De pequeña me gustaban mucho los monos. Especialmente los chimpancés. Tenía un peluche de un mono con el que iba a todas partes y veía los documentales de la biblioteca que hablaban de vivir en la naturaleza con animales que, aunque no humanos, mostraban muchos rasgos similares. Leí todos los libritos y cuentos disponibles sobre estos animales (soy lo bastante mayor como para haber nacido sin ningún ordenador en casa), hasta que mi madre me enseñó que había una señora que lo había dejado todo y se había ido a vivir a la selva con los chimpancés. Aquella señora era una científica y quería saber más sobre otras especies animales que se parecen a nosotros. Un día me enseñó los vídeos en los que ella se relacionaba con los chimpancés y me emocioné. Más adelante aprendí lo que era una antropóloga y una primatóloga, y unos años después entendí por qué alguien querría dejarlo todo para irse a vivir a un lugar remoto y relacionarse exclusivamente con otros animales.
Hace unos días nos ha dejado Jane Goodall, la mujer que hablaba, se relacionaba y observaba a los chimpancés. Las redes sociales y los titulares de los periódicos se han llenado de mensajes de condolencia. Una persona que amaba a los animales difícilmente puede ser odiada. Y en un momento de tanta desesperanza, de tanta violencia y dolor, reconforta recordar que hay quienes se relacionan pacíficamente con la naturaleza, con una mente abierta y con la voluntad de comprender, serenamente, qué sucede dentro de la mente de esos animales.
Hace años que nos relacionamos de una manera muy distante con la naturaleza. Quizá hacemos excursiones, caminatas, recorremos distancias en bicicleta, hacemos safaris para ver animales exóticos desde un coche, pero no interactuamos directamente con la naturaleza. No tocamos ni abrazamos los árboles, no observamos con calma a los animales no domesticados que viven alrededor de nuestra vida cotidiana, no valoramos el agua fresca de la lluvia que riega las plantas, llena los pantanos y deja el suelo limpio de hojas por un rato. No comprendemos que el ciclo de las cosas que ocurren a nuestro alrededor está directamente relacionado con los ritmos que hemos silenciado dentro de nosotros.
"Hace años que nos relacionamos de una manera muy distante con la naturaleza. No comprendemos que las cosas que ocurren están directamente relacionadas con los ritmos que hemos silenciado dentro de nosotros"
Después de la pandemia, al menos en Occidente, se ha producido un giro. Un giro discreto, pero que va ganando fuerza. De algún modo, quizá a raíz del movimiento ecologista y de la lucha global contra el cambio climático, hemos llegado a la conclusión de que echamos de menos la naturaleza. Una naturaleza que nunca hemos experimentado plenamente, pero cuya ausencia nos genera una sensación extraña en el cuerpo. Por eso, quizá, muchas ciudades se están volviendo más verdes; muchas grandes metrópolis están dejando atrás los proyectos de gran infraestructura gris y empiezan a invertir en verde y en espacios naturales. Los parques se han revelado como grandes espacios de socialización y Barcelona, a su vez, ha empezado a reconocer la importancia de proyectos como las superillas, el parque de Glòries u otras zonas verdes.
Sin embargo, todavía nos falta recuperar muchas cosas: para recuperar la sensibilidad necesitamos tener una relación cordial y amable con aquello que no es algo ajeno, sino algo muy dentro de nosotros, en nuestra esencia. Por eso, personas como Jane Goodall son tan relevantes, porque en lugar de ofrecernos una visión superficial y “verde”, nos (de)muestran que hace falta una reconexión profunda, calmada y lenta con aquello que siempre ha sido una parte inseparable de nuestra humanidad.