Se ha muerto la calabacera*. Hace unas semanas escribía sobre mi nueva calabacera, sobre el proyecto que ha supuesto para mí cuidar de una planta que ha crecido tan deprisa que llegó a ser, durante los largos días de verano, la obsesión constante del jardín. Después de volver de vacaciones y como consecuencia (creemos) de una plaga y de un exceso de sol, nos hemos encontrado una cosa amorfa asada, medio podrida y sin rastros de ninguna de las flores de color mostaza que lucía unas semanas antes. Parece que el cuento ha llegado a su final.
Era de esperar que la caja pronto se le quedaría pequeña, pero lo que no esperaba es que verla en este estado no me haya roto el corazón. La vida sigue, y también la de la calabacera. No hay ninguna metáfora, tampoco ninguna frustración por no haber conseguido calabacines pequeños para cortar al final de octubre. Habría sido bonito poder hacer sopa de calabaza, pero este año la tendremos que comprar en el supermercado de confianza. Habría podido ser entretenido enseñar a nuestras amistades y familiares que, la semilla que tan cuidadosamente plantamos el pasado mes de junio, que se convirtió en algo muy grande, que daba mucha alegría y que fue origen de muchas bromas, ahora se ha reducido a unos tocones muertos en una caja de madera hecha a mano con mucha paciencia.
Entre muchos de los errores que cometimos por el camino, uno fue plantar demasiadas cosas en la misma caja; si bien era grande y permitía más de una futura planta, quizás pensar que podía caber cinco filas de cinco semillas fue un derrape de optimismo. El segundo gran error fue creer que dos personas con unos conocimientos bajos de jardinería, pero una ambición alta de convertir diez metros cuadrados en una jungla podrían haber hecho sobrevivir absolutamente todas las empresas vegetales que se propusieron plantar en una primavera. Los libros y los vídeos nos ayudaron mucho, pero la experiencia es un grado que ni siquiera la abuela, a quien videollamaba a menudo por dudas, sugerencias y recetas secretas para hacer que la calabacera siguiera creciendo.
"Hemos puesto mucho cuidado en algo que finalmente no ha salido bien. No pasa nada. A la naturaleza también le pasa, y no por eso deja de ser tan maravillosa como es"
A pesar del final triste de este cuento, la calabacera nos ha traído muchas alegrías. Hemos estado muchos días pendientes de ver cómo crecía, hemos soñado despiertos muchas veces sobre qué haríamos si la calabacera nos daría calabacines o si, de tan rápido que crecía, nos acabaría engullendo por la noche mientras dormíamos. Hemos puesto mucho cuidado en algo que finalmente no ha salido bien. No pasa nada. A la naturaleza también le pasa, y no por eso deja de ser tan maravillosa como es. A veces las cosas salen bien y a veces no. No hay que culparse ni martirizarse. Solo aprender de los errores de este año para que, el año que viene, si volvemos a plantar una semilla de calabaza, no lo hagamos en una caja, y regulemos mejor el agua. Y así, cuento de calabaza, cuento que pasa.
*En catalán correcto se dice calabaza, pero este artículo está escrito a la gironina.