero que no hubiera nadie en el piso de al lado. Canté tirada a pleno pulmón una canción detrás de otra, hasta que se convirtió en una especie de catarsis extraña. Me levanté al cabo de tres horas, cansada, pensando qué demonios me había pasado. No suelo estar tanto tiempo haciendo una sola cosa. Tampoco soy de las que se quedan tiradas en la cama más de las horas necesarias, a no ser que esté haciendo otra cosa. Y entonces me di cuenta de que siempre considero la música en segundo plano.
Ahora mismo, por ejemplo, escuchando a Bob Dylan y escribiendo este artículo. A Hard Rain’s A-Gonna Fall. Es bonita. Me hace pensar en mi padre y cuando cantábamos juntos en el porche. Ya hace cuatro años que no canta nadie. Pero, claro, es que cayó un gran chaparrón y las que nos hemos quedado para secar la ropa no sabremos nunca si la música no es solo la romantización del pasado que todavía llevamos allá donde vamos. No en segundo plano, sino como un murmullo de fondo que, hagas lo que hagas, no se va nunca. Como el pasado.
"Supongo que la música genera adicción; porque es mucho más que un ruido de fondo"
Acabo de comprarle un vinilo que creo que tengo en casa, pero que pienso que le puede gustar. Desde que nos conocemos juega con los vinilos, los compra, los pone y es feliz escuchando música. Cierra los ojos y sonríe si sabes que le estás mirando. De alguna manera, es la manera que tengo de pensar que si se conocieran ambos escucharían música juntos, hombres de pocas palabras, y dirían algo como “oh!” y “ostras, ¡qué buena es esta!”. Supongo que la música genera adicción; porque es mucho más que un ruido de fondo.